EXHORTACION A LA DEVOCIÓN DE LA VIRGEN MADRE DE DIOS
Exhortación de la devoción de la Virgen, Madre de Dios, que todos los cristianos deben tener, especialmente los que con deseo de más servirla se le han ofrecido por esclavos, con un devoto ejercicio para los sábados y para las fiestas de nuestra Señora. Compuesto por el P. Fr. Melchior de Cetina, lector de Teología y padre perpetuo de la Provincia de Castilla, de la Orden de nuestro Padre San Francisco.
Dedicado a la Madre abadesa y monjas del muy religioso convento de Santa Ursula, de Alcalá, de la Orden de la Concepción de Nuestra Señora, y sus esclavas.
Con licencia. — En Alcalá, por la viuda de Andrés Sánchez de Ezpeleta. Año de 1618.
Yo, Hernando de Vallejo, escribano del rey nuestro señor, uno de los que residen en su Consejo., doy fe que por los señores de él fue tasado a cuatro maravedís el pliego de un libro que con su licencia fue impreso, y intitulado Exhortación a la devoción de la Virgen Madre de Dios, compuesto por Fr. Melchior de Cetina, lector de Teología de la Orden de San Francisco, el cual dicho libro tiene diez y siete pliegos, que, al dicho precio, monta, cada libro en papel dos reales; y mandaron que al dicho precio se venda, y no a más; y que esta tasa se ponga en el principio y primer pliego de cada libro, para que se sepa el precio a lo que se ha de vender; y no se pueda vender ni venda de otra manera, como consta y parece por el decreto original de la dicha tasa que en mi oficio queda, a que me refiero; y para que de ello conste, de mandamiento de los dichos señores del Consejo y pedimento del susodicho, doy esta fe en la villa de Madrid, en 9 de mayo de 1618.
D. Hernando de Vallejo.
El rey…
Por cuanto por parte de vos, Fr. Melchior de Cetina, religioso de la Orden del Señor San Francisco de la Provincia de Castilla, nos fué hecha relación que habíades escrito un libro intitulado Exhortación de la devoción, que todos los cristianos deben tener con la Virgen Santísima, Madre de Dios y Señora nuestra, y que teníades licencia del provincial de la dicha Provincia para presentarle ante nos y para poderlo imprimir, y nos suplicastes os mandásemos dar licencia para poderlo hacer y privilegio para que sin vuestro consentimiento nadie lo pueda imprimir, o como la nuestra merced fuese, lo cual visto por los del nuestro Consejo, por cuanto en el dicho libro se hizo la diligencia que por la premática sobre ello fecha se dispone, fue acordado que debíamos mandar dar esta nuestra cédula en la dicha razón, y nos tuvimoslo por bien; por lo cual vos damos licencia y facultad para que por tiempo y espacio de diez años cumplidos primeros siguientes, que corran y se cuenten desde el día de la fecha de esta nuestra cédula en adelante, vos o a la persona que para ello vuestro poder hubiere, y no otra alguna, podáis imprimir y vender el dicho libro de que de suso se hace mención; y por la presente damos licencia y facultad a cualquier impresor de nuestros reinos que nombráredes para que durante el dicho tiempo le pueda imprimir y vender por el original que en el nuestro Consejo se vió que va rabricado y firmado al fin de Hernando de Vallejo, nuestro escribano de cámara y uno de los que en él residen con quintes; y primero que se venda, lo traigáis ante ellos, juntamente con el original; para que se vea si la dicha impresión está conforme a él, traigáis fee en pública forma como por corrector por nos nombrado se vió y corrigió la dicha impresión por el dicho original; y mandamos al dicho impresor que ansi imprimiere el dicho libro no imprima el principio y primer pliego de él, ni entregue más que un solo libro con su original al autor y persona a cuya costa lo imprimiere, ni otra cosa alguna para efecto de la dicha corrección y tasa; que antes y primero el dicho libro esté corregido y tasado por los del nuestro Consejo, y estando hecho y no de otra manera, pueda imprimir el dicho principio y primer pliego, en el cual inmediatamente ponga esta nuestra licencia y la aprobación y erratas; ni lo podáis vender, ni vendáis vos ni otra persona alguna, hasta que esté el dicho libro en la forma susodicha, so pena de caer e incurrir en las penas contenidas en la premática y leyes de nuestros reinos que sobre ello disponen; y mandamos que durante el dicho tiempo, persona alguna, sin vuestra licencia, no le pueda imprimir ni vender, so pena que el que lo imprimiese y vendiere haya perdido y pierda cualesquier libros, moldes y aparejos que de él tuviere; y mas incurra en la pena de cincuenta mil maravedís por cada vez que lo contrario hiciere; de la cual dicha pena, sea la tercera parte para nuestra cámara, y la otra tercera parte para el juez que lo sentenciare, y la otra tercera parte para el que lo denunciare; y mandamos a los del nuestro Consejo, presidente y oidores de las nuestras audiencias, alcaldes, alguaciles de la nuestra casa y corte y chancillerías y otras cualesquier justicias de todas las ciudades, villas y lugares de los nuestros reinos y señoríos, y cada uno en su jurisdicción, ansi a los que ahora son como los que serán de aqui adelante, que vos guarden y cumplan esta nuestra cédula y merced que ansi vos hacemos; y contra ella no vayan ni pasen ni consientan ir ni pasar en manera alguna, so pena de la nuestra merced y de diez mil maravedís para la nuestra cámara. Fecha en Madrid, a 4 días del mes de febrero de 1618 años.
Por mandato del rey nuestro señor, Pedro de Contreras.
APROBACION
Por comisión de nuestro P. Pr. Felipe de Ayala, consultor del Santo Oficio de la Inquisición y provincial de esta Provincia de Castilla de la Orden de nuestro Padre San Francisco, he visto un libro intitulado Exhortación a la devoción de la Virgen santisima. Madre de Dios y Señora nuestra, compuesto por el Padre Fray Melchior de Cetina, lector de Teología y padre perpetuo de la dicha Provincia; en el cual su autor junto con gran devoción, ha mostrado sus muchas letras, pues se verán en él gravisimos lugares de la Santa Escritura declarados con varia lección de santos, muchas y muy pías consideraciones, que en las almas y corazones de los fieles han de causar gran devoción, y amorosos afectos con la Virgen, Señora nuestra. Es doctrina toda sana y muy católica, libre de toda sospecha de error, por lo cual se puede y debe dar licencia para que salga a luz y se imprima. Fecha en este convento de San Francisco, de Alcalá, a 12 de septiembre del año ás 1617.
Fr. Joán de Estrada
LICENCIA DEL PERLADO
Fray Felipe de Ayala, consultor del Santo Oficio de la Inquisición y ministro provincial de la Provincia de Castilla de la Orden de nuestro Padre San Francisco, al P. Fr. Melchior de Cetina, lector de Teología y padre perpetuo de la dicha Provincia, salud y paz en el Señor. Por cuanto vuesa paternidad me ha hecho relación de que ha escrito un libro intitulado Exhortación a la devoción de nuestra Señora, que todos los cristianos deben tener, etc., el cual por nuestra comisión ha visto y aprobado el Padre F. Juánn de Estrada, lector jubilado y definidor de nuestra Provincia; y porque confío que de sacarle a luz se servirá nuestro Señor y redundará en mucha devoción de su benditísima Madre: Por tanto, por las presentes le doy a vuesa paternidad licencia para que pueda presentarle en el Consejo Real y para que con su acuerdo le pueda imprimir: en fe de lo cual di ésta, firmada de mi nombre y sellada con el sello mayor de mi oficio; fecha en nuestro convento de San Francisco, de Alcalá, en 12 dias del mes de diciembre d'e 1617.
