EXHORTACION A LA DEVOCIÓN DE LA VIRGEN MADRE DE DIOS

Exhortación de la devoción de la Virgen, Madre de Dios, que todos los cristianos deben tener, especialmente los que con deseo de más servirla se le han ofrecido por esclavos, con un devoto ejercicio para los sábados y para las fiestas de nuestra Señora. Compuesto por el P. Fr. Melchior de Cetina, lector de Teología y padre perpetuo de la Provincia de Castilla, de la Orden de nuestro Padre San Francisco.

Dedicado a la Madre abadesa y monjas del muy religioso convento de Santa Ursula, de Alcalá, de la Orden de la Concepción de Nuestra Señora, y sus esclavas.

Con licencia. — En Alcalá, por la viuda de Andrés Sánchez de Ezpeleta. Año de 1618.

Yo, Hernando de Vallejo, escribano del rey nuestro señor, uno de los que residen en su Consejo., doy fe que por los señores de él fue tasado a cuatro maravedís el pliego de un libro que con su licencia fue impreso, y intitulado Exhortación a la devoción de la Virgen Madre de Dios, compuesto por Fr. Melchior de Cetina, lector de Teología de la Orden de San Francisco, el cual dicho libro tiene diez y siete pliegos, que, al dicho precio, monta, cada libro en papel dos reales; y mandaron que al dicho precio se venda, y no a más; y que esta tasa se ponga en el principio y primer pliego de cada libro, para que se sepa el precio a lo que se ha de vender; y no se pueda vender ni venda de otra manera, como consta y parece por el decreto original de la dicha tasa que en mi oficio queda, a que me refiero; y para que de ello conste, de mandamiento de los dichos señores del Consejo y pedimento del susodicho, doy esta fe en la villa de Madrid, en 9 de mayo de 1618.

D. Hernando de Vallejo.

 

El rey…

Por cuanto por parte de vos, Fr. Melchior de Cetina, religioso de la Orden del Señor San Francisco de la Provincia de Castilla, nos fué hecha relación que habíades escrito un libro intitulado Exhortación de la devoción, que todos los cristianos deben tener con la Virgen Santísima, Madre de Dios y Señora nuestra, y que teníades licencia del provincial de la dicha Provincia para presentarle ante nos y para poderlo imprimir, y nos suplicastes os mandásemos dar licencia para poderlo hacer y privilegio para que sin vuestro consentimiento nadie lo pueda imprimir, o como la nuestra merced fuese, lo cual visto por los del nuestro Consejo, por cuanto en el dicho libro se hizo la diligencia que por la premática sobre ello fecha se dispone, fue acordado que debíamos mandar dar esta nuestra cédula en la dicha razón, y nos tuvimoslo por bien; por lo cual vos damos licencia y facultad para que por tiempo y espacio de diez años cumplidos primeros siguientes, que corran y se cuenten desde el día de la fecha de esta nuestra cédula en adelante, vos o a la persona que para ello vuestro poder hubiere, y no otra alguna, podáis imprimir y vender el dicho libro de que de suso se hace mención; y por la presente damos licencia y facultad a cualquier impresor de nuestros reinos que nombráredes para que durante el dicho tiempo le pueda imprimir y vender por el original que en el nuestro Consejo se vió que va rabricado y firmado al fin de Hernando de Vallejo, nuestro escribano de cámara y uno de los que en él residen con quintes; y primero que se venda, lo traigáis ante ellos, juntamente con el original; para que se vea si la dicha impresión está conforme a él, traigáis fee en pública forma como por corrector por nos nombrado se vió y corrigió la dicha impresión por el dicho original; y mandamos al dicho impresor que ansi imprimiere el dicho libro no imprima el principio y primer pliego de él, ni entregue más que un solo libro con su original al autor y persona a cuya costa lo imprimiere, ni otra cosa alguna para efecto de la dicha corrección y tasa; que antes y primero el dicho libro esté corregido y tasado por los del nuestro Consejo, y estando hecho y no de otra manera, pueda imprimir el dicho principio y primer pliego, en el cual inmediatamente ponga esta nuestra licencia y la aprobación y erratas; ni lo podáis vender, ni vendáis vos ni otra persona alguna, hasta que esté el dicho libro en la forma susodicha, so pena de caer e incurrir en las penas contenidas en la premática y leyes de nuestros reinos que sobre ello disponen; y mandamos que durante el dicho tiempo, persona alguna, sin vuestra licencia, no le pueda imprimir ni vender, so pena que el que lo imprimiese y vendiere haya perdido y pierda cualesquier libros, moldes y aparejos que de él tuviere; y mas incurra en la pena de cincuenta mil maravedís por cada vez que lo contrario hiciere; de la cual dicha pena, sea la tercera parte para nuestra cámara, y la otra tercera parte para el juez que lo sentenciare, y la otra tercera parte para el que lo denunciare; y mandamos a los del nuestro Consejo, presidente y oidores de las nuestras audiencias, alcaldes, alguaciles de la nuestra casa y corte y chancillerías y otras cualesquier justicias de todas las ciudades, villas y lugares de los nuestros reinos y señoríos, y cada uno en su jurisdicción, ansi a los que ahora son como los que serán de aqui adelante, que vos guarden y cumplan esta nuestra cédula y merced que ansi vos hacemos; y contra ella no vayan ni pasen ni consientan ir ni pasar en manera alguna, so pena de la nuestra merced y de diez mil maravedís para la nuestra cámara. Fecha en Madrid, a 4 días del mes de febrero de 1618 años.

Por mandato del rey nuestro señor, Pedro de Contreras.

APROBACION

Por comisión de nuestro P. Pr. Felipe de Ayala, consultor del Santo Oficio de la Inquisición y provincial de esta Provincia de Castilla de la Orden de nuestro Padre San Francisco, he visto un libro intitulado Exhortación a la devoción de la Virgen santisima. Madre de Dios y Señora nuestra, compuesto por el Padre Fray Melchior de Cetina, lector de Teología y padre perpetuo de la dicha Provincia; en el cual su autor junto con gran devoción, ha mostrado sus muchas letras, pues se verán en él gravisimos lugares de la Santa Escritura declarados con varia lección de santos, muchas y muy pías consideraciones, que en las almas y corazones de los fieles han de causar gran devoción, y amorosos afectos con la Virgen, Señora nuestra. Es doctrina toda sana y muy católica, libre de toda sospecha de error, por lo cual se puede y debe dar licencia para que salga a luz y se imprima. Fecha en este convento de San Francisco, de Alcalá, a 12 de septiembre del año ás 1617.

Fr. Joán de Estrada

LICENCIA DEL PERLADO

Fray Felipe de Ayala, consultor del Santo Oficio de la Inquisición y ministro provincial de la Provincia de Castilla de la Orden de nuestro Padre San Francisco, al P. Fr. Melchior de Cetina, lector de Teología y padre perpetuo de la dicha Provincia, salud y paz en el Señor. Por cuanto vuesa paternidad me ha hecho relación de que ha escrito un libro intitulado Exhortación a la devoción de nuestra Señora, que todos los cristianos deben tener, etc., el cual por nuestra comisión ha visto y aprobado el Padre F. Juánn de Estrada, lector jubilado y definidor de nuestra Provincia; y porque confío que de sacarle a luz se servirá nuestro Señor y redundará en mucha devoción de su benditísima Madre: Por tanto, por las presentes le doy a vuesa paternidad licencia para que pueda presentarle en el Consejo Real y para que con su acuerdo le pueda imprimir: en fe de lo cual di ésta, firmada de mi nombre y sellada con el sello mayor de mi oficio; fecha en nuestro convento de San Francisco, de Alcalá, en 12 dias del mes de diciembre d'e 1617.

Fr. Felipe de Ayala

Ministro provincial.

 

APROBACION

Por comisión del señor vicario general de esta villa de Madrid, corte de su majestad, he visto un libro intitulado Exhortación a la devoción de la Virgen santísima, Madre de Dios y Señora nuestra, compuesto por nuestro P. Fr. Melchior de Cetina, lector de Teología y padre perpetuo de la Provincia de Castilla de la Regular Observancia de nuestro Padre San Francisco; y cuando la importancia de él no se conociera del asunto y del autor, la doctrina es tan conforme a la de los santos, tan llena de su autoridad, tan ajena de toda sospecha de error y tan llena de devoción y piedad, que se malograría un lucido trabajo y piadosa intención y un gran consuelo que de su leyenda pueden recibir los que son y desean ser devotos de la serenísima Reina del cielo, Madre de Dios y Señora nuestra, si no saliese a luz para que la dará a cualquier que pasare los ojos por ella. Por lo cual es mi parecer que se puede y debe dar licencia para que se imprima en papel, para que de alli se traslade a los corazones de los devotos de nuestra Señora. Dada en San Francisco, de Madrid, en 6 de enero de 1618 años. Esclavo del Santísimo Sacramento y de la Purísima Virgen María.

Fr. Lope Páez.

 

APROBACION

Por mandato de V. A. he visto un libro intitulado Exhortación a la devoción de la Virgen santísima. Madre de Dios y Señora nuestra, compuesto por el P. Fr. Melchior de Cetina, en el cual no sólo no hay cosa que ofenda a la fe y costumbres de la Iglesia santa, mas antes todo lo que en él se trata con grande erudición favorece muy mucho las santas costumbres y aviva la fe. Porque en él su autor, muy docta y muy piadosa y eficazmennte, persuade su intento y enseña juntamente a los que han alcanzado la celsitud de ser esclavos de la Virgen Madre cómo deben cumplir con tan soberana obligación. Y a los que por haber sido remisos no han llegado a merecer este nombre, los mueve y aficiona y con eficacia enciende su deseo a gozar de esta prorrogativa grande y de los favores de ella, encaminando por medio tan suave y tan dulce sus almas a la eterna salud. El libro es importantísimo, y debe V. A. mandar que se imprima para bien de todos. En este colegio de Doña María de Aragón y por su rector, en 22 de enero de 1618 año.

Fray Baltasar de Ajofrín

 

DEDICATORIA.

A la madre abadesa y monjas del muy religioso convento de Santa Ursula, de Alcalá, Fr. Melchior de Cetina, padre perpetuo de la Provincia de Castilla, desea salud y suma felicidad. Aquel famoso predicador del pueblo hebreo Jesús, hijo de Sirach, autor, según San Jerónimo y la común de los Doctores, del libro del Eclesiástico (aunque no falta quien, con los demás sapienciales, se le atribuye al sapientísimo Salomón), entre otros saludables documentos que para reformación de las costumbres y buena instrucción de los que desean servir a Dios les da en aquel libro, dice en el capítulo 6 estas palabras: In omni animo tuo accede ad illam, et in omni virtute tua observa vias eius, investiga illam, et manifestabitur tibi; et continens sanctus, ne derelinquas eam; et in novissimis invenies réquiem. Palabras que a la letra se han de entender de la Sabiduría; y como ella es la luz que nos ha de alumbrar en el conocimiento de la virtud que habemos de seguir y de los vicios de que nos habemos de apartar, en ellas nos enseña el Espíritu Santo a poner nuestra afición en la sabiduría y amarla de todo corazón: In omni animo tuo accede ad illam. Y a que con todas nuestras fuerzas guardemos las reglas de su doctrina: In omni virtute tua observa vias eius. A que la busquemos con cuidado hasta hallarla: investiga illam et manifestabitur tibi; y a que, habiendo salido con nuestro intento, sepamos estimar tan gran don: et continens sanctus ne derelinquas eam; porque por ese camino se alcanza el eterno descanso de que gozan los que la poeen: et in novissimis invenies réquiem.

De la sabiduría, como tengo dicho, se entienden estas palabras. Pero siguiendo el espíritu de la Iglesia nuestra madre que las cosas que en la Escritura se dicen de la Sabiduría las acomoda en sentido místico a la sacratísima Virgen, nuestra Señora, le podemos también aplicar estas palabras, para enseñar con ellas a los devotos y devotas de esta Reina celestial a amarla y servirla de todo corazón, a imitar sus divinas costumbres, a buscarla y a valemos de su favor en todas nuestras necesidades y a que nos preciemos mucho de tenerla por Señora, porque por ese camino granjeemos su favor en la hora de la muerte y después de ella alcancemos eterno descanso. Estas palabras, muy religiosas señoras, generalmente hablan con todos, porque, como en el discurso de este libro se verá, ninguno hay que no sea muy interesado en tener a la Virgen y Madre de Dios por Patrona y Abogada.

Pero como si en particular se las hubieran dicho a cada una de las religiosas de esa santa casa, así cualquiera las ha tomado por sí, obedeciendo y poniendo en ejecución este consejo del Espíritu Santo; porque, si miramos a su profesión, en que se consagran a la Virgen benditísima en reverencia de su purísima concepción, dejando el mundo cuanto en él se codicia, libertad, honra, riquezas y deleites, y eligiendo las cosas contrarias a éstas, clausura, pobreza, obediencia y castidad, ¿qué mayores pruebas del amor con que aman a Dios y a su benditísima Madre se pueden dar? Queriendo el enamorado Joán persuadirnos al amor de Dios y declarar el modo de amarle, le decía: Filioli, non diligamus verbo, et lingua, sed opere et veritate. No sea nuestra afición de lengua, sino de corazón; ni de palabras, sino de obras.

Las palabras solas son testigos sospechosos en prueba del amor; y por eso dice San Joán que no se cumple con el amor de Dios solamente con la lengua y con palabras, sino con obras y corazón. Pues si las obras son quien dan testimonio más cumplido en prueba del amor, qué mayor testimonio se puede dar, vírgines santas, del am or con que aman al celestial Esposo y a su gloriosa Madre, pues por su amor han renunciado cuanto el mundo estima, sin que haya cosa en él a quien hayan dado parte de su afición, siguiendo el consejo del Espíritu Santo: ¿in omni animo tuo accede ad illam? ¿Y qué mayor muestra de que desean imitar las costumbres de esta celestial Princesa y seguir sus pisadas in omni virtute tua observa vias eius, pues le cuentan los pasos de la vida desde que puso el pie en el suelo, que fue desde su inmaculada concepción? Hallando tan grande regalo espiritual, que les ha robado las entrañas y apoderádose de su devoción, de manera que a la pureza de la Virgen santísima en su purísima concepción se han sacrificado a sí mesmas. Aquellas palabras de los Cantares en el capítulo séptimo “Quam pulchri sunt gresus tui, filia Principis”, que algunos de los expositores se las atribuyen al Esposo, otros dicen que son palabras de los ángeles que estaban a la mira contándole a la sacratísima Virgen los pasos, que. admirados de los primeros con que entró en el mundo, por ser tan diferentes de todos los demás hijos de Adán, que entran en esta vida descompuestos, dando de ojos y tropezando en el pecado original, llenos de asombro y espanto, le cantaron a la Virgen la gala, diciendo: Quam pulchri sunt: ¡cuán hermosos son vuestros pasos, celestial Princesa! No se halla en ellos fealdad de culpa, sino belleza y hermosura de la gracia con que os previno Dios para no caer en pecado. Séame lícito comparar a estas santas vírgines con los ángeles, que San Cipriano iguales con ellos las llamó: «Cum caste perseveratis, angelis Dei estis aequales» Y San Ambrosio, habiendo comparado a las vírgines con los ángeles, dice: «Ne miremini, qui angelis comparentur, qui angelorum Domino copulantur» Como si dijera: No le parezca a nadie que en decir esto me he ido de boca ni que he salido de los límites de la razón; nadie tiene que espantarse de que comparemos con los ángeles a los que el Señor de los ángeles tiene unidos consigo. Angeles de la tierra son las vírgines. Y volviendo a mi propósito: como los ángeles del cielo, admirados de los primeros pasos de la Virgen, nuestra Señora, rompieron en sus alabanzas, así los ángeles de la tierra, estas sagradas vírgines, poniéndose a considerar los pasos y caminos de la Virgen, nuestra Señora, con deseo de rastrear sus huellas y seguir sus pisadas, cuando miraron los primeros pasos que dió en esta vida y la gallardía y gentileza que en ellos guardó, no tropezando donde todos caen ni saliendo enlodada de donde todos salimos tiznados. Ya que estos pasos, por ser tan superiores a nuestras fuerzas, no sean imitables, quedaron a lo menos embelesadas de su grandeza, considerando en ellos a la Virgen con tan copiosa gracia, que la previno del pecado de la naturaleza, y tan amable, que, cuando los demás hijos de Adán se hacen hijos de ira y de la indignación de Dios, entonces pone Dios en ella su afición, y el Padre la elige por hija, y el Hijo, por madre, y el Espíritu Santo, por esposa, y toda la Santísima Trinidad, por templo de su morada. Cuando consideraron estos ángeles de la tierra la profundidad de tantos y tan admirables misterios, no como quierarompieron en alabanzas de la Virgen, sino que le entregaron su libertad y se ofrecieron por sus esclavas para ocuparse siempre en su servicio y en sus continuas alabanzas.

Todos los pasos que la Virgen santísima dió y todas las virtudes en que se ejercitó las tienen bien contadas estas amadoras y siervas suyas; y del dechado de su vida y santas costumbres sacan las labores de virtud en que se ejercitan, con que tan edificado tienen el mundo y agradado el cielo. Pero el primer paso que la Virgen, nuestra Señora, dió en este mundo les arrebató los corazones y se llevó tras sí a estas santas vírgines para servir al celestial Esposo, conforme a lo que David dijo: Aducentur Regi virgines post eam, etc. Lo cual a la letra se entiende de la sacratísima Virgen, Madre de Dios, y de las que a su imitación han consagrado a Dios su virginal pureza.

Nuestra Señora es quien guía la danza de las vírgines que siguen al Cordero; y por eso es llamada Virgen de las vírgines, porque ella fue la primera, y las demás la siguen. Pero cuando otros pasos no hubiera dado, por el primero, que fue el de su santísima concepción, hallaron razón estas sagradas vírgines de quien en particular voy hablando, para venirse en su seguimiento. Huyendo de los peligros del mundo, se acogieron a la casa de la sacratísima Virgen para valerse de su favor; y ahí se han encontrado con ella, porque no se niega a quien la busca con cuidado: investiga illam et manibestabitur tibi. Y como en la vida han tomado a la Virgen por Patrona, con esto han cobrado ciertas prendas del patrocinio que les hará en la muerte y del descanso que después de ella alcanzarán por su intercesión: et in novissimis invenies requiem.

Esto las tiene a estas religiosas tan deseosas de servir a esta gran Princesa, que quien más puede, más la sirve; y a todas les parece poco lo que hacen respecto de los deseos grandes que de servirla tienen. Entre otros servicios que, a la Virgen, Madre de Dios, se han hecho en esta su casa, en los años pasados levantó Dios el espíritu de una gran sierva suya y de su santísima madre, por nombre Inés de San Pablo, que ya descansa en paz, para que instituyese en ese santo convento una COFRADÍA Y HERMANDAD DE ESCLAVOS DE LA VIRGEN, MADRE DE DIOS, ansí de las religiosas como de otras personas devotas, para que se empleasen en servir a esta Reina celestial con nombre de sus esclavos. Glorioso nombre para los devotos de esta divina Señora, pues con nombre de esclava del Señor respondió su Señora y Patrona a la embajada que le trujo el ángel ofreciéndole la altísima dignidad ds Madre de Dios.

Y el mismo Hijo de Dios, que, en cuanto Dios, era igual en dignidad y potestad con su Padre, aequalis Patri secumdum divinitatem, en cuanto hombre, se le ofreció por esclavo, diciendo por David: Servus tuus sum ego et filius ancillae tuae. Por ser Hijo de la Esclava de Dios, se reconoció Cristo, en cuanto hombre, por esclavo de su Padre, porque, como el derecho lo dispone, servitus sequitur ventrem: el hijo de la esclava nace esclavo. Imitando, pues, a Hijo y a Madre, ordenó la devota fundadora de esta santa Hermandad que los hermanos y hermanas de ella se llamasen esclavos de nuestra Señora.

Recibió, pues, toda la comunidad esta santa Hermandad, aunque a los principios hubo alguna repugnancia, por ser cosa nueva; pero, como era cosa del servicio de nuestra Señora, fácilmente se convinieron sus devotas, y de común consentimiento se hicieron algunas Ordenaciones llenas de devoción y de piedad, y con aprobación de los superiores las recibieron y con ellas vivieron algunos años en servicio de la Reina celestial. Hasta que en el año de 1608 el MUY VENERABLE P. Fr. JUÁN DE LOS ANGELES, de la Orden de nuestro Padre San Francisco, y padre de la Provincia de San José, y provincial que en ella había sido, hermano de esta santa Hermandad de Esclavos de nuestra Señora, reformó las dichas Ordenaciones, y las puso en mejor estilo, y las imprimió en la forma que hasta aquí han dado en un librito pequeño cuyo título es Cofradía y devoción de las esclavas y esclavos de nuestra Señora la Virgen Santísima María.

Pero considerando las religiosas del dicho convento, esclavas de la Madre de Dios, que su devoción ha sido seminario de donde tantas hermandades han salido y que la Esclavitud de nuestra Señora está tan dilatada por toda la cristiandad, han deseado que se alarguen más las diclias Ordenaciones, para ocasionar con ellas a los devotos de esta Reina celestial a que más la sirvan, y que juntamente se ponga una exhortación sacada de la doctrina de los santos, para persuadir a los tibios a la devoción de la Madre de Dios, nuestra Señora; y aunque en esta Hermandad hay muchas personas a quien esto se les pudiera haber encomendado que por sus muchas letras y suficiencia dieran mejor cuenta de esta encomienda que yo aquí en esto sea encomendado. Al fin, como el menor de los esclavos de la Virgen nuestra Señora, no he querido excusarme, sino obedecer humildemente, por ser servicio de nuestra Reina y Señora y petición de las que juntamente conmigo son esclavas de esta Reina celestial.

Con deseo, pues, de persuadir a todos a su devoción, he hecho este breve tratado, en que, habiendo puesto las razones que podrán mover a la devoción de nuestra Señora y a los deseos de servirla, sacado de la doctrina de los Doctores santos, trato de esta Hermandad que con este intento se fundó con nombre de nuestra Señora y pongo las Constituciones que en ella y en las que a su imitación se fundaren se han de guardar, añadiendo poco a las que antes estaban recebidas, porque la muchedumbre de leyes suele ser razón de quebrantarlas ligeramente, y siendo pocas y fáciles, se acomoda mejor a ellas nuestra flaqueza.

Esta obra, señoras, por mil razones, se debe a vuestras mercedes, pues siendo de los esclavos de nuestra Señora no se les puede negar, porque ese convento fué el primero de donde nació esta devoción y porque vuestras mercedes, con santo celo del servicio de esta gran Reina y Señora, desearon que se hiciese este tratado y me pidieron que yo le hiciese. Reciban en él mis deseos de servir a ese santo convento, que cuando las obligaciones que a servirle tengo no fueran tantas, el haberme recebido a su santa Hermandad por esclavo de la Reina del cielo me obliga a servirlas toda la vida. Plega a Dios que a todos nos admita esta gran Reina por sus esclavos y que, como a tales, nos reciba debajo de su amparo y protección, pues debajo de su tutela estaremos seguros de los peligros de esta vida y por su intercesión conseguiremos los bienes de la eterna.

Fr. MELCHOR DE CETINA

Esclavo de Nuestra Señora

 

 

 

CAPÍTULO I

DE LA EXCELENCIA DE LA MADRE DE DIOS Y DE LA VIRTUD QUE TIENE DE LLEVARSE TRAS SÍ LOS CORAZONES

 

Son las excelencias y prerrogativas de la Madre de Dios y Señora nuestra tan superiores de todo humano entendimiento, que a los más levantados ingenios se les van de vuelo y no las pueden alcanzar, porque son cortos los senos de nuestra capacidad para comprehender tanta grandeza; y ansí, el que más presumiere de adelantar el tiro, vendrá a dar cinco de corto acerca de este misterio. Ansí lo confiesa el cardenal Pedro Damiano en un sermón de nuestra Señora: «Nullus humanus sermo, in laude Virginis invenitur idoneus, et impar est illi omne humanae laudis praeconium». No hay palabras de hombres tan elocuentes que sean idóneas y suficientes para alabar a la Virgen; cualquiera encarecimiento de la lengua humana es desigual a su grandeza. Y en el segundo sermón de la misma festividad, adelantando este mismo pensamiento, dice: «Quid mirum si haec ineffabilis Virgo, suis laudibus modum humana vocis exuperet, cum ipsam humani generis naturam, excellentium meritorum dignitate transcendat», etc. ¿Qué mucho que en sus alabanzas sobrepuje esta Virgen inefable el modo de los encarecimientos humanos, pues en la dignidad de sus merecimientos excede a la misma humana naturaleza? Para encarecer dignamente sus alabanzas, ni la elocuencia y destreza en bien decir de los retóricos, ni los sutiles argumentos de los dialécticos, ni los agudos ingenios de los filósofos son idóneos y suficientes. Hasta aquí son palabras del sobredicho cardenal, en que declara bien la cortedad del humano ingenio para alabar dignamente a la Reina del cielo, nuestra Señora. Más subió de punto esta consideración el glorioso Padre San Juan Damasceno diciendo en la segunda oración de la Asumpción de la Virgen: «Nec si omnes toto orbe dispersae linguae in unum coeant, eius laudes oratione consequi possent». No sólo la lengua de cualquier hombre por sí solo, pero si se juntasen en uno todas las que por el mundo estan disparcidas, no serían bastantes para alabar dignamente a nuestra Señora. Más se adelantó en el primer sermón de la misma festividad, porque no solamente dice que no son bastantes las lenguas de los hombres para este efecto, pero ni aun las de los ángeles, con quien se conformó San bernardo (Serm. 4 de Assamptione): «Quaenan poterit lingua etiam si angelica sit, dignis extollere laudibus, Virginem Matrem, et Matrem non cuiuscumque, sed Dei» ¿Qué lengua, aunque sea de ángel, podrá engrandecer con dignas alabanzas a la Virgen, que mereció ser madre, y madre no de quienquiera, sino del mismo Dios? Y, juzgando esto por imposible, llama en el mesmo sermón a la Virgen inefable e indecible, porque no hay palabras que igualen a sus alabanzas para poder dignamente hablar en ella.

Anduvo la poderosa mano de Dios tan larga y liberal con su Madre en hacerle mercedes, firmarle privilegios y concederle exenciones sobre todas las criaturas, que dudó el glorioso Padre San Bernardo, declarando aquellas palabras del ángel: Et virtus altissimi obumbrabit tibi, en si la misma Virgen pudo comprehender la grandeza de los dones que Dios le concedió. Pero, aunque el glorioso San Bernardo lo puso en duda, San Agustín no la tuvo; y ansí, en la Exposición sobre el cántico de la Magnijicat», dice: Atrévome a decir que aun la misma Virgen no pudiera explicar cumplidamente tanto bien como pudo recibir: «Audacter dico, quod neque ipsa Virgo plene explicare potuit quod capere potuit». De manera que las dignas alabanzas de nuestra Señora ni hay lengua de hombres, ni de ángeles, ni la misma Virgen es bastante para poderlas explicar; sólo Dios podrá hacer eso (como lo dice Andrea Cretense en una oración en alabanza de nuestra Señora): «Quam Dei tantum est, laudare pro dignitate». Y la razón es clara, porque no se puede alabar dignamente lo que enteramente no se puede conocer; y de aquí es que ninguna pura criatura, aunque sea de los más supremos serafines, podrá dignamente alabar a la Virgen, porque para esto fuera menester comprehender al incomprehensible Dios, en quien se termina la dignidad de Madre suya, de que goza la Virgen por singular merced de Dios; de donde se sigue que sólo Dios, que en conocerse y en conocer la grandeza de su Madre es solo, la podrá alabar dignamente: «Quam Dei tantum est laudare pro dignitate».

De aquí nacían aquellos reverenciales temores de San Bernardo cuando había de tomar la pluma en la mano para escribir o había de predicar las grandezas de esta gran Señora, y por eso dijo en el sermón 4 De Assumptione, arriba alegado: No hay cosa para mí de mayor deleite que hablar en la Virgen y ocuparme en sus alabanzas; pero tras eso, no hay cosa que más me atemorice ni que me cause mayor turbación: «Nichil est quod magis delectet; sed neque quod magis terreat, quam de gloria Virginis habere, sermonem». Peleaban en este santo Doctor el amor y el temor de ía Virgen nuestra Señora; el amor que la tenía le deleitaba en sus alabanzas, diciéndole con David: Quam dulcia faucibus meis, etc. Pero, por otra parte, el temor reverencial que le tenía le echaba trabas y le detenía, pareciéndole, como arriba dijimos de sentencia suya, que ni las lenguas de los hombres ni las de los ángeles son bastantes para alabarla dignamente.

Pero, aunque sea verdad que todos los santos confiesan la cortedad del humano ingenio respecto de las dignas alabanzas de la Virgen, no por eso ha dejado de ocuparse en ellas, llegando hasta donde han podido y diciendo lo que en parte han alcanzado, confesando con humildad su parvulez respecto del todo de las grandezas de esta celestial Princesa, que son tantas y tales, que sólo Dios, que se las dió, las podrá conocer y alabarlas por entero. Asombrado San Anselmo de la celsitud de la maternidad de Dios, confiesa que es la mayor alteza que después de Dios se puede imaginar; pero, con todo eso, nos aconseja que no dejemos de contemplarla y rumiar en ella como mejor podamos; que, ya que por su grandeza no la podamos comprehender, no nos niegan el rumiar en ella para alcanzar de sus grandezas lo que nuestra pequeñez pudiere descubrir: «Nam tametsi comprehendere non sit datum, ruminare non est negatum». Esto me ha puesto aliento para tratar en este librito de la devoción que se debe tener con nuestra Señora, y en este capítulo, de la excelencia de su santidad; porque aunque, respecto de tan gran sujeto, conozco mi insuficiencia, ya que no pueda comprehender el todo de las grandezas de la Virgen, rumiando en lo que los Doctores dijeron con la agudeza de sus ingenios y ayudados de la gracia de Dios que los favorecía, podré yo decir alguna parte, aunque sea la menor, respecto de lo que se pudiera decir de las grandezas de esta Reina soberana.

El principio de todos los dones y gracias que Dios le concedió y el cimiento sobre que apoyan todas las prerrogativas y favores que de su poderosa mano recibió, con que tiene pasmados a los ángeles y a los hombres, fué el haberle en su eternidad elegido Dios por Madre. De aquí se siguió la suma santidad, la inviolable virginidad, la copiosa gracia y la excesiva gloria, y los demás privilegios de que la Virgen participa, todo fué disponerla con estos dones para que fuese digna Madre de Dios. Hablando el Doctor Angélico, Santo Tomás de la dignidad de la Madre de Dios, dijo: «Hic titulus, ut admirabilis est, ita admirabilis sanctimoniae universae divitias postulat». Ansí como este título de Madre de Dios es admirable, ansí requiere todo el caudal de las riquezas de santidad. Y el cancelario parisiense Gersón declarando aquellas palabras de San Mateo, capítulo primo: De qua natus est Iesus, pui üocatur Christus, dice: «De estas palabras se sigue un principio de fe; que la Virgen es Madre de Jesús, que se llama Cristo, y, consecutivamente, que es Madre de Dios, porque Jesucristo es Dios». Y de este principio se saca otro: que, siendo Madre de Dios, convenía que fuese tal su pureza, como dijo San Anselmo (lib. De conceptu virginali, c. 18), que de Dios abajo no se pudiese imaginar otra mayor: «Decuit Virginem ea puritate nitere, qua maior sub Deo nequit intelligi». De estos dos principios, dice Gersón, como de un copiosísimo seminario de alabanzas, se han de colegir las de la Virgen, porque de aquí se sigue que no ha de haber gracia, ni privilegio, ni merced, ni favor concedido a ninguna pura criatura que con eminencia no se halle en la Virgen, Madre de Dios, en quien epilogó Dios todo lo bueno de naturaleza y de gracia que entre todos tiene repartido; cuanto bueno hay en los ángeles y en los hombres, todo está en la Virgen con grandes ventajas.

Los teólogos coligen los excelentísimos dones de la humanidad de Cristo de este título: de que este hombre. Cristo, es Hijo de Dios, y en razón de esto convenía que su santísima humanidad se adornase de todos los dones celestiales y divinos sobre toda criatura. Ansí también, de este título Theotocos, que es Madre de Dios, que contra la impiedad de Nestorio le concedió la fe de la Iglesia a la Virgen, nuestra Señora, en el concilio niceno, que después de Dios es el título más glorioso, habemos de colegir que convenía que después de su Hijo fuese adornada de toda gracia divina, cual convenía a la suprema dignidad concedida a pura criatura de ser Madre de Dios. Ansí lo dice Dionisio Cartujano (lib. 1 De laudibus Virginis): «Después de los prestantísimos dones de gracia que se le concedieron a la humanidad de Cristo, el primer grado de excelencia tienen los que se le concedieron a su Madre; y ansí, en los dones de gracia gratis data como en los dones, hábitos y obras de la gracia gratum faciente tiene el primer lugar después de su Hijo». Esto dice Dionisio; de donde se colige que quien tan cercana está a Dios que participa de sus dones en primer lugar después de su Hijo y que tendrá tanta abundancia de ellos, y en grado tan heroico, que sea un mar de gracias, conforme la interpretación de su nombre; que María, mar quiere decir; y como el mar es congregación de aguas, así María es congregación de gracias y mar de tanta profundidad, que no hay ingenio humano que baste a poderle apear.

Santo Tomás en la primera parte de su Suma, nos confirma este pensamiento, diciendo que la humanidad de Cristo, por estar unida con Dios, y la bienaventuranza, criada por ser fruición de Dios, y la Virgen bienaventurada, por ser Madre de Dios, tienen cierta dignidad infinita, que procede del bien infinito, que es Dios. Y por esta parte, ninguna cosa puede ser mejor que ninguna de estas tres, como ninguna puede ser mejor que Dios; esto dice San Tomás. Y San Buenaventura en el libro que intituló Espejo de la Virgen, hablando de la dignidad de la Madre de Dios, afirma que la Virgen fué tal Madre, que no la pudo Dios hacer mejor; bien pudo Dios hacer mejor cielo y mejor mundo, pero mejor madre que la Madre de Dios, no la pudo hacer; que el día que la hizo tal se ató las manos para no poderla hacer mejor. Y habla el santo de la Virgen no en cuanto persona particular, sino en cuanto Madre de Dios, que no puede ser mejor, porque la maternidad es un respeto que mira al hijo, y el ser que tiene es un orden al hijo; y como no puede Dios hacer mejor Hijo, tampoco ni mejor Madre. Tal, pues, es la dignidad y excelencia de la Madre de Dios, que en las gracias y dones naturales tiene el primer lugar después de su Hijo, y en la dignidad de Madre de Dios es tal, que la omnipotencia divina no se extiende a poderla hacer mejor.