Fr. Felipe de Ayala
Ministro provincial.
APROBACION
Por comisión del señor vicario general de esta villa de Madrid, corte de su majestad, he visto un libro intitulado Exhortación a la devoción de la Virgen santísima, Madre de Dios y Señora nuestra, compuesto por nuestro P. Fr. Melchior de Cetina, lector de Teología y padre perpetuo de la Provincia de Castilla de la Regular Observancia de nuestro Padre San Francisco; y cuando la importancia de él no se conociera del asunto y del autor, la doctrina es tan conforme a la de los santos, tan llena de su autoridad, tan ajena de toda sospecha de error y tan llena de devoción y piedad, que se malograría un lucido trabajo y piadosa intención y un gran consuelo que de su leyenda pueden recibir los que son y desean ser devotos de la serenísima Reina del cielo, Madre de Dios y Señora nuestra, si no saliese a luz para que la dará a cualquier que pasare los ojos por ella. Por lo cual es mi parecer que se puede y debe dar licencia para que se imprima en papel, para que de alli se traslade a los corazones de los devotos de nuestra Señora. Dada en San Francisco, de Madrid, en 6 de enero de 1618 años. Esclavo del Santísimo Sacramento y de la Purísima Virgen María.
Fr. Lope Páez.
APROBACION
Por mandato de V. A. he visto un libro intitulado Exhortación a la devoción de la Virgen santísima. Madre de Dios y Señora nuestra, compuesto por el P. Fr. Melchior de Cetina, en el cual no sólo no hay cosa que ofenda a la fe y costumbres de la Iglesia santa, mas antes todo lo que en él se trata con grande erudición favorece muy mucho las santas costumbres y aviva la fe. Porque en él su autor, muy docta y muy piadosa y eficazmennte, persuade su intento y enseña juntamente a los que han alcanzado la celsitud de ser esclavos de la Virgen Madre cómo deben cumplir con tan soberana obligación. Y a los que por haber sido remisos no han llegado a merecer este nombre, los mueve y aficiona y con eficacia enciende su deseo a gozar de esta prorrogativa grande y de los favores de ella, encaminando por medio tan suave y tan dulce sus almas a la eterna salud. El libro es importantísimo, y debe V. A. mandar que se imprima para bien de todos. En este colegio de Doña María de Aragón y por su rector, en 22 de enero de 1618 año.
Fray Baltasar de Ajofrín
DEDICATORIA.
A la madre abadesa y monjas del muy religioso convento de Santa Ursula, de Alcalá, Fr. Melchior de Cetina, padre perpetuo de la Provincia de Castilla, desea salud y suma felicidad. Aquel famoso predicador del pueblo hebreo Jesús, hijo de Sirach, autor, según San Jerónimo y la común de los Doctores, del libro del Eclesiástico (aunque no falta quien, con los demás sapienciales, se le atribuye al sapientísimo Salomón), entre otros saludables documentos que para reformación de las costumbres y buena instrucción de los que desean servir a Dios les da en aquel libro, dice en el capítulo 6 estas palabras: In omni animo tuo accede ad illam, et in omni virtute tua observa vias eius, investiga illam, et manifestabitur tibi; et continens sanctus, ne derelinquas eam; et in novissimis invenies réquiem. Palabras que a la letra se han de entender de la Sabiduría; y como ella es la luz que nos ha de alumbrar en el conocimiento de la virtud que habemos de seguir y de los vicios de que nos habemos de apartar, en ellas nos enseña el Espíritu Santo a poner nuestra afición en la sabiduría y amarla de todo corazón: In omni animo tuo accede ad illam. Y a que con todas nuestras fuerzas guardemos las reglas de su doctrina: In omni virtute tua observa vias eius. A que la busquemos con cuidado hasta hallarla: investiga illam et manifestabitur tibi; y a que, habiendo salido con nuestro intento, sepamos estimar tan gran don: et continens sanctus ne derelinquas eam; porque por ese camino se alcanza el eterno descanso de que gozan los que la poeen: et in novissimis invenies réquiem.
De la sabiduría, como tengo dicho, se entienden estas palabras. Pero siguiendo el espíritu de la Iglesia nuestra madre que las cosas que en la Escritura se dicen de la Sabiduría las acomoda en sentido místico a la sacratísima Virgen, nuestra Señora, le podemos también aplicar estas palabras, para enseñar con ellas a los devotos y devotas de esta Reina celestial a amarla y servirla de todo corazón, a imitar sus divinas costumbres, a buscarla y a valemos de su favor en todas nuestras necesidades y a que nos preciemos mucho de tenerla por Señora, porque por ese camino granjeemos su favor en la hora de la muerte y después de ella alcancemos eterno descanso. Estas palabras, muy religiosas señoras, generalmente hablan con todos, porque, como en el discurso de este libro se verá, ninguno hay que no sea muy interesado en tener a la Virgen y Madre de Dios por Patrona y Abogada.
Pero como si en particular se las hubieran dicho a cada una de las religiosas de esa santa casa, así cualquiera las ha tomado por sí, obedeciendo y poniendo en ejecución este consejo del Espíritu Santo; porque, si miramos a su profesión, en que se consagran a la Virgen benditísima en reverencia de su purísima concepción, dejando el mundo cuanto en él se codicia, libertad, honra, riquezas y deleites, y eligiendo las cosas contrarias a éstas, clausura, pobreza, obediencia y castidad, ¿qué mayores pruebas del amor con que aman a Dios y a su benditísima Madre se pueden dar? Queriendo el enamorado Joán persuadirnos al amor de Dios y declarar el modo de amarle, le decía: Filioli, non diligamus verbo, et lingua, sed opere et veritate. No sea nuestra afición de lengua, sino de corazón; ni de palabras, sino de obras.