De este mismo principio de ser Madre de Dios se sigue también ser la persona más conjunta a la persona del Salvador, que es el autor de la gracia y de la gloria y el justo dispensador de todos los bienes; y, por el consiguiente, será quien más participa, de ellos; que como el que está más cercano al sol participa más de su luz y el más cercano al fuego participa más del calor, y ansí de los demás, ansí también participa más de los dones de Cristo su santísima Madre, por estar tan unida y conjunta con él que ni el entendimiento no basta a dividirlos ni a considerar el uno sin el otro. Unión bien estrecha y nudo bien apretado es el que la naturaleza dió entre el alma y el cuerpo, pero la muerte desata ese nudo y quebranta ese engarce, y da con el cuerpo en la sepultura y con el alma ante el tribunal del juicio de Dios, para que le den pena o gloria conforme a sus merecimientos. Y aun antes que llegue la muerte, suele hacer el mismo efecto el amor, de quien Aristóteles dijo que a las veces suele el alma desamparar el cuerpo que anima por irse a gozar de lo que ama: Amantis anima plus est, ubi amat, quam ubi animat. De donde vino a decir Salomón que el amor es fuerte como la muerte, porque ambos hacen el mismo efecto de apartar el alma y el cuerpo; por muy casados que estén, hacen divorcio entre los dos y apartan al uno del otro. La unión de la humanidad con el Verbo fué tan estrecha, que, aunque en la muerte del Salvador se apartó el alma del cuerpo, siempre la divinidad se quedó unida con ambos a dos; pero al fin no hay teólogo que niegue que, si el Verbo visasase de su poder absoluto, podría deshacer este nudo y disolver la unión. Mayor es que las dichas la unión que hay entre la esencia divina y sus atributos, por la suma sencillez que hay en Dios, de donde vino a resolver la Escuela que in divinis omnia sunt unum, ubi non obviat relationis oppositio. Sólo entre las divinas personas hay diferencia, por ser diferentes las relaciones que las constituyen; en todo lo demás no hay división, sino unidad y suma paz y concordia; pero con todo eso, el entendimiento hila tan delgado, que halla distinción y diferencia, y dice que aunque esencialmente todo lo que hay en Dios es Dios, pero que formalmente la justicia no es misericordia ni el entendimiento es voluntad y que las acciones son diferentes, porque con el entendimiento engendra el Padre, y no con la voluntad, y con la voluntad espira, y no con el entendimiento, y aunque en suma unidad e identidad real, ninguna mayor que la de la esencia con personas y atributos divinos; pero, con todo eso, la razón halla distinción y considera el uno sin el otro; no hay al fin unión tan estrecha donde o la naturaleza o a lo menos la razón no halle diferencia y pueda hacer división. Sólo hallaremos que la unión que la madre tiene con el hijo, y la maternidad con la filiación, y las semejantes que hay entre los relativos son tan estrechas, que ni con el entendimiento se pueden deshacer ni apartarse un relativo de otro, porque su ser consiste en aquel respecto con que el uno al otro se miran. De tal manera mira el hijo a la madre y la madre al hijo, que no se puede hallar el uno sin el otro: ni la madre será madre si no tiene hijo, ni el hijo será hijo si no tiene madre. Hay entre la madre y el hijo una unión tan fuerte, que no hay maña ni fuerzas que basten a deshacerla. De este principio podemos colegir la excelencia de la Virgen sobre toda criatura, porque si la Madre de Dios es la cosa más conjunta con su Hijo, y tanto que ni por obra de entendimiento se puede dividir de él, siendo como lo es el Hijo la fuente de toda bondad y santidad y el principio de la gracia y de la gloria, bien se sigue que después de su Hijo será la Virgen la que más participa de estos dones, la más buena, la más santa, la más llena de gracia y la que goza de más aventajada gloria, con inmensas ventajas a todos los ángeles y a los hombres.

De lo dicho podemos sacar por conclusión la razón que hay de amar a la Virgen y de poner en ella nuestra devoción, porque si el objeto de la voluntad es el bien, y si no es con ese cebo del bien verdadero, o por lo menos aparente, jamás la voluntad de la cosa amada se deja caer en los lazos del amante; donde hay la suma bondad que después de Dios es imaginable, razón será que después de Dios sea la cosa más amada. Dios, por ser suma bondad, debe ser amado sobre todas las cosas; pero pues, después de Dios, la bondad de su Madre es la mayor, debe ser después de él la cosa más amada; ésta es la virtud que la Virgen, nuestra Señora, tiene de llevarse tras sí los corazones cebados de su suma bondad. Que como la piedra imán arrebata tras sí el hierro, así la Virgen, como otra divina imán, tira hacia sí los corazones por errados que los hombres anden; se los lleva tras sí; cuando los corazones están más duros que el acero, la suavidad de la Virgen piadosísima los ablanda como cera e imprime en ellos los deseos fervorosos de servir a Dios y a ella. ¿Y qué mucho se lleve tras sí los corazones de los hombres, si el primer amartelado que la Virgen tuvo fué el mismo Dios, que en el cuarto capítulo del libro de los Cantares se querella de que le ha herido el corazón: Vulnerasti cor meum, soror mea sponsa, in uno oculorum tuorum et in uno crine colli fui? Llama Dios a su Madre con nombre de hermana y esposa para dar a entender, según San Jerónimo dice, la pureza del amor con que le amaba, que no es carnal, sino espiritual. El amor de Dios con su esposa no se ordena a corporales bodas, sino que es amor casto y limpio, cual el que entre los hermanos suele haber, Y de este amor se muestra herido el celestial Esposo: Vulnerasti cor meum, etc. Y dando la razón, dice que de uno de sus ojos le arrojó saetas, con que la Virgen le clavó el corazón, y con una guedeja de cabellos que le caía sobre el cuello le enlazó y le tiró tras sí hasta hacerle hombre en sus entrañas. In uno oculorum tuorum, por quien entiende San Cirilo Alejandrino la fe singular de la Virgen, según lo que dijo Santa Isabel cuando la visitó: Beata, quae credidiste, etc. Esta fe de la Virgen fué el pasador que le clavó a Dios el corazón: Vulnerasti cor meum, etc. Et in uno crine colli tui, por quien entiende este santo Doctor la humildad de nuestra Señora, que tiró de Dios hasta dar con él en el suelo; que común consentimiento de los Doctores es que en el mismo instante que la Virgen dijo aquellas palabras de tan profunda humildad: Ecce ancilla Domini, etc., en ese mismo instante encarnó el Verbo divino en sus entrañas. De estas dos virtudes de la Virgen, de su fe y su humildad, se sintió herido el celestial Esposo: Vulnerasti cor meum, etc. O como Símaco trasladó: Excitasti mihi cor; los merecimientos de nuestra Señora fueron los que excitaron las entrañas de la misericordia de Dios para que se hiciese hombre; de quien dijo Zacarías: Per viscera misericordiae Dei nostri in quibus visitavit nos. Y ansí dice la teología que ya que la encarnación de Dios sea un don tan alto que no cabe debajo de mere- cimiento, pero que en los santos del Testamento Viejo, y especialmente en los merecimientos de su Madre, halló Dios cierta decencia que le incitó a que se hiciese hombre, y acelerase la encarnación, porque de amores de esta celestial Princesa se sentía herido: Vulnerasti cor meum. Y esto incitó a que se hiciese hombre. Y podemos esforzar este pensamiento con la traslación de los Setenta, que leen ansí: Abstraxisti a nobis cor, soror mea sponsa, rapuisti nobis cor, in uno oculorum tuorum, et in uno ornamento colli tui. Que son palabras de toda la Santísima Trinidad dichas a la Virgen: Habéisnos llevado el corazón, vencidode vuestras singulares virtudes; entendiendo por el corazón al Verbo Eterno, según lo expone San Clemente Alejandrino (1. V Stromatum, paulo post principium). Porque como el corazón es principio de la vida corporal, ansí lo es Cristo de la vida espiritual: In ipso vita erat, etc.; y este corazón dice Dios que le llevó la Virgen el día que bajó el Verbo a encarnar en sus entrañas; y porque vuelva ya a mi propósito, si los merecimientos de la Virgen le robaron a Dios el corazón, ¿quién habrá tan rebelde que le niegue el suyo? ¿Quién no pone en ella su afición y devoción, pues fue el principio de todo nuestro bien, por cuya intercesión habernos de gozar de los merecimientos de Jesucristo? Démonos, pues, todos por vencidos del amor de esta Reina soberana, confesándole lo que (Génesis 32) le dijo el ángel a Jacob: Si contra Deum fortis fuisti, quanto magis contra hominis praevalebis: si venciste a Dios, ¿qué mucho que tras él nos demos todos por vencidos? Y muévanos a esto, entre otras razones de que adelante trataré, que el ser devotos de la Madre de Dios es señal de estar predestinados para el cielo, como se verá en el capítulo siguiente.

CAPÍTULO II

EN QUE SE DECLARA QUE LA DEVOCIÓN CON LA VLRGEN, NUESTRA SEÑORA, ES SEÑAL DE PREDESTINACIÓN Y MEDIO MUY EFICAZ PARA ALCANZAR LA GLORIA

Doctrina es del Espíritu Santo en el libro del Eclesiástico que no sabe el hombre si es digno y merecedor del amor de Dios o de su aborrecimiento: Nescit homo utrum amore vel odio dtgnussit; ni sabe si está en gracia ni en desgracia de Dios, ni si es de los escogidos ni si es de los reprobados; son ésos casos que reservó Dios para sí y que al cierto ninguno puede alcanzarlos: «saltem certitudine fidei, cui non potest subesse falsum», como lo dice el santo concilio de Trento (sess. 6, c. 9). Si por revelación Dios no lo manifiesta, como lo dice el mismo concilio en el capítulo 12, ninguno puede saber si está predestinado para el cielo ni precito para el infierno. Pero, aunque sea éste latín tan cerrado y secreto tan oculto cual cierto ninguno le puede alcanzar, no quiso Dios dejar al hombre tan a obscuras y desalumbrado de ese conocimiento, que para su consuelo no le dejase algunas señales de donde se pueden tomar algunos barrimtos y conjeturas de los que tiene Dios elegidos para el cielo; como se colige de las divinas letras y de la doctrina de los sagrados Doctores. Ansí lo dice, entre otros, el glorioso Padre San Bernardo en un sermón: Aunque sea verdad que no sabe el hombre si es digno del amor o del aborrecimiento de Dios, porque en esta vida no puede tener certidumbre de su elección, sino que la esperanza nos entretiene, y concluye: «Nescit homo utrum amore, vel odio dignus sit, quia in ista vita certitudinem electionis non habet, sed spei fiducia consolatur nos, sed ne dubitationis huius anxietate cruciemur; propter hoc data sunt signa quaedam, et indicia salutis manifesta». La esperanza, dice este santo Doctor, es la que en esta vida nos consuela; pero porque la congoja de esta incertidumbre no nos atormente, nos ha dado Dios señales e indicios manifiestos de nuestra salud. Lo mismo se pudiera confirmar con otros dichos de Doctores que dicen la mesma doctrina; pero por agora baste este testimonio, porque no nos divirtamos del intento principal.

Entre las señales de predestinación que ponen los Doctores, se debe el primer lugar a la vida inmaculada del que, examinada la conciencia, no se halla con pecado mortal, o si tuvo alguno, reconciliado con Dios por medio del sacramento de la penitencia, se conserva por mucho tiempo sin tornar a pecar mortalmente. De estos tales, el Espíritu Santo, que en ellos mora, está dando testimonio de que son hijos de Dios y escogidos suyos, según la doctrina del Apóstol (Romanos, 8): Spiritus testimonium perhibet spiritui nostro, quod sumus fili Dei: El Espíritu Santo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. De ahí nació el preciarse el mismo Apóstol ^ del testimo- nio que daba de él su buena conciencia: Gloria nostra haec est, testimonium conscientiae nostrae. Y esto decía porque habiéndola examinado no hallaba en ella pecado morteil: Nihil mihi conscius sum Indicio también es y señal de predestinación el oír y obedecer la palabra de Dios, como se colige de lo que (Act. 1 3) dice San Lucas; que, predicando los apóstoles, los oyeron todos los que estaban predestinados y ordenados a la vida eterna: audierunt autem quotquot ordinati erant ad vitam. Y el Salvador (loan. 8), reprehendiendo la incredulidad de los fariseos, les dijo: Qui ex Deo est, verba Dei audit, etc.; y porque vosotros no sois de la valía de Dios ni del número de sus escogidos, por eso no escucháis mi doctrina: Propterea oos non auditis, quia ex Deo non estis. De manera que el oír obedecer la palabra de Dios es señal de predestinación. Los trabajos también tolerados y sufridos con paciencia son señales de predestinación; porque, como dice San Pedro Crisólogo con estos golpes labra Dios las piedras que ha de asentar en la fábrica de la ciudad de Jerusalén. Que es un consuelo grande de los que padecen trabajos en esta vida, pues con ellos se disponen para gozar de eterno descanso en la otra.

Por San Mateo, en el capítulo 5, nos declaró el Salvador otra señal de predestinación en los que usan de misericordia con los afligidos y menesterosos, diciendo: Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Y para decir, en suma, otras muchas señales de predestinación, todas las ocho bienaventuranzas que Cristo contó en el Evangelio, todas son señales de los que tiene Dios elegidos para su gloria. Y dejo de contar otras señales por decir ya y poder fundar lo que hace a mi propósito para persuadir al cristiano a la devoción de la Madre de Dios y poner aliento para más servirla a los que se precian de devotos y esclavos de esta Reina celestial; que su devoción entrañable y de corazón y los deseos de reverenciarla y servirla son manifiesta señal de predestinación y de que a los tales los tiene Dios elegidos para el cielo.

Sea el primer testigo en prueba de esta verdad el glorioso San Anselmo, obispo canturiense, gran devoto y capellán de esta celestial Princesa, como lo testifican los muchos libros que escribió de sus alabanzas; en el capítulo 4 del libro que intituló De excellentia Virginis, va persuadiendo a los devotos a que mediten el cordial amor y entrañable caridad con que esta Virgen sacratísima amó y sirvió a su Hijo; y últimamente, concluye con estas palabras: «Itaque, cui saltem concessum fuerit, saepe dulci studio posse cogitari de illa, magnum promerendae salutis, indicium esse coniecto». Por señal de eterna salud pone este santo Doctor el pensar con regalo y dulzura en la vida y santas costumbres de esta Virgen soberana y en los servicios tan de corazón que a Cristo le hizo, la meditación de lo cual es propia de los devotos de la Virgen, nuestra Señora.

San Antonino de Florencia declarando aquellas palabras de la antífona de la Salve Regina «oculos ad nos converte», cita al mismo San Anselmo, que dice que como es imposible que se salven aquellos de quien la Virgenaparta sus ojos, ansí es necesario que se justifiquen y que se glorifiquen aquellos a quien convierte y vuelve los ojos de su misericordia: «Ut enim impossibile est quod illi a quibus Virgo Maria, oculos misericordiae suae averterit, salventur; ita necessarium est quod illi ad quos converterit oculos, iustificentur et salventur». Y San Germano, patriarca hierosolimitano, comparó la devoción con la Virgen, nuestra Señora, con la respiración del cuerpo natural; que ansí como ella en el animal es señal de vida y principio de las operaciones vitales, ansí el nombre santísimo de María, que tan familiar es en todo tiempo en la boca de sus devotos y esclavos, llamándola en su favor y saludándola con las palabras que el ángel la saludó en los rosarios y coronas que le ofrecen, no sólo es señal de vida y de alegría de espíritu y del favor y socorro de la Virgen, sino que solicita y alcainza estos efectos en favor de los devotos y esclavos de esta Reina de misericordia. Las palabras de este Doctor son éstas: «Quomodo corpus nostrum vitalis signum, operationis habet respirationem, ita, et sanctissimum tuum nomen, Virgo beatissima, qucd in ore servorum tuorum versatur assidue, in omni tempore locoque, nou modo vitae, et auxilii est signum, sed etiam ea arocurat, et conciliat». Y el autor del Pomerio, en el capítulo 12 de su Estelario, trae aquella famosa sentencia de San Bernardo de tanto consuelo para que el pecador no desmaye ni desconfíe de remedio: «Securum habemus accessum ad Deum, ubi Mater stat ante filium, et Filius ante Patrem, Mater ostendit. Filio, pectus, et ubera, et Filius ostendit Patri latus, et vulnera. Nulla ergo poterit esse repulsa, ubi tot concurrunt amoris insignia». Seguros, dice Bernardo, podemos llegar al tribunal de Dios a invocar su misericordia, si para con el Hijo tomamos por intercesora a su Madre, y al Hijo de Dios para con su Padre, porque la Madre le muestra al Hijo para inclinarle a sus ruegos los pechos con que le crió, y el Hijo al Padre, las llagas con que nos redimió. Con tales padrinos y valedores, seguro puede llegar el hombre de que no será despedido; donde intervienen tales señales de amor, no hay que temer que a sus súplicas se haya de responder que no ha lugar: «Non poterit esse repulsa, ubi tot concurunt amoris insignia». De este antecedente saca el Pomerio por conclusión, si no puede ser despedido, luego siguiese que servir a la Virgen es muy cierta señal de eterna salud: «Ergo serviré Mariae est certissimum signum, salutis eternae consequendae»

Aliéntese con esto el devoto de la Virgen, nuestra Señora, y el que en señal de su devoción se le ha ofrecido por esclavo, a reverenciarla y servirla en todas sus obras (y en todas digo, porque las obras del esclavo todas han de ser de su señor), pues sirviendo a esta celestial Princesa hace cierta su salvación. Tenga el esclavo de la Virgen por corona esta Esclavitud, que le libró de la servidumbre del demonio; y por libertad de su alma, esta honrosa sujeción; la Señora y el clavo que en señal de ella tiene tan escrito en el corazón téngalas por manifiestas señales de su gloria. El nombre de esclavo, a fuer de mundo, es nombre infame, porque ansí como la libertad es la cosa que el siglo en más estima. Non bene pro iota libertas venditur amo, dijo el otro poeta. Si con precio se hubiera de comprar cuanto oro viene de las Indias y cuanto allá queda en las minas, fuera corto precio para comprar el hombre su libertad. Pues como la libertad es lo que en más se estima, ansí, por el contrario, la servidumbre con que el hombre vende su libertad, su persona, sus bienes y todas sus acciones (que el esclavo nada tiene propio, todo es de su señor) es la cosa que el mundo más desestima ; pero en este reino del cielo que Cristo fundó en la tierra, donde no se vive a fuer de mundo, sino conforme a los fueros y usanza del cielo, el servir a Dios no es infamia, sino gloria; no es cautiverio, sino honrosa libertad: Qua libértate Christus nos liberaüit (ad Galatas, 4) no es avasallarse el hombre, sino hacerse rey: Servire Deo, regnare est; y el servir a su santísima Madre es tener prendas ciertas de reinar en el cielo con su Hijo: «Servire Mariae est certissimum signum salutis eternae consequendae»; y saludarle y ocuparse en sus alabanzas de la boca rezando sus horas o su rosario o corona es comenzar a ocuparse en ejercios de gloria desde acá, porque en divinas alabanzas se ocupan los bienaventurados en el cielo: Beati qui habitant in domo tua Domine, in sécula seculorum laudabunt te.

Y porque demos ya fin a este capítulo, sea la última confirmación del asunto, que tomado en él lo que escribe el bienaventurado San Alano (In psalterio Virginis, c. II): porque a los que como toros indómitos corren tras sus inclinaciones en seguimiento de los vicios y vierten su ponzoña contra todos los ejercicios de virtud para rendirlos a la razón, les echemos un alano a la oreja. Oigan, pues, los amadores del siglo y mofadores de los devotos y esclavos de la Virgen que se ocupan en sus alabanzas lo que dice San Alonso por revelación de nuestra Señora, que muchas veces se le aparecía a este santo y tenía con él muy familiares coloquios. Un secreto de la divina Providencia te quiero revelar (le dijo la Virgen a este su devoto): Sabrás, pues, no sólo para ti, sino para que sin dilación lo manifiestes a otros, que es señal cierta de la condenación eterna el aborrecer y despreciar y el enfadarse del oír rezar la salutación angélica, pues fué el medio de la reparación del mundo. Y que en los que en ella tuvieron devoción es gran señal de predestinación y de ordenación a la gloria: «Habentibus autem devotionem ad hanc, signum est ordinationis, et praedestinationis permagnum ad gloriam». Confúndanse, pues, los maldicientes que con espíritu de Satanás se atreven a ladrar y porner lengua en las hermandades y cofradías que en servicio de nuestra Señora están recebidas en la Iglesia y en los ejercicios en que se ocupan de rezar su corona o rosario de salutaciones angélicas, pues de la boca de. la Virgen han oído la sentencia de su eterna condenación; y aliéntense los devotos y esclavos de esta Reina celestial a reverenciarla y servirla y a ocuparse en sus alabanzas; pues, como dejamos probado, su Esclavitud es señal de libertad del alma y su devoción es cierta prenda de la corona de gloria que, por la intercesión de la Madre de Dios, nuestra Señora, gozarán en el cielo.

CAPÍTULO III

EN QUE SE TRATA DE QUE EL HABERNOS DADO DIOS POR MADRE A LA VIRGEN, NUESTRA SEÑORA, QUE EN CUANTO HOMBRE A ÉL LE ENGENDRÓ, NOS OBLIGA A TENER SINGULAR DEVOCIÓN CON ELLA

El Seráfico Doctor, San Buenaventura, gloria de la Religión franciscana. Doctor de la Iglesia universal y gran maestro de los varones espirituales y gran devoto y capellán de la Virgen, Madre de Dios, en una epístola que escribió a cierta persona devota, en que pone veinte y cinco reglas de bien vivir para los deseos de su salvación, que el santo llama Memoriales, porque son para despertar nuestra memoria al cumplimiento de nuestra obligación, en el Memorial 13 trata de la devoción que el cristiano debe tener con la Madre de Dios, diciendo: «Memento ut gloriosam Virginem Domini nostri Matrem, summo habeas in omni tempore venerationis affectu et cunctis ad eam necessitatibus periculis et praessuris, tanquam ad tutissimum refugium te convertas, ipsius tutelae praesidium flagitando. Eamque in tuam suscipias advocatam devotissimae et securae tuam ei causcun committas, quia mater est misericordiae; quotidie studens ei specialem exhibere reverentiam». Divinas palabras, y dignas por cierto de que los devotos de la Virgen no las echen en olvido. El deseoso de su salvación tenga éste por uno de los más esenciales documentos para alcanzarla. «Acuérdate, dice este santo Doctor, de tener en todo tiempo en suma veneración y grande afecto de devoción a la gloriosa Virgen, Madre de Dios, y que en todas las necesidades, peligros y aprietos te vuelvas a ella como a singular refugio y amparo, suplicándole que te reciba debajo de su tutela y protección; tómala por tu intercesora y abogada y encomiéndale seguramente tus negocios, porque es Madre de misericordia. Por tanto, al varón devoto no se le ha de pasar día en que a la Virgen no le haga algún servicio y algún acto de singular reverencia». Hasta aquí son palabras de San Buenaventura, dignas de que los devotos de la Virgen no las echen en olvido.

En dos cosas principales funda este santo Doctor la devoción de la Virgen, Madre de Dios, a que nos pretende persuadir: la una es que es Madre de misericordia; y que así, con seguridad, podemos llegar a ella y confianza cierta de que la usará con nosotros. La otra es que es nuestra abogada, y que ansí le podemos encomendar nuestras causas, fiados de que por su intercesión alcanzaremos buen suceso en nuestras pretensiones, porque es la Virgen del Buen Suceso. De estos dos puntos, quiero tratar más largamente del primero en este capítulo, y del segundo en el siguiente, por ser los más principales para apoyar la devoción de nuestra Señora, a que pretendo persuadir a los que esto leyeren.

Lo primero, que la Virgen, nuestra Señora, también sea nuestra Madre, y misericordiosa Madre, que con maternales entrañas cuida de nuestro bien y nos le procura, es lenguaje muy común entre los Doctores sagrados; lo cual coligen de aquel honroso y provechoso legado que Cristo nos dejó en su testamento, que, estando en la cruz y cercano a la muerte, otorgó ante su notario apostólico, el glorioso evangelista San Joán, de que hizo mención en el capítulo 19 de su evangelio donde dice el sagrado texto: Que bajó los ojos el Salvador, y que vido al pie de la cruz a su Madre y al discípulo que más amaba : Cum ergo vidisset Jesus Matrem et discipulum quem diligebat, etc. Y conociendo el sentimiento que cada uno en su tanto tenía de verle morir, acudiendo a ambos con suma providencia, le dijo a la iMadre: Ves ahí tu hijo, señalando a San Joan, para que en él tuviese arrimo de la soledad con que quedaba, y a San Joaán le dijo: Ves ahí a tu Madre, dándole por Madre a la dichosa Virgen, que por obra del Espíritu Santo le había concebido a él en sus entrañas. Gran favor para San Joan, y en que el Salvador descubrió bien el amor con que le amaba y cuán grata le fué la perseverancia con él al pie de la cruz cuando, por miedo de los judíos, todos los demás sus condiscípulos habían desamparado a su Maestro. Pero no fué este favor tan sólo de San Joán que no haya sido de participantes; en él dicen los Doctores que nos dió el Salvador por madre a su Madre benditísima a todos los que como discípulos suyos recibimos su fe y abrazamos su doctrina. Así lo dice San Metodio (In Hipopante): «Illud tanquam legatum in testamento reliquit, cum in loanne eam nobis in matrem tradidit». A todos se extendió la manda del testamento de Cristo nuestro Redentor: dando a San Joán por Madre de la Virgen, nos la dió a todos por Madre, y San Antonino confirma este parecer y le prueba diciendo: «Quia vero loannes interpretatur in quo est gratia: cuilibet qui loannes dicitur in quo scilicet est gratia gratum faciens, datur Virgo Maria in Matrem». El nombre de Joán quiere decir el que tiene gracia; y ansí, dándole a San Joán la Virgen por Madre, se le dan a cualquiera que está en gracia de Dios.

Declarando un docto moderno aquellas palabras de San Joán: Es ex illa hora accepit eam discipulus in sua, en que dice el evangelista que aceptó la manda estimándola como era razón y que la recibió por la principal prenda de sus bienes, o como acá decimos, por cabeza de su mayorazgo, esto es, accepit eam in sua, o como otra letra dice: in suam, desde aquella hora la recibió por Madre, y como a tal la comenzó a servir y cuidar de todo lo que le tocaba. Pues sobre estas palabras notó un docto: Advertid que no dijo el evangelista recibióla Joán por suya, sino recibióla el discípulo por suya; dando en esto a entender que tomaba la posesión de hijo de la Virgen no en cuanto Joán y como persona particular, sino, como discípulo de Cristo, en nombre de todos los demás discípulos de su Maestro, que en él nos la dió a todos por Madre. Y por eso, San Buenaventura, en el libro qye intitulo Espejo de la Virgen, llama a nuestra Señora Madre universal de todos los fieles: «Maria, non solum est Mater ChristI singularis, sed mater omnium fidelium universalis».

En el segundo capítulo de libro del Exodo se cuenta que, habiendo salido a lavarse en el río la princesa de Egipto, hija del rey Faraón, mandó sacar del agua al niño Moisén, que, conforme al decreto del rey, le habían echado en el río por ser hijo de los captivos hebreos. Y movida la princesa de una natural compasión, le dió a criar y le adoptó por hijo. Que es una galana figura de lo que en la Reina del cielo vemos cumplido, que a los que salen del agua del bautismo, o si después de él pecaron como flacos, del agua de las lágrimas en la penitencia los adopta esta Princesa del cielo y los recibe por hijos, y como a tales los pone debajo de su protección: «omnium fidelium mater est». Hablando San Epifanio de la fertilidad de aquella tierra virginal, de quien dijo David: Et terra riostra dabit fructum suum, dice este santo Doctor: Esta es aquella tierra virginal no rompida con arado de humana solicitud que, habiendo recibido en sus entrañas al Verbo divino, como grano de muy fértil trigo, produjo con él una mata o manojo de muchas espigas: «Ipsa est ager minime cultus, quae Verbum velut granum frumenti suscipiens, etiam manipulum germinavit». Entendiendo por este manojo la universidad de los fieles, que son por adopción hijos de esta celestial Princesa: «omnium fidelium mater est».

A Cristo, Hijo natural de la Virgen, nuestra Señora, llamó San Pablo primogénito entre muchos hermanos; lo cual no solamente se ha de entender en cuanto es Hijo natural de Dios y cabeza de los predestinados, que son hijos de Dios por adopción, sino también se ha de entender de Cristo, en cuanto es Hijo natural de la Virgen y primogénito entre los justos, que son hijos por adopción de esta Reina celestial. Que ansí como el Redentor entre los dolores de la cruz nos reengendró espiritualmente, mediante su preciosa sangre, a nuevo ser espiritual de su gracia, haciéndonos hijos por adopción de su eterno Padre, ansí quiso que la Virgen, en medio de los dolores de compasión que padeció de ver padecer a su Hijo, que más que a sí amaba, nos reengrendrase espiritualmente; para que, siendo hijos por adopción de su Padre, lo fuésemos también de su Madre, para que de ambas partes, de parte de Padre y de Madre, fuésemos hermanos de Cristo.

Toda esta doctrina epilogó San Ambrosio, citado por San Buenaventura (in Speculo Virginis): «Si Christus est credentium frater, cur non ipsa, quae genuit Christum, erit nostra Mater? eia ergo, fratres charissimi, omnes nunc gaudeamus et nunc gaudendo dicamus: Benedictus frater, per Duem María est nostra Mater, et benedicta Mater, per quam Chrístus est noster frater». Si Cristo es hermano de los creyentes, luego su Madre será Madre nuestra. Ea, pues, carísimos hermanos (dice San Ambrosio), alegrémonos en el Señor y llenos de alegría digamos: «Bendito sea tal hermano, por quien la Virgen María es nuestra Madre, y bendita sea tal Madre, por auien Cristo es nuestro hermano». Dignidad es ésta para saberla estimar y para rendir a Dios continuas gracias por ella. Alaben. Señor, los coros de los ángeles vuestra infinita misericordia y suplan con sus continuas y encarecidas alabanzas los defectos de las nuestras, que de tal liberalidad habéis usado con los hombres desconocidos e ingratos. Pusistes, Señor, en el hombre vuestra afición y en su familiar comunicación vuestro entretenimiento: Deliciae meae esse cum filiis hominum. Y no han bastado tantas avenidas de culpas como nuestra malicia envía cada día contra el cielo para que hayáis mudado de acuerdo ni dejado de continuar la amistad comenzada. Oue ya que en el hombre aborrezcái» la culpa, siempre en él amáis la naturaleza: Non potuerunt aquae multae extinguere charitatem Amástesle de manera que os hicistes hombre para levantar al hombre al ser de Dios por participación. Con vuestra muerte y vida nos merecistes la gracia de vuestro Padre y mediante ella nos hicistes, de esclavos de Satanás, hüos de Dios: Dedit eis potestatem filios Dei fieri etc. Y no contento con esto, nos distes por Madre a la Virgen, que por obra del Espíritu Santo a vos os engendró, para que de parte de Padre y de Madre fuésemos vuestros hermanos: buenas pruebas son del entrañable amor con aue amáis a los hombres.

De este principio vino a colegir San Antonino que a la Virgen. Madre de Dios, se le debe nombre de reengendradora nuestra, pues como Madre de los creyentes nos reengendró a nueva vida espiritual. Y que íimtamente se le debe nombre de ama y tenora. Por ser Madre de nuestro Dios y Señor: «Decet te Matrem regeneratricem. Dominam et heram cognominare. eo nuod ex te prodivit Rex Dominus». Y de este mesmo principio podemos sacar la con- fianza con que podemos llegar a valemos de su intercesión en todos nuestros trabajos y necesidades, porque como piadosa Madre nos trae escritos en el corazón. Isaías juzgó por imposible que se olvide la madre del hijo que engendró en sus entrañas y le trae colgado de sus pechos: numquid potest mulier oblivisci infantem suum ut non misefeatur fila uteri sui. Espiritualmente nos engendró la Virgen mediante la palabra de su Hijo: Ecce filius tuus, y ansí no nos puede echar en olvido; en su corazón nos tiene escritos, y ansí no podrá despreciar nuestros ruegos cuando, como a piadosa Madre, acudiéremos a ella en nuestra necesidad.

Pero, aunque somos hijos, es menester que lleguemos con humildad de siervos para ser oídos, porque no solamente es Madre: Matrem et regeneratricem, sino nuestra ama y señora: Dominam et heram; y ansí, el verdadero «hijo, junto con ser hijo. se ha de reconocer por esclavo. Esta doctrina de la Madre de Dios la podemos deprender, aue ella fué la primera que la puso en práctica. Dícele el ángel que, como verdadera Madre de Dios, le ha de concebir y parir: Ecce concipies, et paries, etc.; y ella responde: Ecce ancilla Domini, etc. Ofrécenle la dignidad de Madre de Dios, y ella se ofrece por su esclava. Deprendamos de este acto de profunda humildad a ser humildes v a que cuando nos ofrece el cielo la dignidad de hijos de la Madre de Dios nos reconozcamos por sus esclavos, que ésa será razón de que cuando invocáremos su favor nos acuda como a hijos, amparándonos como piadosa Madre.

Suelen los niños, cuando los asombran o les sucede alguna cosa adversa, con lastimosos gemidos acudir a valerse de su madre, abrazándose de ella v afretándole el cuello; y con esto les parece que han hallado puerto seguro para amnararse de cualquiera adversidad. Como niños quería el Salvador que fuésemos en la inocencia y sencillez, y es esto de tanta imoortancia. aue no nos va en ello menos nue la salvación: Nisi efiiciamini sicut parvuli, non intrabitis in regnum caelorum. Pues si en la inocencia habemos de ser como niños, parezcámonos también a los niños en esto, que cuando nos vibremos oprimidos de nuestros enemigos y apretados de las tentaciones con que nos persiguen, bañados en lágrimas, acudamos a esta Madre de misericordia ; v que nos abracemos de este cuello, aue con este nombre de cuello es llamada la Virsren: porque como el cuello iunta el cuerpo con la cabera, ansí la Virgen, nuestra Señora, iunta el cuerpo místico de la Iglesia con su cabeza, que es Cristo; y ansí, en todas nuestras presuras y aprietos, habemos de acudir a valemos de su intercesión, como a puerto seguro, para nuestra defensa. Que era el consejo de San Buenaventura, como arriba vimos; «Ad illam in ómnibus necessitatibus, et praessuris, tanquam ad                                                 tutissimum refugium, te convertas»; porque es Madre de misericordia, y debajo de su amparo estaremos seguros de cualquiera adversidad y tribulación que se nos ofrezca.

Saquemos de aquí la razón que hay de poner en la Virgen nuestra devoción; pues el buen despacho de nuestras causas pende de la intercesión de esta Reina celestial, reverenciémosla como sus esclavos porque en nuestras necesidades la tengamos propicia y favorable. Preciémonos de sus hijos, pues fué benignidad de su Hijo el habernos admitido por hermanos dándonosla por Madre; y ansí, la Cabemos de suplicar que haga como Madre, diciéndole con la Iglesia: Monstra te esse matrem, etc. En que le pedimos que muestre la piedad de Madre con sus hijos adoptivos y que en favor de ellos use de la autoridad de Madre de Dios, su Hijo natural; pues no sólo tiene autoridad de alcanzar lo que con sus ruegos pidiere, sino de mandar con imperio que se haga. Por eso dice San Antonino de Florencia (4. p., tít. 15, c. 17) que «la oración de la Virgen es el modo de orar más eficaz: lo uno, porque tiene razón de precepto y mandamiento, porque de derecho natural y evangélico el hijo no sólo está obligado a oír, sino a obedecer a su madre, conforme la doctrina del Apóstol, en que manda a los hijos obedecer a sus padres. Lo otro, porque no puede dejar de ser oída la Madre de Dios en lo que pidiere a su Hijo, según lo que en figura le pasó a la reina Bersabé que, queriendo rogar cierta cosa a Salomón, su hijo, la respondió el rey: Pedid, madre, lo que por bien tuviéredes, que no será cosa justa que responda yo con no ha lugar a vuestras peticiones». Hasta aquí son palabras de San Antonino, en que se conoce el derecho que la Virgen tiene a pedirle a su Hijo y de mandar que se haga lo que pidiere. Comúnmente decimos que quien puede mandar y ruega, por ese camino alcanza más que mandando. Por eso, el modo de orar más eficaz es el de la Virgen; porque, pudiendo mandar como a Hijo, le ruega como a Dios; y ansí, ninguna cosa le niega de lo que le pide con eficacia. Porque ninguna cosa pide ella sino las que son de la gloria de Dios y provecho de sus devotos, por quien intercede; con que queda bien probada la razón que hay de Doner en la Virgen nuestra devoción, por ser Madre de Dios y Madre nuestra; otra razón se funda en habérnosla dado Dios por Abogada, de que trataré en el capítulo siguiente.

CAPITULO IV

EN QUE SE TRATA DE QUE LA VLRGEN, NUESTRA SEÑORA, ES NUESTRA ABOGADA E INTERCESORA, Y QUE ESTO NOS OBLIGA A PONER EN ELLA NUESTRA DEVOCIÓN

De dos razones sobre que el Seráfico Doctor, San Buenaventura, fundaba la devoción de nuestra Señora, a que nos pretendía persuadir, como vimos en el capítulo precedente, la una por ser Madre de misericordia y la otra por ser Abogada nuestra, habiendo tratado de la primera, resta que tratemos de la segunda y que probemos que la Virgen es nuestra Abogada. Con este nombre la llama la Iglesia en la antífona tan devota de la Salve Regina, pidiéndole que como tal nos vuelva los ojos de su misericordia y se incline a nuestros ruegos: Eia ergo, advocata riostra, etc. Con este mismo nombre la intitula el glorioso Padre San Bernardo (Serm. de Assumptione): «Advocatam salutis negotia praestantem». Y San Efrén, Siro (Serm. de laudibus Virginis), la llamaba «baluarte de los fieles y propiciatorio de los trabajados»: «Vallum fidelium et propitiatorium laborantium». Andreas Cretense la llama «torre fuerte de los creyentes y defensora de los que en ella confían»: «Christianae fidei propugnaculum et eorum qui in ea spem collocant propugnatricem». «Patrona nuestra aceptísima» la llama San Gregorio Nacianceno (Tragedia de Cristo: «Patronam acceptissimam». Y para que concluya, común lenguaje de los Doctores es llamar a la Virgen con nombre de Abogada nuestra o con otro semejante; en que dan a entender el patrocinio y amparo que en todas nuestras causas nos hace esta celestial Princesa.