Las palabras solas son testigos sospechosos en prueba del amor; y por eso dice San Joán que no se cumple con el amor de Dios solamente con la lengua y con palabras, sino con obras y corazón. Pues si las obras son quien dan testimonio más cumplido en prueba del amor, qué mayor testimonio se puede dar, vírgines santas, del am or con que aman al celestial Esposo y a su gloriosa Madre, pues por su amor han renunciado cuanto el mundo estima, sin que haya cosa en él a quien hayan dado parte de su afición, siguiendo el consejo del Espíritu Santo: ¿in omni animo tuo accede ad illam? ¿Y qué mayor muestra de que desean imitar las costumbres de esta celestial Princesa y seguir sus pisadas in omni virtute tua observa vias eius, pues le cuentan los pasos de la vida desde que puso el pie en el suelo, que fue desde su inmaculada concepción? Hallando tan grande regalo espiritual, que les ha robado las entrañas y apoderádose de su devoción, de manera que a la pureza de la Virgen santísima en su purísima concepción se han sacrificado a sí mesmas. Aquellas palabras de los Cantares en el capítulo séptimo “Quam pulchri sunt gresus tui, filia Principis”, que algunos de los expositores se las atribuyen al Esposo, otros dicen que son palabras de los ángeles que estaban a la mira contándole a la sacratísima Virgen los pasos, que. admirados de los primeros con que entró en el mundo, por ser tan diferentes de todos los demás hijos de Adán, que entran en esta vida descompuestos, dando de ojos y tropezando en el pecado original, llenos de asombro y espanto, le cantaron a la Virgen la gala, diciendo: Quam pulchri sunt: ¡cuán hermosos son vuestros pasos, celestial Princesa! No se halla en ellos fealdad de culpa, sino belleza y hermosura de la gracia con que os previno Dios para no caer en pecado. Séame lícito comparar a estas santas vírgines con los ángeles, que San Cipriano iguales con ellos las llamó: «Cum caste perseveratis, angelis Dei estis aequales» Y San Ambrosio, habiendo comparado a las vírgines con los ángeles, dice: «Ne miremini, qui angelis comparentur, qui angelorum Domino copulantur» Como si dijera: No le parezca a nadie que en decir esto me he ido de boca ni que he salido de los límites de la razón; nadie tiene que espantarse de que comparemos con los ángeles a los que el Señor de los ángeles tiene unidos consigo. Angeles de la tierra son las vírgines. Y volviendo a mi propósito: como los ángeles del cielo, admirados de los primeros pasos de la Virgen, nuestra Señora, rompieron en sus alabanzas, así los ángeles de la tierra, estas sagradas vírgines, poniéndose a considerar los pasos y caminos de la Virgen, nuestra Señora, con deseo de rastrear sus huellas y seguir sus pisadas, cuando miraron los primeros pasos que dió en esta vida y la gallardía y gentileza que en ellos guardó, no tropezando donde todos caen ni saliendo enlodada de donde todos salimos tiznados. Ya que estos pasos, por ser tan superiores a nuestras fuerzas, no sean imitables, quedaron a lo menos embelesadas de su grandeza, considerando en ellos a la Virgen con tan copiosa gracia, que la previno del pecado de la naturaleza, y tan amable, que, cuando los demás hijos de Adán se hacen hijos de ira y de la indignación de Dios, entonces pone Dios en ella su afición, y el Padre la elige por hija, y el Hijo, por madre, y el Espíritu Santo, por esposa, y toda la Santísima Trinidad, por templo de su morada. Cuando consideraron estos ángeles de la tierra la profundidad de tantos y tan admirables misterios, no como quierarompieron en alabanzas de la Virgen, sino que le entregaron su libertad y se ofrecieron por sus esclavas para ocuparse siempre en su servicio y en sus continuas alabanzas.
Todos los pasos que la Virgen santísima dió y todas las virtudes en que se ejercitó las tienen bien contadas estas amadoras y siervas suyas; y del dechado de su vida y santas costumbres sacan las labores de virtud en que se ejercitan, con que tan edificado tienen el mundo y agradado el cielo. Pero el primer paso que la Virgen, nuestra Señora, dió en este mundo les arrebató los corazones y se llevó tras sí a estas santas vírgines para servir al celestial Esposo, conforme a lo que David dijo: Aducentur Regi virgines post eam, etc. Lo cual a la letra se entiende de la sacratísima Virgen, Madre de Dios, y de las que a su imitación han consagrado a Dios su virginal pureza.
Nuestra Señora es quien guía la danza de las vírgines que siguen al Cordero; y por eso es llamada Virgen de las vírgines, porque ella fue la primera, y las demás la siguen. Pero cuando otros pasos no hubiera dado, por el primero, que fue el de su santísima concepción, hallaron razón estas sagradas vírgines de quien en particular voy hablando, para venirse en su seguimiento. Huyendo de los peligros del mundo, se acogieron a la casa de la sacratísima Virgen para valerse de su favor; y ahí se han encontrado con ella, porque no se niega a quien la busca con cuidado: investiga illam et manibestabitur tibi. Y como en la vida han tomado a la Virgen por Patrona, con esto han cobrado ciertas prendas del patrocinio que les hará en la muerte y del descanso que después de ella alcanzarán por su intercesión: et in novissimis invenies requiem.
Esto las tiene a estas religiosas tan deseosas de servir a esta gran Princesa, que quien más puede, más la sirve; y a todas les parece poco lo que hacen respecto de los deseos grandes que de servirla tienen. Entre otros servicios que, a la Virgen, Madre de Dios, se han hecho en esta su casa, en los años pasados levantó Dios el espíritu de una gran sierva suya y de su santísima madre, por nombre Inés de San Pablo, que ya descansa en paz, para que instituyese en ese santo convento una COFRADÍA Y HERMANDAD DE ESCLAVOS DE LA VIRGEN, MADRE DE DIOS, ansí de las religiosas como de otras personas devotas, para que se empleasen en servir a esta Reina celestial con nombre de sus esclavos. Glorioso nombre para los devotos de esta divina Señora, pues con nombre de esclava del Señor respondió su Señora y Patrona a la embajada que le trujo el ángel ofreciéndole la altísima dignidad ds Madre de Dios.
Y el mismo Hijo de Dios, que, en cuanto Dios, era igual en dignidad y potestad con su Padre, aequalis Patri secumdum divinitatem, en cuanto hombre, se le ofreció por esclavo, diciendo por David: Servus tuus sum ego et filius ancillae tuae. Por ser Hijo de la Esclava de Dios, se reconoció Cristo, en cuanto hombre, por esclavo de su Padre, porque, como el derecho lo dispone, servitus sequitur ventrem: el hijo de la esclava nace esclavo. Imitando, pues, a Hijo y a Madre, ordenó la devota fundadora de esta santa Hermandad que los hermanos y hermanas de ella se llamasen esclavos de nuestra Señora.
Recibió, pues, toda la comunidad esta santa Hermandad, aunque a los principios hubo alguna repugnancia, por ser cosa nueva; pero, como era cosa del servicio de nuestra Señora, fácilmente se convinieron sus devotas, y de común consentimiento se hicieron algunas Ordenaciones llenas de devoción y de piedad, y con aprobación de los superiores las recibieron y con ellas vivieron algunos años en servicio de la Reina celestial. Hasta que en el año de 1608 el MUY VENERABLE P. Fr. JUÁN DE LOS ANGELES, de la Orden de nuestro Padre San Francisco, y padre de la Provincia de San José, y provincial que en ella había sido, hermano de esta santa Hermandad de Esclavos de nuestra Señora, reformó las dichas Ordenaciones, y las puso en mejor estilo, y las imprimió en la forma que hasta aquí han dado en un librito pequeño cuyo título es Cofradía y devoción de las esclavas y esclavos de nuestra Señora la Virgen Santísima María.