Pero quien más particularmente trató este punto y le probó fué San Antonino de Florencia (4ª p., tít. 15, c. 19), donde doctamente afirma que la sabiduría y elocuencia del abogado se descubre en tres cosas: la primera, en salir con lo que pretende ante el juez sabio y justo; la segunda, en defender la causa de su parte contra el contrario astuto y sagaz; la tercera, en que en la causa más desconfiada salga vencedor. Estas tres cosas hallaremos que concurrieron en la Virgen, nuestra Señora, en la tutela y defensa que nos hace como Abogada nuestra; pues en la causa de la caída del linaje humano, tan desesperada de humano remedio, contra el demonio, nuestro adversario en el rectísimo tribunal del sapientísimo y rectísimo Dios, salió con victoria, inclinándole con sus ruegos y merecimientos al cumplimiento de su palabra y que acelerase su venida para redemir al mundo. Las palabras de este santo Doctor son: «Beata Virgo advocata nostra obtinuit, apud sapientissimum, et iustum iudicem Deum, contra astutissimum adversarium diabolum. in causa a die sperantissima inter Deum et hominem, in qua nulli eorum, qui eam praecesserunt loqui audebant». De donde queda bien probado cuán merecido tiene la Virgen el nombre de Abogada nuestra. Esto mesmo pudiera probar con singulares ejemplos de personas a quien la Virgen ha defendido en el tribunal de la justicia de Dios de las manos de los demonios que los acusaban, de que están llenas las historias, y yo dejo de referirlos por no permitírmelo la brevedad de este tratado; lea el curioso el libro que se intitula Speculum exemplorum, Verbo, María Virgo y al muy docto P. Fr. Juan de Cartagena, que, después de haber escrito con singular ingenio y erudición tres tomos de las grandezas de esta Reina celestial. Madre de Dios y Señora nuestra, al fin del tercer tomo pone un tratado que intitula De mirandis Beatae Virginis, donde se hallarán maravillosos ejemplos de lo que la Virgen ha hecho en defensa de sus devotos. En que descubre bien el oficio que hace ante Dios de Abogada nuestra.

¿Quién, pues, hay, cristianos, que no se ponga en las manos de esta cuidadosa Patrona, nuestra Abogada, y no le encomienda sus causas y negocios, si desea el buen suceso de ellos? Que es el consejo de San Buenaventura, como arriba vimos: «Eam in tuam suscipiens, advocatam ipsius tutelae praesidium flagitando». ¿Quién hay que, cuando por devoción no lo haga, siquiera llevado de su interés, no procure asiento en la casa de esta Reina celestial y humildemente le suplique que le reciba por su esclavo para reverenciarla y servirla por toda la vida y para que, como a siervo y criado suyo, le defienda y ampare y le reciba debajo de su protección?

Tomemos las palabras de la boca a San Efrén en una oración de nuestra Señora, que con ningunas otras podrá mejor el devoto de la Virgen invocar su favor que con las de este devoto Doctor: «Recibidme debajo de la protección de vuestras alas. Virgen sacratísima. Habed merced de mí, que he atollado en el lodo, de que soy compuesto, y, como hecho de tierra, he puesto mi gusto en Icis cosas de la tierra. Doleos de mí porque no se gloríe mi enemigo contra mí, ni el cruelísimo Satanás se ufane de verme vencido. No tengo otro amparo sino a vos. Virgen sencilla; ni otro puerto seguro sino a vos. Virgen inviolada y mi favorecedora; y, finalmente, debajo de vuestra tutela estoy, Madre diligentísima, y con continuas lágrimas imploro vuestro favor y con humildad profunda me arrodillo a vuestros pies e invoco vuestra ayuda». Esto dice San Efrén, en que da buenas muestras de la devoción que a la Virgen tenía y nos enseña a todos a poner en ella nuestras esperanzas, pues su intercesión ha de ser la escala por donde habemos de subir a Dios y el medio más eficaz para negociar bien con él.

Pensamiento es éste del glorioso Padre San Bernardo en un sermón en que nos exhorta a poner todo nuestro cuidado y solicitud en subir a Dios por medio de su Madre. Que ansí como ella fué el medio para que Dios bajase a nosotros, así la habemos nosotros de tomar por medio para subir a Dios. Por la mesma escalera por donde se baja de lo alto para lo bajo, se ha de subir de lo bajo para lo alto. Bajó Dios a nosotros por medio de su Madre, enseñándonos en esto que por medio de su intercesión habemos de subir a negociar con él. Ayudemos este pensamiento con una revelación que Dios hizo a Santa Catalina de Sena en esta manera: Mi bondad (le dijo Dios) ha concedido en favor de la Virgen gloriosa, Madre de mi Hijo unigénito, en reverencia de la encarnación del Verbo, que cualquier justo o pecador que con debida reverencia acudiere a valerse de ella, que en ninguna manera sea despedazado ni tragado de la bestia infernal. Porque la tengo puesta y elegida por celestial cebo para pescar las almas de los pecadores». Hasta aquí son palabras de la revelación. Pues si ha elegido Dios a la Virgen, Madre de su Hijo, para traer con este cebo las almas a sí, ¿quién hay que no use de este medio para que le reciba y le perdone Dios sus pecados? ¿Quién no elige a esta Señora por Patrona y Abogada para negociar con Dios? Si los que con reverencia invocan su favor están seguros de las asechanzas de la bestia infernal, ¿quién, para defenderse de sus cometimientos, no le suplica que le reciba debajo de su amparo y protección?

En todo tiempo y en toda ocasión, nos habemos de valer de la intercesión de nuestra Señora para salir bien despachados en nuestras pretensiones, como San Buenaventura nos lo aconsejaba y como lo vimos arriba, que sus palabras me han ocasionado la doctrina que he tratado en estos dos capítulos. Pero como a la hora de la muerte los peligros son mayores y las tentaciones del enemigo más crueles, entonces es más necesario el auxilio y favor de la Virgen jara no morir eternamente a manos de enemigos tan crueles. Por eso, la Iglesia, como piadosa madre nuestra, nos aconseja que en el discurso de la vida granjeemos el favor de nuestra Señora para la hora de la muerte. Cuando niños, enseñándonos la Iglesia a rezar y a tener coloquios con Dios y con su Madre benditísima saludándola con las palabras que el ángel la saludó cuando vino a tomar su consentimiento para el misterio de la encarnación, nos enseña el Ave María, etc. A las vueltas, nos enseña que no nos apartemos de la presencia de esta Reina de misericordia sin pedile mercedes. Y porque no erremos en lo que habemos de pedir, nos da el memorial hecho con estas palabras: Ora pro nobis peccatoribus, nunc et in hora mortis nostrae. Rogad, Señora, por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte. Y cuando, ya mayores, nos enseña la Iglesia a ser devotos de nuestra Señora, y en prendas de devoción, a rezar las horas de su oficio (devoción muy acepta a la Virgen, como después veremos); en el himno Ave Maris stella nos enseña a pedirle: cuando. Señora, partamos de esta vida por medio de la muerte: Iter para tutum, aseguradnos el camino, que están en emboscada los demonios, como bandoleros crueles, para estafarnos y robarnos el caudal de las virtudes y quitarnos la vida del alma, condenándola a tormentos eternos.

Y en otro himno pone aquel devoto verso (que ni en vida ni en muerte se nos había de caer de las bocas): María, Mater gratíae, Mater míserícordíae, tu nos ab hoste protege et hora mortís suscipe. En que se ponen dos singulares prerrogativas de nuestra Señora y le suplicamos que use de ellas en nuestro favor. La una es defendernos del enemigo: Tu nos ab hoste protege. Y la otra, que en la hora de la muerte nos reciba debajo de su protección: Et hora mortis suscipe. Que como es la vez postrera en que el demonio se ha de ver en campo con el hombre, entonces le da más fuerte combate, y le hace guerra más cruel, y le pone en mayor aprieto. Y para no salir con las manos en la cabeza, confusos y vencidos es menester en vida invocar el auxilio de esta fuerte Judit que ha de quebrantar la cabeza a este infernal Holofernes y triunfar de su orgullo y loca presunción.

Le dijo Dios a la serpiente infernal: Tu insidiaberis calcaneo eius, etc. Lo cual se cumple en los hijos espirituales de la Virgen, nuestra Señora, que el demonio les acomete al carcañal, que, como es lo postrero del cuerpo, es símbolo del fin de la vida, en el cual nos acomete el demonio con suma sagacidad; pero la Virgen le sale al encuentro y le hace guerra hasta quebrantar la cabeza y vencerle: Ipsa conteret caput tuum. Perbalto, en su Estelario le atribuye a nuestra Señora aquellas palabras de la Sabiduría: In fraude circumvenientium illi affuit et ab inimicis, et a seductoribus tutavit illum et dedit illi claritatem aeternam: Al engaño de los que le tenían cercado se halló presente, y le defendió de sus enemigos y perseguidores y le dió eterna claridad. Palabras bien acomodadas a la Virgen, porque a la hora de la muerte se halla presente para amparar y defender al que fuere su devoto y pusiere en ella su esperanza de la canalla de los demonios que le cercan para engañarle y persuadirle a que desconfíe de la misericordia de Dios; pero la Virgen le defiende y ampara y le saca de las manos de sus enemigos y no le desampara hasta hacerle por su intercesión participante de la gloria de su Hijo: et dedit rlli claritatem aeternam. No nos va menos que nuestra salvación en ser siervos, esclavos y devotos de esta Reina celestial y tenerla grata y favorable para que nos defienda y ampare de las asechanzas de Satanás.

Y para concluir con buena sazón este capítulo, le quiero acabar con unas devotas palabras del ortodoxo Damasceno en una oración de nuestra Señora: «Pues de tantas obligaciones nos sentimos obligados, Señora, Señora nuestra y otra vez digo Señora (tres veces la llama Señora, reconociéndose otras tantas por su esclavo), si todos os llaman y se os encomiendan, nosotros en este día hacemos otro tanto, y presentándonos ante vos y atando y vinculando con vos nuestras almas (como a segurísima áncora, con que estaremos seguros de cualquier borrasca y tempestad), ofreciéndoos nuestras almas y nuestros cuerpos y a todos nosotros, alabándoos y bendiciéndoos con sagrados himnos, confiados de que por vuestros merecimientos nos librará Dios de los peligros de esta vida y nos dará descanso en la otra».

CAPÍTULO V

DE QUE DIOS HA DADO A SU MADRE POTESTAD SOBRE TODAS LAS CRIATURAS Y QUE ÉSTA ES UNA DE LAS PRINCIPALES RAZONES QUE NOS HA DE MOVER A SU DEVOCIÓN

Bien creyó el demonio que, quitándole a Cristo, nuestro Redentor, la vida corporal (que por medio de los fariseos y escribas, sus ministros, persuadió al pueblo hebreo a que pidiese su muerte ante Poncio Pilato, presidente de Judea), que juntamente con la vida habían de expirar sus fuerzas y hacer punto y acabarse su virtud y su poder. Pero en esto manifestó el Salvador que sus fuerzas eran más que humanas y que su virtud era divina; en que, aunque con la muerte se le acabó la vida de Hombre, le quedó la vida de Dios, en cuya virtud pudo resucitar al tercero día. Esta admirable teología nos enseñó San Pablo, diciendo en breves palabras: Crucifixus est ex infirmitate et vivit ex virtute Dei. Como si dijera: si murió como hombre flaco, mortal y pasible, resucitó a nueva vida como Dios, poderoso y fuerte. Era juntamente Hombre y Dios, como la santa fe nos lo enseña; y si como hombre murió para redemimos, como quien era Dios pudo resucitar para justificarnos: Surrexit propter iustificationem nostram. Y de aquí veremos que cuando salió de la sepultura triunfando de la muerte y del infierno, salió diciendo: Data est mihi omnis potestas, etc. Como si dijera: Nadie piense que los poderes sobre todas las criaturas, que mi Padre me había comunicado, en virtud de los cuales os dije algún día: omnia mihi tradita sunt a Patre meo. Hase mostrado mi Padre conmigo tan franco y liberal, que me ha dado mano sobre todas las criaturas, sin exceptuar ninguna, pues nadie piense que esta potestad se me ha acabado con la vida, que en la resurrección me la ha confirmado mi Padre declarándome por su Hijo y natural heredero de todos sus estados temporales y eternos, no sólo en cuanto Dios, sino en cuanto hombre ; por estar unida en mí la naturaleza de hombre a la persona de Dios, por eso se extiende mi poder sobre todas las criaturas celestiales y terrenas: Data est mihi omnis pofestas in cáelo et in térra.

De aquí nació que, teniendo Cristo, nuestro Redentor, en cuanto Dios y en cuanto hombre, poder sobre todas las cosas, como en cuanto hombre es Hijo de la Virgen san- tísima, su dichosa Madre, sobre todas las cosas a que se extiende su poder le ha dado a su Madre facultad. El ve-nerable cardenal Pedro Damiano confirma esta doctrina en un sermón de la Virgen, diciendo: «Quomodo illa potestas, tuae potentiae poterit oblare, quae de carne tua, carnis suscepit originen? Accedis enim ad altare aureum, reconciliationis nostrae, non solum rogans, sed impetrans». Acércase la Virgen a aquel altar dorado de nuestra reconciliación (por quien entiende este Doctor la persona del Salvador) que fué el altar, el sacerdote y sacrificio, con que el Padre Eterno sé aplacó y admitió a su gracia al linaje humano); llégase, pues, la Virgen a este divino altar no como ouiera rogando, sino con certidumbre de alcanzar cuanto pidiere: «Non solum rogans, sed impetrans»; porque ¿cómo podrá la potestad del Salvador contradecir a la de su Madre, de cuyas purísimas entrañas tomó el ser de hombre? No podrá ser ingrato a su Madre (dice Ricardo de Santo Victor) el que nos puso precepto de que honrásemos a las nuestras: «Neque erit ingratus Matri suae, qui patri, matrique honorem praecepit exhiberi». Así, le ha dado poder tan cumplido a su Madre benditísima, que su boca sea medida.

Confirmemos esta doctrina con una revelación de Santa Brígida tan auténtica, que el libro que de ellas escribió está confirmado y aprobado por autoridad apostólica; dícese, pues, en el capítulo 48 de este libro que apareció nuestra Señora a Santa Brígida acompañada de muchos santos, y que, reconociéndola todos por Madre de Dios y reverenciándola como a su Reina y Señora, le dijeron: O Domina benedicta, tu portasti Dominum in te et tu Domina omnium est; et quid est quod non poteris? Quod enim tu vis, hoc factum est»: a ¡Oh bendita Señora! (le decían los santos), tú trujiste en tu vientre al Señor de todo lo criado y tú eres Señora de todas las cosas; ¿qué cosa hay que tú no la puedas? Lo que tú quieres, eso es lo que se hace»: «Quod enim tu vis, hoc factum est». Con ninguna cosa más pudieran encarecer la potestad de la Virgen que con estas palabras; porque con otras semejantes ponderó David el poder de Dios: Ipse dixit et jacta sunt, etc. En eso se conoce la omnipotencia de Dios, en que su decir es hacer; y esto mismo dicen aquí los santos del poder de la Virgen, a quien le ha dado Dios poder tan cumplido, que no se hace más de lo que ella quiere: «Quod enim tu vis, hoc factum est». Porque los poderes sobre todas las criaturas que a Cristo le comunicó su Padre los otorgó el Salvador en favor de su Madre benditísima. Cristo lo puede todo, y todo lo puede la Virgen, aunque de diferente manera: Cristo, por naturaleza; la Virgen, por gracia. Cristo, como natural Hijo de Dios; la Virgen, como Madre natural del Hijo natural de Dios. A los filipenses les escribió San Pablo: Omnia possum in eo qui me confortat. Todo lo puedo en virtud de Dios, que me da fuerzas para todo. Pues ¿con cuánta más razón podrá decir la Virgen, nuestra Señora: todo lo puedo en virtud de aquel poderoso Dios que en cuanto hombre quiso nacer de mis entrañas?