Pero considerando las religiosas del dicho convento, esclavas de la Madre de Dios, que su devoción ha sido seminario de donde tantas hermandades han salido y que la Esclavitud de nuestra Señora está tan dilatada por toda la cristiandad, han deseado que se alarguen más las diclias Ordenaciones, para ocasionar con ellas a los devotos de esta Reina celestial a que más la sirvan, y que juntamente se ponga una exhortación sacada de la doctrina de los santos, para persuadir a los tibios a la devoción de la Madre de Dios, nuestra Señora; y aunque en esta Hermandad hay muchas personas a quien esto se les pudiera haber encomendado que por sus muchas letras y suficiencia dieran mejor cuenta de esta encomienda que yo aquí en esto sea encomendado. Al fin, como el menor de los esclavos de la Virgen nuestra Señora, no he querido excusarme, sino obedecer humildemente, por ser servicio de nuestra Reina y Señora y petición de las que juntamente conmigo son esclavas de esta Reina celestial.
Con deseo, pues, de persuadir a todos a su devoción, he hecho este breve tratado, en que, habiendo puesto las razones que podrán mover a la devoción de nuestra Señora y a los deseos de servirla, sacado de la doctrina de los Doctores santos, trato de esta Hermandad que con este intento se fundó con nombre de nuestra Señora y pongo las Constituciones que en ella y en las que a su imitación se fundaren se han de guardar, añadiendo poco a las que antes estaban recebidas, porque la muchedumbre de leyes suele ser razón de quebrantarlas ligeramente, y siendo pocas y fáciles, se acomoda mejor a ellas nuestra flaqueza.
Esta obra, señoras, por mil razones, se debe a vuestras mercedes, pues siendo de los esclavos de nuestra Señora no se les puede negar, porque ese convento fué el primero de donde nació esta devoción y porque vuestras mercedes, con santo celo del servicio de esta gran Reina y Señora, desearon que se hiciese este tratado y me pidieron que yo le hiciese. Reciban en él mis deseos de servir a ese santo convento, que cuando las obligaciones que a servirle tengo no fueran tantas, el haberme recebido a su santa Hermandad por esclavo de la Reina del cielo me obliga a servirlas toda la vida. Plega a Dios que a todos nos admita esta gran Reina por sus esclavos y que, como a tales, nos reciba debajo de su amparo y protección, pues debajo de su tutela estaremos seguros de los peligros de esta vida y por su intercesión conseguiremos los bienes de la eterna.
Fr. MELCHOR DE CETINA
Esclavo de Nuestra Señora
CAPÍTULO I
DE LA EXCELENCIA DE LA MADRE DE DIOS Y DE LA VIRTUD QUE TIENE DE LLEVARSE TRAS SÍ LOS CORAZONES
Son las excelencias y prerrogativas de la Madre de Dios y Señora nuestra tan superiores de todo humano entendimiento, que a los más levantados ingenios se les van de vuelo y no las pueden alcanzar, porque son cortos los senos de nuestra capacidad para comprehender tanta grandeza; y ansí, el que más presumiere de adelantar el tiro, vendrá a dar cinco de corto acerca de este misterio. Ansí lo confiesa el cardenal Pedro Damiano en un sermón de nuestra Señora: «Nullus humanus sermo, in laude Virginis invenitur idoneus, et impar est illi omne humanae laudis praeconium». No hay palabras de hombres tan elocuentes que sean idóneas y suficientes para alabar a la Virgen; cualquiera encarecimiento de la lengua humana es desigual a su grandeza. Y en el segundo sermón de la misma festividad, adelantando este mismo pensamiento, dice: «Quid mirum si haec ineffabilis Virgo, suis laudibus modum humana vocis exuperet, cum ipsam humani generis naturam, excellentium meritorum dignitate transcendat», etc. ¿Qué mucho que en sus alabanzas sobrepuje esta Virgen inefable el modo de los encarecimientos humanos, pues en la dignidad de sus merecimientos excede a la misma humana naturaleza? Para encarecer dignamente sus alabanzas, ni la elocuencia y destreza en bien decir de los retóricos, ni los sutiles argumentos de los dialécticos, ni los agudos ingenios de los filósofos son idóneos y suficientes. Hasta aquí son palabras del sobredicho cardenal, en que declara bien la cortedad del humano ingenio para alabar dignamente a la Reina del cielo, nuestra Señora. Más subió de punto esta consideración el glorioso Padre San Juan Damasceno diciendo en la segunda oración de la Asumpción de la Virgen: «Nec si omnes toto orbe dispersae linguae in unum coeant, eius laudes oratione consequi possent». No sólo la lengua de cualquier hombre por sí solo, pero si se juntasen en uno todas las que por el mundo estan disparcidas, no serían bastantes para alabar dignamente a nuestra Señora. Más se adelantó en el primer sermón de la misma festividad, porque no solamente dice que no son bastantes las lenguas de los hombres para este efecto, pero ni aun las de los ángeles, con quien se conformó San bernardo (Serm. 4 de Assamptione): «Quaenan poterit lingua etiam si angelica sit, dignis extollere laudibus, Virginem Matrem, et Matrem non cuiuscumque, sed Dei» ¿Qué lengua, aunque sea de ángel, podrá engrandecer con dignas alabanzas a la Virgen, que mereció ser madre, y madre no de quienquiera, sino del mismo Dios? Y, juzgando esto por imposible, llama en el mesmo sermón a la Virgen inefable e indecible, porque no hay palabras que igualen a sus alabanzas para poder dignamente hablar en ella.
Anduvo la poderosa mano de Dios tan larga y liberal con su Madre en hacerle mercedes, firmarle privilegios y concederle exenciones sobre todas las criaturas, que dudó el glorioso Padre San Bernardo, declarando aquellas palabras del ángel: Et virtus altissimi obumbrabit tibi, en si la misma Virgen pudo comprehender la grandeza de los dones que Dios le concedió. Pero, aunque el glorioso San Bernardo lo puso en duda, San Agustín no la tuvo; y ansí, en la Exposición sobre el cántico de la Magnijicat», dice: Atrévome a decir que aun la misma Virgen no pudiera explicar cumplidamente tanto bien como pudo recibir: «Audacter dico, quod neque ipsa Virgo plene explicare potuit quod capere potuit». De manera que las dignas alabanzas de nuestra Señora ni hay lengua de hombres, ni de ángeles, ni la misma Virgen es bastante para poderlas explicar; sólo Dios podrá hacer eso (como lo dice Andrea Cretense en una oración en alabanza de nuestra Señora): «Quam Dei tantum est, laudare pro dignitate». Y la razón es clara, porque no se puede alabar dignamente lo que enteramente no se puede conocer; y de aquí es que ninguna pura criatura, aunque sea de los más supremos serafines, podrá dignamente alabar a la Virgen, porque para esto fuera menester comprehender al incomprehensible Dios, en quien se termina la dignidad de Madre suya, de que goza la Virgen por singular merced de Dios; de donde se sigue que sólo Dios, que en conocerse y en conocer la grandeza de su Madre es solo, la podrá alabar dignamente: «Quam Dei tantum est laudare pro dignitate».
De aquí nacían aquellos reverenciales temores de San Bernardo cuando había de tomar la pluma en la mano para escribir o había de predicar las grandezas de esta gran Señora, y por eso dijo en el sermón 4 De Assumptione, arriba alegado: No hay cosa para mí de mayor deleite que hablar en la Virgen y ocuparme en sus alabanzas; pero tras eso, no hay cosa que más me atemorice ni que me cause mayor turbación: «Nichil est quod magis delectet; sed neque quod magis terreat, quam de gloria Virginis habere, sermonem». Peleaban en este santo Doctor el amor y el temor de ía Virgen nuestra Señora; el amor que la tenía le deleitaba en sus alabanzas, diciéndole con David: Quam dulcia faucibus meis, etc. Pero, por otra parte, el temor reverencial que le tenía le echaba trabas y le detenía, pareciéndole, como arriba dijimos de sentencia suya, que ni las lenguas de los hombres ni las de los ángeles son bastantes para alabarla dignamente.
Pero, aunque sea verdad que todos los santos confiesan la cortedad del humano ingenio respecto de las dignas alabanzas de la Virgen, no por eso ha dejado de ocuparse en ellas, llegando hasta donde han podido y diciendo lo que en parte han alcanzado, confesando con humildad su parvulez respecto del todo de las grandezas de esta celestial Princesa, que son tantas y tales, que sólo Dios, que se las dió, las podrá conocer y alabarlas por entero. Asombrado San Anselmo de la celsitud de la maternidad de Dios, confiesa que es la mayor alteza que después de Dios se puede imaginar; pero, con todo eso, nos aconseja que no dejemos de contemplarla y rumiar en ella como mejor podamos; que, ya que por su grandeza no la podamos comprehender, no nos niegan el rumiar en ella para alcanzar de sus grandezas lo que nuestra pequeñez pudiere descubrir: «Nam tametsi comprehendere non sit datum, ruminare non est negatum». Esto me ha puesto aliento para tratar en este librito de la devoción que se debe tener con nuestra Señora, y en este capítulo, de la excelencia de su santidad; porque aunque, respecto de tan gran sujeto, conozco mi insuficiencia, ya que no pueda comprehender el todo de las grandezas de la Virgen, rumiando en lo que los Doctores dijeron con la agudeza de sus ingenios y ayudados de la gracia de Dios que los favorecía, podré yo decir alguna parte, aunque sea la menor, respecto de lo que se pudiera decir de las grandezas de esta Reina soberana.
El principio de todos los dones y gracias que Dios le concedió y el cimiento sobre que apoyan todas las prerrogativas y favores que de su poderosa mano recibió, con que tiene pasmados a los ángeles y a los hombres, fué el haberle en su eternidad elegido Dios por Madre. De aquí se siguió la suma santidad, la inviolable virginidad, la copiosa gracia y la excesiva gloria, y los demás privilegios de que la Virgen participa, todo fué disponerla con estos dones para que fuese digna Madre de Dios. Hablando el Doctor Angélico, Santo Tomás de la dignidad de la Madre de Dios, dijo: «Hic titulus, ut admirabilis est, ita admirabilis sanctimoniae universae divitias postulat». Ansí como este título de Madre de Dios es admirable, ansí requiere todo el caudal de las riquezas de santidad. Y el cancelario parisiense Gersón declarando aquellas palabras de San Mateo, capítulo primo: De qua natus est Iesus, pui üocatur Christus, dice: «De estas palabras se sigue un principio de fe; que la Virgen es Madre de Jesús, que se llama Cristo, y, consecutivamente, que es Madre de Dios, porque Jesucristo es Dios». Y de este principio se saca otro: que, siendo Madre de Dios, convenía que fuese tal su pureza, como dijo San Anselmo (lib. De conceptu virginali, c. 18), que de Dios abajo no se pudiese imaginar otra mayor: «Decuit Virginem ea puritate nitere, qua maior sub Deo nequit intelligi». De estos dos principios, dice Gersón, como de un copiosísimo seminario de alabanzas, se han de colegir las de la Virgen, porque de aquí se sigue que no ha de haber gracia, ni privilegio, ni merced, ni favor concedido a ninguna pura criatura que con eminencia no se halle en la Virgen, Madre de Dios, en quien epilogó Dios todo lo bueno de naturaleza y de gracia que entre todos tiene repartido; cuanto bueno hay en los ángeles y en los hombres, todo está en la Virgen con grandes ventajas.
Los teólogos coligen los excelentísimos dones de la humanidad de Cristo de este título: de que este hombre. Cristo, es Hijo de Dios, y en razón de esto convenía que su santísima humanidad se adornase de todos los dones celestiales y divinos sobre toda criatura. Ansí también, de este título Theotocos, que es Madre de Dios, que contra la impiedad de Nestorio le concedió la fe de la Iglesia a la Virgen, nuestra Señora, en el concilio niceno, que después de Dios es el título más glorioso, habemos de colegir que convenía que después de su Hijo fuese adornada de toda gracia divina, cual convenía a la suprema dignidad concedida a pura criatura de ser Madre de Dios. Ansí lo dice Dionisio Cartujano (lib. 1 De laudibus Virginis): «Después de los prestantísimos dones de gracia que se le concedieron a la humanidad de Cristo, el primer grado de excelencia tienen los que se le concedieron a su Madre; y ansí, en los dones de gracia gratis data como en los dones, hábitos y obras de la gracia gratum faciente tiene el primer lugar después de su Hijo». Esto dice Dionisio; de donde se colige que quien tan cercana está a Dios que participa de sus dones en primer lugar después de su Hijo y que tendrá tanta abundancia de ellos, y en grado tan heroico, que sea un mar de gracias, conforme la interpretación de su nombre; que María, mar quiere decir; y como el mar es congregación de aguas, así María es congregación de gracias y mar de tanta profundidad, que no hay ingenio humano que baste a poderle apear.
Santo Tomás en la primera parte de su Suma, nos confirma este pensamiento, diciendo que la humanidad de Cristo, por estar unida con Dios, y la bienaventuranza, criada por ser fruición de Dios, y la Virgen bienaventurada, por ser Madre de Dios, tienen cierta dignidad infinita, que procede del bien infinito, que es Dios. Y por esta parte, ninguna cosa puede ser mejor que ninguna de estas tres, como ninguna puede ser mejor que Dios; esto dice San Tomás. Y San Buenaventura en el libro que intituló Espejo de la Virgen, hablando de la dignidad de la Madre de Dios, afirma que la Virgen fué tal Madre, que no la pudo Dios hacer mejor; bien pudo Dios hacer mejor cielo y mejor mundo, pero mejor madre que la Madre de Dios, no la pudo hacer; que el día que la hizo tal se ató las manos para no poderla hacer mejor. Y habla el santo de la Virgen no en cuanto persona particular, sino en cuanto Madre de Dios, que no puede ser mejor, porque la maternidad es un respeto que mira al hijo, y el ser que tiene es un orden al hijo; y como no puede Dios hacer mejor Hijo, tampoco ni mejor Madre. Tal, pues, es la dignidad y excelencia de la Madre de Dios, que en las gracias y dones naturales tiene el primer lugar después de su Hijo, y en la dignidad de Madre de Dios es tal, que la omnipotencia divina no se extiende a poderla hacer mejor.