Saquemos de aquí de cuánta importancia nos sea la devoción con la Virgen, nuestra Señora; el amarla de todo corazón, el reverenciarla y servirla y procurar de tenerla siempre grata y favorable, pues si todo lo puede, el buen despacho de nuestros negocios y pretensiones, todo está pendiente del favor que nos hiciere. Por esta razón, dice el glorioso San Bernardo ordenó con alto consejo la sabiduría de Dios que todos los bienes se depositasen en la Virgen, nuestra Señora, y que por su orden se destribuyesen, para obligarnos a poner en ella el afecto de nuestra devoción y las esperanzas de todo nuestro bien y para que sepamos que la gracia, la salud y todos los bienes corporales y espirituales todos nos vienen de su mano: «Intuemini igitur quanto devotionis affectu, eam voluerit a nobis honorari, qui totius boni plenitudinem possuit in Maria, ut si quid spei in nobis est, si quid gratiae, si quid salutis, ab ea noverimus redundare, quae ascendit de deliciis affluens», etcétera. Por eso le pide la Iglesia a la Virgen, nuestra Señora, que nos defienda de todo mal y nos dé cumplimiento de todo bien: Mala nostra pelle, bona cuncta posce. Porque la defensa del mal y la comunicación del bien son mercedes oue nos vienen de su larga mano. Hablando de la venida de Dios al mundo, el santo profeta Habacub en el libro de sus divinos oráculos, dice: Deus ab austro veniet, et sanetus, de monte Pharam: Vendrá Dios del austro, y el santo, del monte Faram. Los Setenta volvieron: a monte condenso et umbroso. Por el Austro, que signi- fica el Mediodía, todos entienden el pecho del Padre Eterno, donde hay claridad perfecta y no le toca la obscuridad de la noche, como lo dice San Joan: Deus lux est, et tenebrae in eo non sunt ullae. Pero por el nombre Faram, espeso y sombrío; de donde el profeta dice que vendrá el Santo de los Santos, entiende San Gregorio el Testamento Viejo: sombrío, por las muchas sombras y figuras que tiene, y espeso, por las muchas ceremonias de que está lleno. Pero Teofilacto y Hesiquio entienden por este mon- te a la Virgen, nuestra Señora, llamada monte por la emi- nencia de su santidad y por la alteza de Madre de Dios; sombrío, porque el Espíritu Santo que sobrevino en ella le hizo sombra; Spiritus Sanctas superüeniet in te et cirtus Altissimi obumbrabit tibi. Y condenso y espeso, por los muchos árboles de diferentes virtudes que la mano de Dios plantó en ella. Suele el monte espeso ser receptáculo de las fieras, leones, osos, onzas y otras semejantes, y aun suele ser la guarida de los malhechores, que por sus crímenes y excesos huyen de la Justicia y en las emboscadas de los montes se defienden de ella. Y es una muy propia figura de lo que en la Virgen, nuestra Señora, pasa, que ella es el refugio y amparo de los pecadores, que, arrepentidos de sus culpas, acuden a valerse de su favor, iCuántos millares de hombres estuvieran ardiendo en el infierno, condenados por la justicia de Dios, si en este monte no se hubieran amparado y defendido! Esto se declara bien por un ejemplo que pone Ludovico Blosio, el cual cuenta que apareció la Virgen, nuestra Señora, a Santa Gertrudis cubierta de un rico manto, y vido que muchos animales y bestezuelas de diferentes especies acudían a donde la Virgen estaba y se le ponían debajo del manto; y la Madre de misericordia los recibía con mucha benignidad y los tocaba blandamente con la mano y los halagaba. Y, deseosa la santa de saber lo que en esta visión se figuraba, le declaró la Virgen sacratísima que aquellos animales representaban diversos géneros de pecadores que acudían a valerse de su favor y que aquel modo de recebirlos significaba la caridad con que la piadosa Madre de misericordia los recibe cuando invocan su auxilio y favor y la piedad de Madre con que los ampara. Apocalipsis, II, dice San Joan que le mostró Dios el templo del cielo, y que estaba abierto y patente para todos: Apertum est templum Dei in caelo. Y es figura de la Virgen, Madre de Dios, que fué el templo donde corporal y espiritualmente moró, y en él están abiertas las puertas de sus piadosas entrañas para recibir a todos los que acuden a valerse su favor, sin que se le cierren a ninguno. Que ni hay mal de culpa, por grave que sea, ni pena ni peligro de que el hombre no se pueda librar por medio de la Virgen, si la toma por Abogada.

Entre los privilegios que Demetrio envió a ofrecer a Jonatás, sumo sacerdote del pueblo hebreo, fueron algunos en favor del templo de Jerusalén, como se cuenta en el primero de los Macabeos Y uno de ellos fué que por cualquier negocio, por grave que fuese, que se acogiesen al templo gozasen de su inmunidad: Quicumque conjugerint in templum obnoxii regí, in omni negotio dimittantur , en figura del privilegio que concedió Dios a su santísima Madre que todos los que acudiesen a este sagrado, por grave que el negocio sea, in omni negotio dimittantur, se libran de los cuadrilleros de la justicia de Dios. Singular privilegio de su Madre, que aunque sea verdad que los delincuentes que se acogen a valerse de la Iglesia, comúnmente no pueden ser sacados de ella, como está ordenado en el Derecho. Pero hay algunos negocios tan atroces, que por su enormidad no gozan en ellos los delincuentes de la inmunidad. Mas no es de ega manera en los que se acogen a valerse de la intercesión y favor de nuestra Señora, sino que, por grave y atroz que el delito sea, en el favor de la Virgen se hallará remedio del, que por eso es llamada la Virgen de los Remedios.

Ludovico Blosio en el libro que tituló Espejo de la Virgen, hablando de su nobilísima condición, dice: «Maria nullum, a se repellit peccatores, ad se confugientes blande suscepit et Filio suo materna fiducia reconciliat. Citius caelum, terraque peribunt, quam ipsa aliquem serio se implorantem suo ope destituat». A ninguno de los pecadores, dice este devoto autor, que con humildad y reconocimiento de sus culpas implora su auxilio, le despide la piadosa Madre, sino antes le recibe amorosa y blandamente y con confianza de madre le reconcilia con su Hijo. Y concluye diciendo: «Antes faltará el cielo y la tierra que falte esta Reina de misericordia en dar su amor al que debidamente le implorare». No dice que se la dará a todos, sino «serio implorantem». Al que de veras y con las circunstancias debidas de arrepentimiento de culpas y propósito de no tornar a caer en ellas implorare el favor de nuestra Señora. A éste jamás se le niega; porque, aunque es Madre de pecadores, no recibe debajo de su protección sino a pecadores arrepentidos; a éstos favorece y los ampara y reconcilia con su Hijo y les alcanza perdón; porque ninguna cosa I pedirá que no la alcance, porque la respeta como a Madre y la ama como Hijo y Esposo.  

CAPÍTULO VI

DE QUE ES SERVICIO MUY AGRADABLE A LA VIRGEN, NUESTRA SEÑORA, QUE SUS DEVOTOS, EN CUANTO LES SEA POSIBLE, LA IMITEN EN LAS COSTUMBRES

Prosiguiendo el glorioso San Buenaventura en el Memorial 13, alegado en el capítulo 2, la doctrina con que nos pretende persuadir a la devoción de la Virgen, Madre de Dios, dice: ¿Queréis que le sea acepta a la Virsíen vuestra devoción y grata la reverencia que le hiciéredes? Pues éste es el camino: que muy de corazón en el alma y en el cuerpo procuréis de imitar su pureza y su limpieza y que con humildad y mansedumbre rastreéis sus pisadas: «Ut tua devotio ei sit accepta reverentia grata, ipsius puritatem et munditiam, omni virtute, mente, corpore, illibatate in te ipso servando, toto conatu nitaris, humilitate et mansuetudine eius vestigia imitari». El que no la imita en las costumbres, ¿con qué cara puede pedir su favor? ¿El deshonesto no arrepentido, sino que de asiento se está en sus torpezas, cómo no le salen colores de vergüenza de parecer ante una Virgen tan pura, que vence a los ángeles en la pureza? «Quae angelos vincis puritate, omnes sanctos superas pietate», dijo de ella el mismo santo Doctor. El ambicioso soberbio, que sólo a sí mismo estima y todo lo demás desestima, cómo no tiembla de parecer delante de la que fué tan humilde, que por su humildad la escogió Dios por Madre, como ella lo düo en su cántico: Quia respexit humilitatem ancillae suae? Y si no fuera tan humilde, acaso no fuera elegida por Madre de Dios, que eso parece que denota aquella causal quia repexit. etc. Otro tanto les puedo decir a los demás pecadores: que, si se están de asiento en sus culpas, no serán oídos. Madre de pecadores es la Virgen y Abogada nuestra; pero no se entiende sino con pecadores arrepentidos, contritos de sus culpas y deseosos de la enmienda y de imitar a la sacratísima Virgen en las costumbres. Toda esta doctrina confirma el glorioso Padre San Bernardo (Serm. super Salve Regina), diciendo: «Agnoscit Virgo et diligit, diligentes se, et prope est in veritatem invocantibus se, praesertim his, quos viderit conformes sibi factos, in castitate, humilitate, et coram spem suam, post Filium in ea posuerint, et toto corde, quaesierint». Como si dijera: no ignora la Virgen sacratísima quiénes son sus devotos, sino que los conoce y corresponde al amor con que la aman y está muy propicia a los que de veras invocan su favor, especialmente a los que en la castidad y en la humildad se conforman con ella y que después de su Hijo ponen en ella toda su esperanza y la buscan de todo corazón. Esto dice San Bernardo; de donde colige que para que la Virgen se incline a nuestros ruegos y nos ayude como Madre de misericordia es menester que nos conformemos con ella en las virtudes.

Cuando el profeta Natán persuadió a la reina Betsabé que entrase al rey David y le dijese que cómo se permitía que reinase Adonías, habiéndole dado a ella su palabra de que después de sus días reinaría por él Salomón, su hijo, consecutivamente le dijo: Et adhuc te loquente cum rege, ego üeniam et complebo sermones tuos. Comienza tú la plática, que yo entraré tras ti y la prosiguiré. Muy bien es que para que no reine Adonías, en quien se figura el pecado, «non regnet peccatum in vestro mortali corpore», que para esto nos valgamos de la intercesión de la Reina del cielo; pero tras ella ha de entrar Natán: Ut compleat sermones eius. Sobre las cuales palabras, dice San Crisóstomo: «Illi complent orationes sanctorum qui operibus humilibus et piis correspondent eorum intercesionibus»: Aquellos cumplen lo que con su intercesión comenzaron los santos que con obras piadosas y humildes correspondan a lo que los santos piden. Válgase en buena hora el pecador afligido de la intercesión de la Virgen y espere que por sus merecimientos ha de alcanzar de Dios perdón y misericordia; pero tras esto es menester contrición de pecados y ejercicios de la virtud y procurar en ella imitar a la Virgen, nuestra Señora, si quiere ser oído cuando la invocare. Así nos lo aconseja San Bernardo con unas breves y elegantes palabras: «Ut impetres orationis eius sufragium; non defieras conversationis eius exemplum». Si el devoto de la Virgen se quiere valer de su intercesión y pretende ser oído, es menester que tome su vida por ejemplo y dechado para sacar de ella las labores preciosísimas de sus admirables costumbres.

Este, dice San Ambrosio, ha de ser el espejo de las vírgines y de todas las almas que desean agradar al celestial Esposo. Mirándose en este espejo, han de limpiar las manchas de sus culpas y adornarse de las virtudes a ellas contrarias: «Sit vobis tanquam in imagine, virginitas vitaque Beatae Mariae, in qua tanquam in speculo relucet species sanctitatis et forma virtutis». Santiago decía que el que oye la palabra de Dios y no la guarda es como el que se mira al espejo y no enmienda sus faltas ni limpiá sus manchas: Si quis auditor est verbi et non factor, hic comparabitur viro consideranti vultum nativitatis suae in speculo, consideravit enim se et abiit, et statim oblitus est qualis fuerit. Por cierto, que el que se pusiese a mirar el rostro en un espejo y ni lava lo que está sucio, ni corrige lo que está feo, ni compone lo descompuesto, que usaría mal del espejo, pues ninguna utilidad sacaría de haberse mirado en él. Espejo es la Virgen santísima, que con este nombre comúnmente la llaman los Doctores; pero no le bastará al cristiano contentarse con haber mirado la perfección de este espejo cristalino y admirarse de su hermosura, sino que, si se precia de devoto de la Virgen, nuestra Señora, y quiere granjear su favor, mirándose en ella como en espejo, ha de componer sus costumbres descompuestas y corregir lo feo de su vida no bien disciplinada, que en la imitación de la sacratísima Virgen ha de dar muestras de su devoción.

El glorioso Padre San Bernardo no sólo quiere que la vida de la Virgen, nuestra Señora, sea dechado de Ias vírgines, sino que a todos los estados se la propone por ejemplo. Porque si no todos pudieren imitar en todo tanta perfección, imiten lo que pudieren y admírense de lo que no pudieren imitar, y lo uno y lo otro lo reverencien en la Virgen. A los casados les dice: «Veneramini coniuges, in carne corruptibili integritatem». Asombraos, como si dijera, de que, viviendo la Virgen en carne corruptible, viviese tan sin carnales afectos como viven los ángeles en el cielo: «Miramini et vos sacrae virgines in sacra Virgine fecunditatem»: Admiraos, virgines sagradas, de ver en la Virgen sacratísima la fecundidad de Madre, sin haber perdido la integridad de doncella. Y si en la Virgen les ha ofrecido a las virgines y a las casadas materia de admiración, ahora se la ofrece de imitación, diciendo: «Imitamini omnes homines, Dei Matris humilitatem». No podrá la casada imitar en la Virgen, nuestra Señora, la integridad y pureza de doncella, ni la doncella la fecundidad de Madre. Admírense, pues, de lo que no puedan imitar y alaben a Dios, hacedor de tan grandes maravillas, que hiciese que su Madre gozase de las dulces prendas de madre sin perder la entereza de doncella. «Gaudia Matris habens cum integritate pudoris, nec primam similem visa est, nec habere sequentemi», le canta la Iglesia. Y son palabras tomadas del poeta cristiano Sedulio, celebrado de San Jerónimo y de otros Doctores, y tan antiguo en la Iglesia, que ha más de mil años que floreció en ella. Supuesto, pues, que en estas virtudes tales y singulares prerrogativas es tan singular la Virgen, nuestra Señora, que es primera sin segunda, no pide San Bernardo que en estos privilegios particulares ninguna la imite sino en la virtud de la humildad: «Imitamini Matris Dei humilitatem»: Imitad la humildad de la Madre de Dios. Y junta con la humildad la dignidad de la Madre de Dios porque ahí es donde ella más se descubrió. Para encarecer San Pablo la humildad de Cristo, nuestro Redentor, dijo: Cum in forma Dei esset, exinanivit semetipsum, etc. Puso el alto del ser de Dios para que más campee su humildad, cuando de tal alteza se humilló a tanta bajeza: de Dios, a hombre; de Señor de todas las cosas, a siervo y esclavo vil: Formam servi accipiens.

Así, para que se descubra más la humildad de la sacratísima Virgen, la juntó San Bernardo con la maternidad de Dios: «Imitamini humilitatem Matris Dei»: Imitad la humildad de la Madre de Dios. Ella es la mayor dignidad después del ser de Dios: pues mirad del alto de donde se arrojó a los pies de quien la eligió por Madre, ofreciéndose por su esclava: Ecce ancilla Domini.

Bien hay que imitar en un tan prodigioso ejemplo la humildad: «Imitamini humilitatem Matris Dei». Cuando aquella mujer evangélica, para confusión de las blasfemias de los fariseos, rompió en alabanzas de la dichosa Madre que concibió al Salvador, diciendo: Bienaventurado el vientre que te trujo y los pechos que mamaste le enseñó el Salvador otro más alto modo de alabar a su Madre, diciendo: Quinimo, beati qui audiunt Verbum Dei, etc. Como si dijera: la mayor felicidad de mi Madre le vino de guardar la palabra de Dios que oyó. Así lo declara San Agustín: «Mater mea, quam tu beatam appellas, inde felix, quia Verbum Dei custodivit». Así, los que en esto la imitaren, participarán de su bienaventuranza: Quinimo, beati, etc. El que nos enseña el Salvador la necesidad que tenemos de imitar a la sacratísima Virgen, si queremos gozar de la bienaventuranza de que ella goza. Y como cosa de tan grande Importancia para conseguir el cielo, todos los santos nos exhortan a la imitación de la vida y de las costumbres de la Virgen benditísima; juntos con los que arriba quedan referidos, probarán bastantemente este intento otros dos testimonios mayores de toda excepción, y con esto daremos fin a este capítulo.

El glorioso San Jerónimo, escribiendo a la virgen Eustoquio, habiéndole aconsejado que siguiese el ejemplo de los mejores, últimamente le dice: «Propone tibi beatam Mariam, quae tantae extitit puritatis ut Mater Dei esse meruerit»: Trae siempre delante los ojos la vida y las costumbres de la Virgen María si quieres agradar a su Hijo, que con ellas le agradó tanto, que mereció que la eligiese por Madre. El ejemplo de los mejores nos enseña este Doctor que debemos imitar y es cosa importantísima para el que desea su aprovechamiento; porque si pone el hombre los ojos en la gente relajada y perdida, fomentada su mala inclinación con el mal ejemplo que recibe, suele tomar licencia para pecar con tanta soltura, que no bastan las trabas de la ley de Dios para estorbarle que no se precipite en mil pecados cada día. Y no hay guarismo para contar los que por este camino de ordinario se pierden; y para obviar ese daño nos da por consejo San Jerónimo que no pongamos los ojos en los malos, sino en los mejores, para que imitemos sus costumbres.

Y porque no erremos en la elección, nos dice que particularmente tomemos por dechado y ejemplo la vida y costumbre de la Virgen, nuestra Señora: «Propone tibi Beatam Mariam». En todos los demás santos, por muy santos que hayan sido, hallaremos en sus vidas faltas e imperfecciones de que huir y buenas costumbres que imitar. Pero la Virgen fué en su vida tan pura, que no tuvo un signo de culpa ni de pecado de que huir, sino tantas virtudes que imitar, que con ellas mereció que la eligiese Dios por Madre: «Quae tantae extitit puritatis, ut Mater Dei esse meruerit». Y por eso, entre todos los santos, ninguno es tan a propósito para deprender de él y tomarle por guía y maestro de la vida espiritual como la Virgen, nuestra Señora: «Propone tibi Beatam Virginem Mariam».

El último testigo para cerrar esta probanza sea el glorioso San Buenaventura que como tan entrañablemente devoto de la sacratísima Virgen, Madre de Dios, en todas sus obras dió muestras de esta su devoción, y ansí no tendrá que espantarse nadie de que en este tratado en que pretendo persuadir la devoción de la sacratísima Virgen me ayude tanto de la doctrina de este seráfico Doctor. Dice, pues, este santo en la parte segunda de aquel útilísimo libro que intituló Estímulo de amor que «tenga por regla general el que desea valerse de la intercesión de nuestra Señora que para alcanzarla es necesario rastrear las pisadas de sus santos caminos e imitar sus sagradas costumbres. Porque haciendo esto cumplirá el cristiano con la obligación que tiene de hijo suyo, y ella, como piadosa Madre, le ayudará como a hijo y le dará lo que justamente le pidiere y le administrará las cosas necesarias para la salud de su alma; y finalmente, como a hijo, le dará junto a sí lugar en el cielo». Hasta aquí son palabras de San Buenaventura. De donde podemos sacar que la regla general es que el que quisiere valerse de la intercesión de la sacratísima Virgen, imite sus costumbres. Luego el que no la imita, por demás es invocar su favor. Si el que imita sus virtudes hace como verdadero hijo, y obliga con esto a la Virgen a que lo haga con él como verdadera y piadosa Madre, luego el que en sus costumbres no se conforma con ella no tiene para qué pedirle que haga con él como Madre: Monstra te esse Matrem. Si a los que la imitan les da dones de gracia y premios de gloria, luego el que la ofende y no sabe servirla en nada, razón tendrá de temer su indignación, y tras ella su condenación, si con la enmienda en lo por venir no suple los defectos de la vida pasada.  

CAPITULO VII

EN QUE SE TRATA DE QUE EL PATROCINIO DE LA VIRGEN ES TAN GRAN DON, QUE SE LE HA DE PEDIR A DIOS CON MUCHO FERVOR, Y QUE CUANDO SE ALCANZA, ES ESPECIAL FAVOR QUE DIOS HACE AL ALMA

La devoción con la Virgen, nuestra Señora, a que el glorioso Padre San Buenaventura en tantas partes de sus doctrina nos pretende persuadir, como queda dicho en los capítulos de atrás, deseaba el santo para sí con tanto afecto, que con mucha instancia se la pedía a Dios en la oración, y lo mismo nos enseña que debemos hacer todos, poniéndonos delante de los ojos las palabras con que él se lo suplicaba a nuestro Señor en un libro que intituló In remedium defectuum religiosorum: «Dulcissime Domine lesu, dignare donare mihi, misero peccatori, Matri tuae digne servire»: «Dulcísimo Señor Jesucristo, tened por bien de conceder esta gracia a este miserable pecador: que dignamente acierte a servir a vuestra Madre». Y con que el asunto que en aquel librito tomó este santo Doctor fué dar remedio de los defectos de los religiosos, como medio muy eficaz para la enmienda de ellos pone el santo el servir a la Virgen; porque si como a siervo y esclavo suyo le recibe esta generosa Reina debajo de su amparo, con esto estará seguro de cuaquiera adversidad. Y como cosa de tanta im- portancia, nos enseña el santo a pedirle a Dios gracia para servir dignamente a su Madre benditísima.

Y es de tanta excelencia esta prerrogativa, que en señal de singular amor se la concedió Dios a sus mayores amigos, el dárselos a la Virgen, para que los reciba debajo de su tutela y protección. A su discípulo querido San Juan se la encomendó a su Madre estando en la cruz, pidiéndole que le recibiese por hijo y como a tal le amparase y favoreciese: Ecce filius tuus, en que dió buenas muestras del tierno amor con que le amaba. Y si, como dejamos dicho arriba, esta gracia se le hizo a San Juan no tanto como a persona particular, sino como a discípulo del Salvador, y que ansí recibió esta merced en su nombre y de todos sus condiscípulos, de aquí se sigue que todos los apóstoles gozaron de este privilegio y que la Virgen santísima los recibió debajo de su amparo, acudiendo, como piadosa Madre, al consuelo y reparo de cada uno, del cual se valían y ayudaban para salir bien de las dificultades que se les ofrecían en la predicación del Evangelio; y ésta fué particular gracia y favor que hizo Dios a sus apóstoles: darles por protectora y madre a su Madre benditísima. De esta mesma eracia particinó el "lorioso San Juan Bautista, a quien desde que concibió a Dios en sus entrañas favoreció la Virgen, nuestra Señora, partiendo luego con priesa a las montañas de Judea, no tanto por visitar a Santa Isabel, su prima, como por santificar al niño Juan, que estaba en el vientre de su madre, efecto que había de resultar de la presencia del Salvador, que ella traía encerrado en el suyo. Cuando el infante Juan nació, la Virgen se halló presente; y es de creer que le recibiría en sus sagradas manos, y, como madre de misericordia, siempre le favoreció como a su ahijado, poroue le amaba con singular afi- ción. Y por amigo eeoecial del Esposo de las almas, entre otras, le hizo el Redentor esta gracia: de que su Madre le recibiese debajo de su protección.

En la historia de San Elceario, conde de Ariano, santo canonizado de la Tercera Orden de nuestro Padre San Francisco, se cuenta: que Garsenda, muy noble y santa matrona, que había criado a este santo varón, haciendo oficio de su aya; que con continua y fervorosa oración rogaba por él a nuestro Señor, hasta que mereció oír una voz del cielo que le dijo: Ese mancebo por quien tanto me ruegas sabrás que le he dado a mi Madre por maestra; y estando debajo de su disciplina, no tienes que dudar de sus buenos sucesos. Esto le dijo el divino oráculo, y bien se echó de ver la buena doctrina con que este santo fué criado; pues, a imitación de la Virgen santísima y de San José, su dichoso esposo, San Elceario y Santa Delfina, su mujer, hicieron voto de perpetua castidad y murieron vírgenes purísimos, habiendo bebido esta angelical virtud del pecho de la Virgen, nuestra Señora. Beatus quem tu erudieris. Domine, et de lege tua docueris eum Bienaventurado aquel a quien vos enseñáredes vuestra ley, decía el profeta rey hablando con Dios, que es el que alumbró a los profetas, y después de ellos alumbró, con la luz de su santa fe, a todo el mundo: Lux vera, quae illuminat omnem hominem venientem in hunc mundum. Pero como la Virgen, su Madre, fué la más cercana al Salvador, fué la que más participó de esta luz; y así, la más dichosa en haberla Dios alumbrado; pero después de esta felicidad, que es la mayor, luego se siguió la de aquel a quien la Virgen enseña, y de ésta participó Elceario, a quien Cristo honró con darle a su Madre por maestra, singular favor y merced que Dios le quiso hacer. Y podemos confirmar lo que queda dicho con lo que se cuenta en el Libro de las revelaciones de Santa Gertrudis, donde se lee que, habiéndole Dios enviado a la santa algunos trabajos para que en ellos tuviese ocasión de merecer, y estando ella temblando y medrosa por la humana fragilidad, queriendo el amoroso Esposo de las almas. Cristo, Redentor nuestro, proveer de remedio a la fragilidad de esta su esposa, se la dió por hija a su benditísima Madre, para que en sus aprietos y necesidades se valiese de ella. Y por su intercesión salía victoriosa en cualquier ocasión en que la santa se hallaba oprimida del demonio, porque, consultando a su Maestra y Señora, mereció ser instruida en lo que para librarse del enemigo debía de hacer.

El tener a la Virgen santísima por Señora y el acertarla a servir dignamente merced es para desearla y para pedírsela a Dios en la oración y favor que en señal de amor se le concedió Dios a sus mayores amigos; y por eso, San Buenaventura suplica a Dios que le diese gracia para servir dignamente a su santísima Madre. Y en un opúsculo que intituló Psalterio de la bienaventurada Virgen María, persuadiéndonos al servicio de nuestra Señora, dice: «Qui digne coluerit eam, salvabitur; qui antem neglexerit eam, morietur in peccatis». Y en esto parece que pone la razón en que se fundaba; para suplicar a Dios le diese gracia para servir a su Madre, porque no va en ello menos que la salvación del alma. El que dignamente sirviere a la sacratísima Virgen, éste será justificado, y el que la despreciare, morirá miserablemente en sus culpas. Nadie murmure ni ponga lengua en el devoto de la Virgen ni en el que se precia de su esclavo, que suerte es más para envidiarla que para sentir ni decir mal de ella, pues el esclavo de la Virgen que dignamente la sirviere se salvará, y el que despreciare su servicio se condenará, porque morirá miserablemente en sus pecados sin dolor ni arrepentimiento de ellos. Y siendo esto así, vea el cristiano si tiene razón de suplicar a Dios que le dé gracia para servir dignamente a su Madre benditísima y de preciarse de su siervo y esclavo. Si los criados de los reyes de la tierra, en tanto estiman el ser criados de su majestad, que con esta servidumbre se honran más que con la libertad tan deseada y de todos tan estimada, ¿con cuánta más razón se debe gloriar el devoto de nuestra Señora de ser criado y siervo de esta Reina del cielo, pues si la sirve devotamente está cierto de su salvación?

Para poner aliento a los esclavos de nuestra Señora para que más la sirvan y para despertar la devoción de los que no han entrado en esta santa Hermandad, para que se consagren al servicio de la Virgen y huelguen de entrar en ella, contaré un notable ejemplo que refiere Cesáreo de un soldado nobilísimo por nombre Ubaltero de Virbach, de la casa de los duques de Lovaina y famoso capitán que en la guerra había hecho notables hazañas. Este soldado desde niño comenzó muy de corazón a servir a la Virgen, nuestra Señora, y a poner en ella su afición, y servíala con misas, limosnas y ayunos, etc. Que, aunque corporalmente se ejercitaba en cosas de la milicia, el corazón le tenía consagrado a la Reina del cielo, y nuestra Señora le favorecía y ayudaba, y le hizo muy grandes mercedes, que el dicho historiador refiere y yo paso con ellas por no ser de mi propósito.

Considerando, pues, Ubaltero las muchas mercedes que de la mano de la Madre de Dios había recibido en tanto grado, fué encendido en su amor, que se fué a una iglesia que estaba dedicada a la Virgen y se echó una soga al cuello y se ofreció en su altar por su perpetuo esclavo, y por tal le recibió el sacerdote; y, en señal de esclavitud y servidumbre, en cada un año le ofrecía al sacerdote la cantidad de moneda que en aquella tierra los esclavos acostumbraban dar a sus señores. Recibióle la Reina del cielo por su esclavo debajo de su amparo y protección, y como no cabe en su generoso pecho ingratitud, quísole pagar este servicio no sólo con dones espirituales de su alma, sino con una joya digna de tal Reina, con que quedase favorecido y honrado. Estando, pues, un día Ubaltero con otros muchos oyendo misa, sucedió que, habiendo el sacerdote levantado el cáliz para que adorase el pueblo la sangre del Salvador, cuando le fué a asentar en el altar, vió al pie del cáliz una rica cruz de oro de tan gran resplan- dor, que, en su comparación, el oro más cendrado parecía latón. De la cruz estaba atada una cédula que decía: Esta cruz darás de mi parte (conviene a saber, de María, Madre de Jesús) a mi amigo Ubaltero, vecino de Virbach. Leyó el sacerdote esta cédula lleno de admiración, y, acabada la misa, se subió al púlpito y dijo: — ¿Hay aquí alguno que se llame Ubaltero de Virbach? — . Y respondiendo algunos: — Este es, le apartó el sacerdote a una parte y secre- tamente le dió aquella cruz, contándole qué le había pasa- do, dónde la había hallado y quién se la enviaba. El soldado la recibió con singular devoción y gran consuelo de su alma, y, obligado de tan singular favor, se entró religioso para más servir a la Reina del cielo, y colocó la cruz en el convento donde tomó el hábito; y allí vivió y murió santa- mente en servicio de Dios y de su santísima Madre.

¿Quién no se persuade con este ejemplo a servir a esta Reina celestial? Suelen los reyes, cuando los grandes soldados y valerosos capitanes, después de famosas victorias que han alcanzado, entran a besarles la mano y a representarles sus servicios, en señal de agradecimiento, darles una joya o hacerles otra merced conforme a su capacidad: al uno le dan el tusón; al otro, el hábito de alguna orden militar, con alguna rica encomienda, con que quedan bien pagados y dan por bien empleados sus servicios. Soldado era Ubaltero de profesión, y en servicio de la Iglesia había hecho en la guerra grandes proezas, de que no le había premiado la tierra, como muy de ordinario acaece. Pero fuera de estas victorias, como desde niño se había consa- grado al servicio de nuestra Señora y continuamente la había servido, alcanzando contra los enemigos del alma gloriosos vencimientos (en que Dios y su Madre se daban por bien servidos), quiso la Reina del cielo honrar a este su siervo (viviendo sobre la tierra), en prendas ciertas de la aventajada corona de gloria con que le aguarda en el cielo, enviándole una cruz preciosa, que es el hábito de Christus, y el tusón del Cordero, que con su sangre quitó los pecados del mundo. Para que con él honrase su pecho y sellase con la cruz los honestos pensamientos con que había servido a su Reina. Si ansí honra la Virgen a sus criados, ¿quién no se precia de criado de esta Reina del cielo? Si de esclavo suyo le sacó a Ubaltero a tanta privanza que no se desdeña de llamarle ni tratarle como a su amigo, diciéndole a su capellán esta cruz darás a mi amigo Ubaltero; si le honra el pecho con el hábito de Cristo y con el tusón de su Hijo, Emperador de cielo y tierra, y si tras esto le aguarda en el cielo con una corona preciosa de gloria, ¿quién no se gloría de siervo y esclavo de esta Reina de misericordia, que tan liberal se muestra con sus criados?

Y porque sería imposible referir todos los beneficios y mercedes que la Virgen sacratísima ha hecho y cada día hace en favor de sus devotos; que, aunque es mucho lo que de esto han escrito los historiadores, y pudiéramos decir que, si se hubiera de escribir por menudo, mundus non posset capere libros, como de su Hijo lo dijo San Juan, y mucho menos podrán caber en este breve tratado, contentarme he, para mover a los devotos de Nuestra Señora a que muy de corazón la sirvan, con decir, por última confirmación de lo que en este capítulo queda dicho, lo que dice Tritemio a este propósito. Ninguno podrá entender ni creer (dice este autor) los inmensos beneficios que Dios hace cada día a los devotos de su Madre sino el que lo conoce por devota experiencia; sabemos que muchos varones poderosos, doctos e indoctos, nobles e ignobles, doncellas y dueñas, mancebos y viejos, por la invocación de la serenísima Virgen María, haberse librado de grandes tribulaciones, salido de muchos peligros y haber sido milagrosamente ayudados en muchas necesidades. Y muchos hombres y mujeres, religiosos y seculares, muchas veces, por los merecimientos de la gloriosa Virgen María, haber sido librados de gravísimas tentaciones de carne y de espíritu. Y otros que estaban en suma pobreza y necesidad, por los ruegos de la Reina del cielo, haber sido proveídos con grande abundancia, y otros haber sanado de graves enfermedades, ¿Quién podrá contar cuántos han sanado de perniciosas melancolías y tristezas de corazón por intercesión de esta Mad re de misericordia? ¿Cuántos, en medio de los mayores peligros, han estado seguros en medio de ladrones y enemigos sin temor? En las tormentas y tempestades de la mar han sido libres.

María, Madre santísima, a muchos devotos suyos acostumbra a defender de grandes adversidades, librarlos del contagio de la pestilencia y curarlos de varias enfermedades. ¿Quién podrá contar los muchos desesperados a quien ha reducido a tener esperanza de alcanzar perdón, a cuántos ha sacado de la pésima costumbre de pecar a la saludable penitencia de sus culpas? ¿A cuántos que en la Religión y fuera de ella andaban con tibieza y flojedad ha inflamado en el amor de Dios? ¿A cuántas mujeres en los partos rigurosos las ha librado del peligro de la muerte? ¿Cuántos por su intercesión se han librado de la eterna condenación, a que, según la presente justicia, estaban condenados? Finalmente, a muchos devotos suyos haberlos librado del oprobio de la infamia. A otros, de enfermedades de que estaban desahuciados; a otros, de cárceles y cadenas; a otros, de notables peligros de muerte. También se dice que, por sus merecimientos, algunos muertos han resucitado; a otros, que en el artículo de la muerte los ha visitado y, antes de salir de esta vida, haberlos certificado de la gloria que han de gozar en la otra. También se dice que algunos, de rudos ingenios, los ha alumbrado en el conocimiento de las letras, de manera que han sido asombro del mundo; a otros, flacos de memoria, que se valieron de su intercesión, les dio tenacidad para retener lo que a la memoria encomendaban y facilidad en referirlo. Y, finalmente, las cosas perdidas, por sus ruegos, han sido halladas milagrosamente. Hasta aquí son palabras de Tritemio; y pues en ellas manifiesta las muchas mercedes y favores que la Virgen hace a sus devotos cada día, supuesta nuestra villana condición, que no sabemos dar paso ni hacer obras con veras si no es movidos del interés, aunque la Virgen, nuestra Señora, merece ser amada, reverenciada y servida en primer lugar después de Dios, como arriba queda probado, seamos sus devotos siquiera por el provecho del interés que de serlo nos puede resultar; y, como cosa de tanta importancia, supliquemos a Dios nos dé gracia para servir a su Madre dignamente.

CAPITULO VIII

DE LA HERMOSURA DE ALMA Y CUERPO DE QUE LA VIRGEN FUÉ DOTADA. Y QUE ESTO NOS CONVIDA A PONER EN ELLA NUESTRA DEVOCIÓN

Dos maneras hay de hermosura, una del cuerpo y otra del alma; la del cuerpo tiene su asiento en la superficie exterior, la otra reside en lo más íntimo del corazón y más profundo del alma. La del cuerpo consiste en la elegancia y buena proporción de los miembros corporales, y la del alma, en la composición de las pasiones humanas y en la concordia de ellas con la razón. La hermosura del cuerpo es un bien frágil y de poca firmeza, como lo dijo Ovidio: «Forma bonum fragile est», etc. La del alma es un bien firme y estable y no sujeto a las mudanzas del tiempo. La del cuerpo, el tiempo la consume y la enfermedad la menoscaba, y ambos parece que juegan con ella; «temporis et morbi ludibrium est», dijo Nacianceno: la del alma, con el tiempo se mejora y con la enfermedad se perficiona, como lo dijo San Pablo: Cum infirmar, tune jortior sum. La hermosura del cuerpo es más sujeta a mudanza que las flores del campo, que el hielo las marchita, el aire las derriba y el sol las abuchorna y consume. «Vernalium florum mutabilitate fugatior», dijo Boecio; la del alma es más resplandeciente que las estrellas, y estable y firme como ellas. Que por eso el Esposo comparó a su Esposa al sol y a la luna: Pulchra ut luna, electa ut sol, que son de materia incorruptible, porque el alma del justo tiene una hermosura que no está sujeta a corrupción ni se muda con las mudanzas del tiempo. La una hermosea el cuerpo, la otra perficiona el alma; y, finalmente, la una es agradable a los ojos de los hombres; la otra, a los ángeles y al mismo Dios.