De este mismo principio de ser Madre de Dios se sigue también ser la persona más conjunta a la persona del Salvador, que es el autor de la gracia y de la gloria y el justo dispensador de todos los bienes; y, por el consiguiente, será quien más participa, de ellos; que como el que está más cercano al sol participa más de su luz y el más cercano al fuego participa más del calor, y ansí de los demás, ansí también participa más de los dones de Cristo su santísima Madre, por estar tan unida y conjunta con él que ni el entendimiento no basta a dividirlos ni a considerar el uno sin el otro. Unión bien estrecha y nudo bien apretado es el que la naturaleza dió entre el alma y el cuerpo, pero la muerte desata ese nudo y quebranta ese engarce, y da con el cuerpo en la sepultura y con el alma ante el tribunal del juicio de Dios, para que le den pena o gloria conforme a sus merecimientos. Y aun antes que llegue la muerte, suele hacer el mismo efecto el amor, de quien Aristóteles dijo que a las veces suele el alma desamparar el cuerpo que anima por irse a gozar de lo que ama: Amantis anima plus est, ubi amat, quam ubi animat. De donde vino a decir Salomón que el amor es fuerte como la muerte, porque ambos hacen el mismo efecto de apartar el alma y el cuerpo; por muy casados que estén, hacen divorcio entre los dos y apartan al uno del otro. La unión de la humanidad con el Verbo fué tan estrecha, que, aunque en la muerte del Salvador se apartó el alma del cuerpo, siempre la divinidad se quedó unida con ambos a dos; pero al fin no hay teólogo que niegue que, si el Verbo visasase de su poder absoluto, podría deshacer este nudo y disolver la unión. Mayor es que las dichas la unión que hay entre la esencia divina y sus atributos, por la suma sencillez que hay en Dios, de donde vino a resolver la Escuela que in divinis omnia sunt unum, ubi non obviat relationis oppositio. Sólo entre las divinas personas hay diferencia, por ser diferentes las relaciones que las constituyen; en todo lo demás no hay división, sino unidad y suma paz y concordia; pero con todo eso, el entendimiento hila tan delgado, que halla distinción y diferencia, y dice que aunque esencialmente todo lo que hay en Dios es Dios, pero que formalmente la justicia no es misericordia ni el entendimiento es voluntad y que las acciones son diferentes, porque con el entendimiento engendra el Padre, y no con la voluntad, y con la voluntad espira, y no con el entendimiento, y aunque en suma unidad e identidad real, ninguna mayor que la de la esencia con personas y atributos divinos; pero, con todo eso, la razón halla distinción y considera el uno sin el otro; no hay al fin unión tan estrecha donde o la naturaleza o a lo menos la razón no halle diferencia y pueda hacer división. Sólo hallaremos que la unión que la madre tiene con el hijo, y la maternidad con la filiación, y las semejantes que hay entre los relativos son tan estrechas, que ni con el entendimiento se pueden deshacer ni apartarse un relativo de otro, porque su ser consiste en aquel respecto con que el uno al otro se miran. De tal manera mira el hijo a la madre y la madre al hijo, que no se puede hallar el uno sin el otro: ni la madre será madre si no tiene hijo, ni el hijo será hijo si no tiene madre. Hay entre la madre y el hijo una unión tan fuerte, que no hay maña ni fuerzas que basten a deshacerla. De este principio podemos colegir la excelencia de la Virgen sobre toda criatura, porque si la Madre de Dios es la cosa más conjunta con su Hijo, y tanto que ni por obra de entendimiento se puede dividir de él, siendo como lo es el Hijo la fuente de toda bondad y santidad y el principio de la gracia y de la gloria, bien se sigue que después de su Hijo será la Virgen la que más participa de estos dones, la más buena, la más santa, la más llena de gracia y la que goza de más aventajada gloria, con inmensas ventajas a todos los ángeles y a los hombres.
De lo dicho podemos sacar por conclusión la razón que hay de amar a la Virgen y de poner en ella nuestra devoción, porque si el objeto de la voluntad es el bien, y si no es con ese cebo del bien verdadero, o por lo menos aparente, jamás la voluntad de la cosa amada se deja caer en los lazos del amante; donde hay la suma bondad que después de Dios es imaginable, razón será que después de Dios sea la cosa más amada. Dios, por ser suma bondad, debe ser amado sobre todas las cosas; pero pues, después de Dios, la bondad de su Madre es la mayor, debe ser después de él la cosa más amada; ésta es la virtud que la Virgen, nuestra Señora, tiene de llevarse tras sí los corazones cebados de su suma bondad. Que como la piedra imán arrebata tras sí el hierro, así la Virgen, como otra divina imán, tira hacia sí los corazones por errados que los hombres anden; se los lleva tras sí; cuando los corazones están más duros que el acero, la suavidad de la Virgen piadosísima los ablanda como cera e imprime en ellos los deseos fervorosos de servir a Dios y a ella. ¿Y qué mucho se lleve tras sí los corazones de los hombres, si el primer amartelado que la Virgen tuvo fué el mismo Dios, que en el cuarto capítulo del libro de los Cantares se querella de que le ha herido el corazón: Vulnerasti cor meum, soror mea sponsa, in uno oculorum tuorum et in uno crine colli fui? Llama Dios a su Madre con nombre de hermana y esposa para dar a entender, según San Jerónimo dice, la pureza del amor con que le amaba, que no es carnal, sino espiritual. El amor de Dios con su esposa no se ordena a corporales bodas, sino que es amor casto y limpio, cual el que entre los hermanos suele haber, Y de este amor se muestra herido el celestial Esposo: Vulnerasti cor meum, etc. Y dando la razón, dice que de uno de sus ojos le arrojó saetas, con que la Virgen le clavó el corazón, y con una guedeja de cabellos que le caía sobre el cuello le enlazó y le tiró tras sí hasta hacerle hombre en sus entrañas. In uno oculorum tuorum, por quien entiende San Cirilo Alejandrino la fe singular de la Virgen, según lo que dijo Santa Isabel cuando la visitó: Beata, quae credidiste, etc. Esta fe de la Virgen fué el pasador que le clavó a Dios el corazón: Vulnerasti cor meum, etc. Et in uno crine colli tui, por quien entiende este santo Doctor la humildad de nuestra Señora, que tiró de Dios hasta dar con él en el suelo; que común consentimiento de los Doctores es que en el mismo instante que la Virgen dijo aquellas palabras de tan profunda humildad: Ecce ancilla Domini, etc., en ese mismo instante encarnó el Verbo divino en sus entrañas. De estas dos virtudes de la Virgen, de su fe y su humildad, se sintió herido el celestial Esposo: Vulnerasti cor meum, etc. O como Símaco trasladó: Excitasti mihi cor; los merecimientos de nuestra Señora fueron los que excitaron las entrañas de la misericordia de Dios para que se hiciese hombre; de quien dijo Zacarías: Per viscera misericordiae Dei nostri in quibus visitavit nos. Y ansí dice la teología que ya que la encarnación de Dios sea un don tan alto que no cabe debajo de mere- cimiento, pero que en los santos del Testamento Viejo, y especialmente en los merecimientos de su Madre, halló Dios cierta decencia que le incitó a que se hiciese hombre, y acelerase la encarnación, porque de amores de esta celestial Princesa se sentía herido: Vulnerasti cor meum. Y esto incitó a que se hiciese hombre. Y podemos esforzar este pensamiento con la traslación de los Setenta, que leen ansí: Abstraxisti a nobis cor, soror mea sponsa, rapuisti nobis cor, in uno oculorum tuorum, et in uno ornamento colli tui. Que son palabras de toda la Santísima Trinidad dichas a la Virgen: Habéisnos llevado el corazón, vencidode vuestras singulares virtudes; entendiendo por el corazón al Verbo Eterno, según lo expone San Clemente Alejandrino (1. V Stromatum, paulo post principium). Porque como el corazón es principio de la vida corporal, ansí lo es Cristo de la vida espiritual: In ipso vita erat, etc.; y este corazón dice Dios que le llevó la Virgen el día que bajó el Verbo a encarnar en sus entrañas; y porque vuelva ya a mi propósito, si los merecimientos de la Virgen le robaron a Dios el corazón, ¿quién habrá tan rebelde que le niegue el suyo? ¿Quién no pone en ella su afición y devoción, pues fue el principio de todo nuestro bien, por cuya intercesión habernos de gozar de los merecimientos de Jesucristo? Démonos, pues, todos por vencidos del amor de esta Reina soberana, confesándole lo que (Génesis 32) le dijo el ángel a Jacob: Si contra Deum fortis fuisti, quanto magis contra hominis praevalebis: si venciste a Dios, ¿qué mucho que tras él nos demos todos por vencidos? Y muévanos a esto, entre otras razones de que adelante trataré, que el ser devotos de la Madre de Dios es señal de estar predestinados para el cielo, como se verá en el capítulo siguiente.
CAPÍTULO II
EN QUE SE DECLARA QUE LA DEVOCIÓN CON LA VLRGEN, NUESTRA SEÑORA, ES SEÑAL DE PREDESTINACIÓN Y MEDIO MUY EFICAZ PARA ALCANZAR LA GLORIA
Doctrina es del Espíritu Santo en el libro del Eclesiástico que no sabe el hombre si es digno y merecedor del amor de Dios o de su aborrecimiento: Nescit homo utrum amore vel odio dtgnussit; ni sabe si está en gracia ni en desgracia de Dios, ni si es de los escogidos ni si es de los reprobados; son ésos casos que reservó Dios para sí y que al cierto ninguno puede alcanzarlos: «saltem certitudine fidei, cui non potest subesse falsum», como lo dice el santo concilio de Trento (sess. 6, c. 9). Si por revelación Dios no lo manifiesta, como lo dice el mismo concilio en el capítulo 12, ninguno puede saber si está predestinado para el cielo ni precito para el infierno. Pero, aunque sea éste latín tan cerrado y secreto tan oculto cual cierto ninguno le puede alcanzar, no quiso Dios dejar al hombre tan a obscuras y desalumbrado de ese conocimiento, que para su consuelo no le dejase algunas señales de donde se pueden tomar algunos barrimtos y conjeturas de los que tiene Dios elegidos para el cielo; como se colige de las divinas letras y de la doctrina de los sagrados Doctores. Ansí lo dice, entre otros, el glorioso Padre San Bernardo en un sermón: Aunque sea verdad que no sabe el hombre si es digno del amor o del aborrecimiento de Dios, porque en esta vida no puede tener certidumbre de su elección, sino que la esperanza nos entretiene, y concluye: «Nescit homo utrum amore, vel odio dignus sit, quia in ista vita certitudinem electionis non habet, sed spei fiducia consolatur nos, sed ne dubitationis huius anxietate cruciemur; propter hoc data sunt signa quaedam, et indicia salutis manifesta». La esperanza, dice este santo Doctor, es la que en esta vida nos consuela; pero porque la congoja de esta incertidumbre no nos atormente, nos ha dado Dios señales e indicios manifiestos de nuestra salud. Lo mismo se pudiera confirmar con otros dichos de Doctores que dicen la mesma doctrina; pero por agora baste este testimonio, porque no nos divirtamos del intento principal.
Entre las señales de predestinación que ponen los Doctores, se debe el primer lugar a la vida inmaculada del que, examinada la conciencia, no se halla con pecado mortal, o si tuvo alguno, reconciliado con Dios por medio del sacramento de la penitencia, se conserva por mucho tiempo sin tornar a pecar mortalmente. De estos tales, el Espíritu Santo, que en ellos mora, está dando testimonio de que son hijos de Dios y escogidos suyos, según la doctrina del Apóstol (Romanos, 8): Spiritus testimonium perhibet spiritui nostro, quod sumus fili Dei: El Espíritu Santo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. De ahí nació el preciarse el mismo Apóstol ^ del testimo- nio que daba de él su buena conciencia: Gloria nostra haec est, testimonium conscientiae nostrae. Y esto decía porque habiéndola examinado no hallaba en ella pecado morteil: Nihil mihi conscius sum Indicio también es y señal de predestinación el oír y obedecer la palabra de Dios, como se colige de lo que (Act. 1 3) dice San Lucas; que, predicando los apóstoles, los oyeron todos los que estaban predestinados y ordenados a la vida eterna: audierunt autem quotquot ordinati erant ad vitam. Y el Salvador (loan. 8), reprehendiendo la incredulidad de los fariseos, les dijo: Qui ex Deo est, verba Dei audit, etc.; y porque vosotros no sois de la valía de Dios ni del número de sus escogidos, por eso no escucháis mi doctrina: Propterea oos non auditis, quia ex Deo non estis. De manera que el oír obedecer la palabra de Dios es señal de predestinación. Los trabajos también tolerados y sufridos con paciencia son señales de predestinación; porque, como dice San Pedro Crisólogo con estos golpes labra Dios las piedras que ha de asentar en la fábrica de la ciudad de Jerusalén. Que es un consuelo grande de los que padecen trabajos en esta vida, pues con ellos se disponen para gozar de eterno descanso en la otra.
Por San Mateo, en el capítulo 5, nos declaró el Salvador otra señal de predestinación en los que usan de misericordia con los afligidos y menesterosos, diciendo: Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Y para decir, en suma, otras muchas señales de predestinación, todas las ocho bienaventuranzas que Cristo contó en el Evangelio, todas son señales de los que tiene Dios elegidos para su gloria. Y dejo de contar otras señales por decir ya y poder fundar lo que hace a mi propósito para persuadir al cristiano a la devoción de la Madre de Dios y poner aliento para más servirla a los que se precian de devotos y esclavos de esta Reina celestial; que su devoción entrañable y de corazón y los deseos de reverenciarla y servirla son manifiesta señal de predestinación y de que a los tales los tiene Dios elegidos para el cielo.
Sea el primer testigo en prueba de esta verdad el glorioso San Anselmo, obispo canturiense, gran devoto y capellán de esta celestial Princesa, como lo testifican los muchos libros que escribió de sus alabanzas; en el capítulo 4 del libro que intituló De excellentia Virginis, va persuadiendo a los devotos a que mediten el cordial amor y entrañable caridad con que esta Virgen sacratísima amó y sirvió a su Hijo; y últimamente, concluye con estas palabras: «Itaque, cui saltem concessum fuerit, saepe dulci studio posse cogitari de illa, magnum promerendae salutis, indicium esse coniecto». Por señal de eterna salud pone este santo Doctor el pensar con regalo y dulzura en la vida y santas costumbres de esta Virgen soberana y en los servicios tan de corazón que a Cristo le hizo, la meditación de lo cual es propia de los devotos de la Virgen, nuestra Señora.
San Antonino de Florencia declarando aquellas palabras de la antífona de la Salve Regina «oculos ad nos converte», cita al mismo San Anselmo, que dice que como es imposible que se salven aquellos de quien la Virgenaparta sus ojos, ansí es necesario que se justifiquen y que se glorifiquen aquellos a quien convierte y vuelve los ojos de su misericordia: «Ut enim impossibile est quod illi a quibus Virgo Maria, oculos misericordiae suae averterit, salventur; ita necessarium est quod illi ad quos converterit oculos, iustificentur et salventur». Y San Germano, patriarca hierosolimitano, comparó la devoción con la Virgen, nuestra Señora, con la respiración del cuerpo natural; que ansí como ella en el animal es señal de vida y principio de las operaciones vitales, ansí el nombre santísimo de María, que tan familiar es en todo tiempo en la boca de sus devotos y esclavos, llamándola en su favor y saludándola con las palabras que el ángel la saludó en los rosarios y coronas que le ofrecen, no sólo es señal de vida y de alegría de espíritu y del favor y socorro de la Virgen, sino que solicita y alcainza estos efectos en favor de los devotos y esclavos de esta Reina de misericordia. Las palabras de este Doctor son éstas: «Quomodo corpus nostrum vitalis signum, operationis habet respirationem, ita, et sanctissimum tuum nomen, Virgo beatissima, qucd in ore servorum tuorum versatur assidue, in omni tempore locoque, nou modo vitae, et auxilii est signum, sed etiam ea arocurat, et conciliat». Y el autor del Pomerio, en el capítulo 12 de su Estelario, trae aquella famosa sentencia de San Bernardo de tanto consuelo para que el pecador no desmaye ni desconfíe de remedio: «Securum habemus accessum ad Deum, ubi Mater stat ante filium, et Filius ante Patrem, Mater ostendit. Filio, pectus, et ubera, et Filius ostendit Patri latus, et vulnera. Nulla ergo poterit esse repulsa, ubi tot concurrunt amoris insignia». Seguros, dice Bernardo, podemos llegar al tribunal de Dios a invocar su misericordia, si para con el Hijo tomamos por intercesora a su Madre, y al Hijo de Dios para con su Padre, porque la Madre le muestra al Hijo para inclinarle a sus ruegos los pechos con que le crió, y el Hijo al Padre, las llagas con que nos redimió. Con tales padrinos y valedores, seguro puede llegar el hombre de que no será despedido; donde intervienen tales señales de amor, no hay que temer que a sus súplicas se haya de responder que no ha lugar: «Non poterit esse repulsa, ubi tot concurunt amoris insignia». De este antecedente saca el Pomerio por conclusión, si no puede ser despedido, luego siguiese que servir a la Virgen es muy cierta señal de eterna salud: «Ergo serviré Mariae est certissimum signum, salutis eternae consequendae»
Aliéntese con esto el devoto de la Virgen, nuestra Señora, y el que en señal de su devoción se le ha ofrecido por esclavo, a reverenciarla y servirla en todas sus obras (y en todas digo, porque las obras del esclavo todas han de ser de su señor), pues sirviendo a esta celestial Princesa hace cierta su salvación. Tenga el esclavo de la Virgen por corona esta Esclavitud, que le libró de la servidumbre del demonio; y por libertad de su alma, esta honrosa sujeción; la Señora y el clavo que en señal de ella tiene tan escrito en el corazón téngalas por manifiestas señales de su gloria. El nombre de esclavo, a fuer de mundo, es nombre infame, porque ansí como la libertad es la cosa que el siglo en más estima. Non bene pro iota libertas venditur amo, dijo el otro poeta. Si con precio se hubiera de comprar cuanto oro viene de las Indias y cuanto allá queda en las minas, fuera corto precio para comprar el hombre su libertad. Pues como la libertad es lo que en más se estima, ansí, por el contrario, la servidumbre con que el hombre vende su libertad, su persona, sus bienes y todas sus acciones (que el esclavo nada tiene propio, todo es de su señor) es la cosa que el mundo más desestima ; pero en este reino del cielo que Cristo fundó en la tierra, donde no se vive a fuer de mundo, sino conforme a los fueros y usanza del cielo, el servir a Dios no es infamia, sino gloria; no es cautiverio, sino honrosa libertad: Qua libértate Christus nos liberaüit (ad Galatas, 4) no es avasallarse el hombre, sino hacerse rey: Servire Deo, regnare est; y el servir a su santísima Madre es tener prendas ciertas de reinar en el cielo con su Hijo: «Servire Mariae est certissimum signum salutis eternae consequendae»; y saludarle y ocuparse en sus alabanzas de la boca rezando sus horas o su rosario o corona es comenzar a ocuparse en ejercios de gloria desde acá, porque en divinas alabanzas se ocupan los bienaventurados en el cielo: Beati qui habitant in domo tua Domine, in sécula seculorum laudabunt te.
Y porque demos ya fin a este capítulo, sea la última confirmación del asunto, que tomado en él lo que escribe el bienaventurado San Alano (In psalterio Virginis, c. II): porque a los que como toros indómitos corren tras sus inclinaciones en seguimiento de los vicios y vierten su ponzoña contra todos los ejercicios de virtud para rendirlos a la razón, les echemos un alano a la oreja. Oigan, pues, los amadores del siglo y mofadores de los devotos y esclavos de la Virgen que se ocupan en sus alabanzas lo que dice San Alonso por revelación de nuestra Señora, que muchas veces se le aparecía a este santo y tenía con él muy familiares coloquios. Un secreto de la divina Providencia te quiero revelar (le dijo la Virgen a este su devoto): Sabrás, pues, no sólo para ti, sino para que sin dilación lo manifiestes a otros, que es señal cierta de la condenación eterna el aborrecer y despreciar y el enfadarse del oír rezar la salutación angélica, pues fué el medio de la reparación del mundo. Y que en los que en ella tuvieron devoción es gran señal de predestinación y de ordenación a la gloria: «Habentibus autem devotionem ad hanc, signum est ordinationis, et praedestinationis permagnum ad gloriam». Confúndanse, pues, los maldicientes que con espíritu de Satanás se atreven a ladrar y porner lengua en las hermandades y cofradías que en servicio de nuestra Señora están recebidas en la Iglesia y en los ejercicios en que se ocupan de rezar su corona o rosario de salutaciones angélicas, pues de la boca de. la Virgen han oído la sentencia de su eterna condenación; y aliéntense los devotos y esclavos de esta Reina celestial a reverenciarla y servirla y a ocuparse en sus alabanzas; pues, como dejamos probado, su Esclavitud es señal de libertad del alma y su devoción es cierta prenda de la corona de gloria que, por la intercesión de la Madre de Dios, nuestra Señora, gozarán en el cielo.