Don de Dios es la hermosura corporal y un rayo y participación de la hermosura del Criador, como lo dice San Agustín; pero no tiene comparación con la hermosura del alma, que no la da Dios sino a sus amigos y más privados. La hermosura del cuerpo no solamente la da Dios a los buenos, sino también a los malos y pecadores (dice este santo Doctor), porque no la tengan por gran bien ni se desvanezcan con su posesión y porque principalmente cuiden de la hermosura del alma, que es la que más agrada a los ojos de Dios. Ambas a dos hermosuras, la del cuerpo y la del alma, concedió Dios a su Madre benditísima, a quien con larga mano conmunicó los dones todos de naturaleza y de gracia que entre los demás tiene repartidos. En el libro de los Cantares, encareciendo el divino Elsposo la hermosura de su Esposa, le dice: Quam pulchra es, amica mea: ¡Oh qué hermosa que sois, querida mía!; y, admirado de su belleza, torna a repetir la mesma sentencia, diciendo segunda vez: Ecce pulchra es, amica mea; ecce tu pulchra es, etc.; y es hebraísmo, que porque los hebreos no tienen superlativos, en lugar de ellos usan de repetición de las palabras: ¡Cuan hermosa sois, cuán hermosa sois, amiga mía!, para dar a entender que es hermosísima y sobre todo humano encarecimiento su hermosura. Y también la llama dos veces hermosa, para denotar que es hermosa en el alma y en el cuerpo. Y en el mesmo capítulo cuarto, habiendo discurrido por todas las partes del cuerpo en que se suele notar la hermosura de las mujeres, últimamente concluye, diciendo: Tota pulchra es, amica mea, et macula non est in te: Querida mía, toda sois hermosa, sin tener un sino de falta ni una mancha que os afee. No ignoro que estas palabras, en sentido literal, se han de entender de la Iglesia ; pero, como advirtió Ticonio en las reglas que dió de la inteligencia de la Escritura, que San Jerónimo y San Agustín tanto las magnifican y ellos y los demás Doctores las guardan en la exposición de las divinas letras, «quae de tota Ecclesia generaliter dicuntur, nobilioribus membris eius adaptari possunt»: Lo que generalmente se dice en la Escritura de toda la Iglesia, se puede acomodar a los miembros más principales de ella. Y ansí, estas pala- bras del Esposo las atribuyen los santos a la hermosura de la Virgen, Madre de Dios. Ricardo Victorino dice: «Tota pulchra mérito dicitur Virgo, quia pulchra facie fuit, pulchra mente et corpore». No sin gran razón dice este Doctor se llama la Virgen toda hermosa, porque fué hermosa en el alma y en el cuerpo. Y en ambas partes fué tan rara su belleza, que San Gregorio Nacianceno la llama la prima de la hermosura y honestidad: «Inter púdicas et pulcherrimas atque venerandas prima». Y Dionisio dice: «Desde la planta del pie hasta lo más alto de la cabeza, no hubo en el cuerpo de la Virgen, ni tampoco en su alma, cosa indecente ni fea ni digna de reprehensión, sino que todas las cosas fueron en ella trazadas y compasadas con el compás de la divina sabiduría, hermosísimamente obradas, puras de toda imperfición. Porque así como convino que la humanidad de Cristo, porque se había de unir a la persona del Verbo, resplandeciese en toda perfición de gracia y de naturaleza, así también convino que la persona de su Madre santísima, después de la humanidad de su Hijo, fuese adornada de toda perfición. Porque después de la unión hipostática de la humanidad con Dios, no hay en la tierra otra unión más cercana a Dios gue la de la Madre de Dios con su Hijo». Hasta aquí son palabras de Dionisio, en que da bien a entender la suma hermosura de alma y cuerpo que convino que la Madre de Dios tuviese. Y el mismo autor, en el libro alegado, artículo 34, cita a Alberto Magno, que dice que ansí como el cuerpo de Cristo, nuestro Redentor, que la mano de Dios sobrenaturalmente le formó por sí mismo, es perfectísimo y hermosísimo sobre todas las fuerzas de la naturaleza, así también el cuerpo de la Virgen, que para este fin fué inmediatamente ordenado, fué perfectísimo y de suma hermosura sobre todas las hijas de los hombres que naturaleza formó. Y para que más cumplida relación tengan los devotos de esta celestial Princesa de su singular hermosura, referiré lo que de ella dice Nicéforo, alegando a San Epifanio: En todas sus cosas era la Virgen muy honesta y grave; sus palabras eran pocas, y ésas no las hablaba sino cuando la necesidad lo pedía; en su trato era muy agradable y afable y sumamen- te cortés, dando a cada uno la honra y veneración que se le debía; en su cuerpo era de mediana estatura, aunque algunos dicen que era algo mayor. En reprehender lo malo tuvo una muy honesta y decente libertad, sin risa, sin eno- jo ni perturbación. El color del rostro era trigueño; el cabello rubio; ojos verdes y agudos; las cejas, negras y arqueadas; la nariz, proporcionada; los labios, rosados y dornados de gran suavidad en el hablar; el rostro, más largo que redondo; las manos y dedos, largos en debida proporción. Su vestido era honesto y llano, sin ninguna blandura ni curiosidad; su trato, humilde y sin altivez. Esto dice Nicéforo de la hermosura y natural compostura de la Virgen, nuestra Señora.

Hermosísima, pues, fué la Virgen, Madre de Dios, no solamente en el alma, sino también en el cuerpo, como consta de los dichos de los santos que arriba dejo alegados, y la prima de la hermosura, como dijo Nacianceno; pero era su rara hermosura acompañada de una modestia y honestidad tan singular, causada de la hermosura y santidad de su alma, que ninguno la miró ni puso en ella los ojos que no le reprimiese las pasiones de la humana fra- gilidad y le moviese a pensamientos castos y honestos. Ansí lo dice el cancelario parisiense Gersón «Phisonomía Virginis movebat aspicientes ad omnem castitatem et luxuriosas extinguebat, mortificabatque cogitationes»: «La compostura del rostro de la Virgen movía a los que la miraban a toda castidad y mortificaba en ellos los pensamientos deshonestos». Y Joán Mayor declarando aquellas palabras de San Lucas: Exurgens Marta, dice: «Illam dotem, omnipotens Deiparae suppeditavit, ut mortalium nemo illam concupisceret: porro, illa visa infrenis libido, ut firmiter tenec, prorsus extinguebatur»: «De este privilegio dotó Dios a su Madre: que ningún hombre mortal la codiciase», antes dice este santo Doctor: «Firmemente creo que el que la miraba, por aquel rato se le apagaba la desenfrenada codicia de la carne». Y confirma esta doctrina el Doc- tor Angélico, Santo Tomás en el tercero de las Sentencias, diciendo que la gracia de la santificación no solamente reprimió en la Virgen los movimientos ilícitos, sino que se extendió su eficacia a los demás, de manera que, aunque fué hermosa en el cuerpo, ninguno la pudiese codiciar. Las palabras de este santo Doctor dicen ansí: «Gratia sanctificationis non solum repraessit in Virgine motus illicitos, sed etiam in aliis efficatiam habuit, ita ut quamvis esset pulchra corpore, a nullo concupisci potuit». Lo mesmo afirman San Buenaventura y Gabriel en el mesmo lugar alegando algunos rabinos que confiesan esta verdad. Resplandecían en la Virgen exteriormente unos rayos de la luz interior de su alma, a la manera que en los cuerpos gloriosos, que la gloria del alma se les comunica a ellos, que obligaban a los que la miraban a singular respecto y veneración, como si vieran un ángel en humana figura. Así lo dice Ricardo, arriba alegado, por estas palabras: «Non dubitandum amoris ignem et interiorem candorem, exterius in Virgine lucere, ut quae puritatem angelicam habuit, vultum etiam angelicum haberet». La claridad y el fuego del amor de Dios y la hermosura interior de su alma de la Virgen le arrojaba afuera una luz exterior y un divino resplandor, que le liacía el rostro de ángel, ansí como era angelical su pureza.

Declarando Dionisio Cartujano aquellas palabras del libro de los Cantares: Sicut lilium inter spinas, dice que se han de entender de la Virgen, nuestra Señora, que fue lilio entre las espinas, porque las demás mujeres hermosas con su hermosura punzan y lastiman a los que las miran; pero la Virgen nuestra Señora, como suave azucena, a todos los recreaba y a nadie le hirió ni le fue perjudicial, antes con su pureza virginal y con su honestidad tan pura les era a todo ejemplo de pureza y santidad.

Tenía la Virgen purísima muy sabida aquella sentencia del Espíritu Santo en el libro de los Proverbios en que a las mujeres hermosas se les da documento que no fíen de la hermosura corporal, porque es falsa, engañosa y vana: Falax gratia et vana est pulchritudo. Es el señuelo con que el demonio suele cazar a los hombres y engañarlos y una trampa que les arma para que tropiecen en ella y despeñarlos en el infierno. Sola la hermosura del alma, que consiste en amar y temer a Dios, es la que el cielo estima, la que los ángeles reverencian, la que a Dios le aficiona y la digna de alabanza: Mulier timens Deum ipsa laudabitur. Por eso, la Virgen, nuestra Señora, aunque de ambas hermosuras fue dotada, despreció la del cuerpo, sin tener de ella ningún cuidado, antes se cree que, con los continuos ayunos, y perpetuas vigilias, y ordinaria contemplación, y con las muchas lágrimas que derramaba suplicando a Dios que perdonase los pecados del mundo, tenía el color quebrado y el rostro macilento; que, como dijo Nacianceno, es un tratado que hizo contra el ambicioso ornato de las mujeres. El color pálido es propio de las mujeres santas: «Palidus color sanctis mulieribus congruit». Maceraba la Virgen santísima su cuerpo con obras penitenciales; y ansí, su hermosura, ni a ella le fué engañosa ni a los que la miraban nociva ni perjudicial. Dando en esto ejemplo a las vírgenes de que no cuiden de la hermosura exterior y que su cuidado le pongan en amar al celestial Esposo y en agradarle y servirle; porque, aunque las mujeres casadas, que han de agradar a sus maridos, les pueden ellos dar en esto más licencia, pero la doncella por casar, según la doctrina del Apóstol sólo en Dios ha de tener puesto su pensamiento v solamente ha de tratar de ser santa en el cuerpo y en el alma: Mulier innupta et Virgo, cogitat quae Domini sunt, quomodo sit sancta corpore et spiritu. Y aunque la Virgen era desposada, como si no lo fuera; en lo que principalmente se ocupaba era en macerar la hermosura del cuerpo y en cultivar la de su alma; porque su santo esposo, como varón tan justo, no se lo estorbaba, antes la ayudaba a toda virtud y santidad. Y ansí, la Virgen, nuestra Señora, aunque le amaba y reverenciaba como a su esposo, en lo que ponía su mayor cuidado era en servir al Esposo de las almas y en serle agradable con la hermosura y santidad del cuerpo y del alma: Cogitabat quomodo esset sancta corpore et spiritu.

Este ha de ser el arancel de las doncellas cristianas: en sustentar la hermosura del alma han de poner todo su cuidado, a imitación de la Virgen, nuestra Señora, que es el dechado de donde han de deprender y el espejo en que se han de mirar, como en el libro De Virginibus lo dice San Ambrosio: «Sit vobis tanquam in imagine, virginitas et vita Beatae Mariae, in qua tanquam in speculo relucet species sanctitatis et forma virtutis». Quien en este divino espejo se mirare y a la luz de él compusiere su rostro, su vida y sus costumbres, no será vana y engañosa su hermosura, como a tantas hijas del siglo les acaece, que a sí mesmas y a los que en ellas acatan les ha sido tan engañosa su hermosura y tan perjudicial, como tan a su costa lo confiesan muchas almas por esta razón condenadas a los tormentos eternos del infierno. Para no venir a parar en tan desastrado fin, ponga la doncella cristiana su principal cuidado y solicitud en agradar al celestial Esposo y en cultivar la hermosura del alma, con que se granjea el gozar con él eternamente de su gloria, a imitación de la Virgen, nuestra Señora, que, descuidando de la hermosura del cuerpo, todo su cuidado le ponía en procurar la de su alma.

Y porque concluya ya este capítulo, reservando para el que se sigue el hablar más largo de la hermosura del alma de la Virgen, nuestra Señora, si, como la experiencia nos enseña, todas las cosas hermosas naturalmente se llevan tras sí los ojos y la afición de todos, habiendo oído lo que los santos dicen de la hermosura y honestidad de la Reina del cielo, nuestra Señora, ¿quién hay que no se le haya aficionado y puesto en ella su devoción? Si, aun cuando estaba en esta vida mortal, al que miraba su hermosura tan madesta y su modestia tan hermosa le reprimía las humanas pasiones y le movía a castos pensamientos, ahora que su hermosura está sobrevestida de la estola de gloria inmortal, en que se aventaja a todos los espíritus bienaventurados, ¿quién no pone en ella los ojos de su alma y los afectos de su devoción para defenderse de las torpes inclinaciones de su propia sensualidad?

Consejo suele ser de varones espirituales huir el rostro a las mujeres hermosas por no tener ocasión de tropezar en su hermosura. Ansí lo aconseja el Espíritu Santo en el libro del Eclesiástico: Virginem ne conspicias, ne forte scandaliceris in decore eius. Y este consejo siguió el santo Job el cual dice de sí en el libro de su historia: Foedus feci cum oculis meis, ut ne cogitarem quidem de Virgine, quam enim partera haberet in me Deus desuper, etc.: Un pacto y conveniencia (decía Job) he hecho con mis ojos y sentidos; de que ni mirasen ni pensasen en la doncella hermosa, porque pensamientos deshonestos suelen desterrar a Dios del alma. Ese es sano consejo por huir del peligro; pues es sentencia del Espíritu Santo que el que le ama y, pudiéndolo hacer, no lo evita, perecerá miserablemente en él. Pero el peligro que hay en mirar a las demás doncellas por su poca modestia y mucha desenvoltura cesó en la Virgen, nuestra Señora, aun cuando vivía en esta vida mortal, por su angelical modestia y por su divina honestidad; cuánto más ahora, que está en el cielo, que el pensar y contemplar en su honestidad purísima y el implorar su auxilio y favor ha de ser el reparo contra los destemplados fuegos que la codicia carnal, soplada por el demonio, suele levantar en nuestros cuerpos, con que se abuchornan y abrasan los renuevos y santos deseos que las plantas de las virtudes habían echado en nuestras almas; y ansí, para no perecer a manos de enemigos tan crueles, el remedio ha de ser, las rodillas por el suelo, invocar el favor del cielo por la intercesión de esta Virgen soberana, diciéndole con la Iglesia: Virgo singularis, inter omnes mitis nos culpis solutos, mites fac et castos: Virgen santísima y entre todas las virgines singular en honestidad, pureza y mansedumbre; hacednos por vuestra intercesión irnitadores de vuestras virtudes, mansos, castos y humildes. — Y confiemos que por sus ruegos nos concederá Dios lo que le pedimos y que la Virgen no despreciará nuestras plegarias; porque, como tan aficionada a la virtud de la castidad, ama en sus siervos y devotos los castos deseos y ampara a los que los tienen, para que con su favor los efectúen; y los defiende de todo peligro, dándoles gloriosas victorias en esta vida contra sus enemigos, y en el Cielo, aventajadas coronas por haberlos vencido.

CAPITULO IX

EN QUE SE PROSIGUE LA MATERIA DEL CAPÍTULO PRECEDENTE, Y SE DECLARA LA GRANDEZA DE LA HERMOSURA DEL ALMA QUE LA VIRGEN TUVO

 

Cuando el divino Esposo puso los ojos en la hermosura de su Esposa y, admirado de su admirable belleza, rompió en sus balanzas, llamándola dos veces hermosa, para significar la hermosura de su alma y de su cuerpo, como 10 vimos en el capítulo pasado, consecutivamente comenzó a alabarle, discurriendo por menudo por las partes y miembros de su cuerpo; y, comenzando por los ojos, dice: Oculi tui columbarum, absque eo quod intrinsecus latet: Tus ojos son de paloma sencilla, sin doblez ni engaño ; no de raposa fraudulenta y engañosa, que, mirando a una parte, guía los pasos hacia otra; no de lobo carnicero ni de cruel león, que miran la presa con rabia para embestir en ella y cebarse en su sangre y despedazar y engullir sus carnes. Tus ojos son de paloma, que no los levanta de su consorte y compañero si no es para mirar al cielo; en lo cual alaba el Esposo la rectitud de la intención de su Esposa, que, sin apartarla, la tiene siempre puesta en Dios: Oculi tui columbarum; y tras estas palabras, le dice: absque eo quod intrinsecus latet; y en el mismo libro de los Cantares repite el Esposo otras veces esta mesma sentencia: y como sobre estas palabras dice Titelman las diio el Esposo para exagerar más las buenas prendas de su Esposa, como si dijera: Esto digo del buen exterior de su cuerpo, fuera de las virtudes del alma, de que agora no trato, porque las gracias y virtudes del alma de la Esposa, sus pensamientos castos y sus devotos afectos, de oue, como de pre- ciosísimas virtudes, su alma está adornada, son cortos los humanos encarecimientos para representarlas.

El real profeta David en un salmo encareció este mismo pensamiento hablando de la hermosura de la Iglesia: Omnis gloria filiae regis ab intus, in fimbriis aureis circundata varietate. Toda la gloria y hermosura de esta celestial Princesa consiste en lo interior de su alma; no es como las hijas del siglo, que todo su cuidado ponen en la hermosura corporal, olvidadas de la del alma. Ni como los hipócritas, que ponen su gloria en las apariencias exterio- res, como lo dió a entender el Salvador con estas palabras: Omnia opera sua faciunt ut videantur ab hominibus: ponen su cuidado en lo exterior, teniendo las almas llenas de abominaciones, de culpas y de pecados y no cuidando de ellas. La principal gloria de la Iglesia, en lo interior de las almas está puesta, como San Pablo lo dijo: Gloria nostra haec est, testimonium conscientiae nostrae. Con la variedad de las virtudes de las almas está la Iglesia más hermosa que las reinas y princesas con sus adornos exteriores de sus bordados y recamados con que se suelen ataviar. Toda esta doctrina, que en sentido literal se entiende de la Iglesia, en el sentido místico se ha de entender de la Virgen, nuestra Señora, cuya gloria principalmente estaba colocada en lo interior de su Corazón, como quien tan bien sabía que ésta era más agradable al celestial Esposo. Y ya que de la del cuerpo he tratado en el capítulo precedente, en este trataré de la hermosura de su alma.

La hermosura del alma, según doctrina de San Agustín, consiste en la caridad y amor de Dios: «Anima nostra, amando Deum pulchra efficitur, et quantum crescit amor, crescit pulchritudo»: «Amando a Dios se hermosea el alma, y cuanto cresce el amor de Dios en ella, tanto cresce su hermosura». Y San Gregorio Nacianceno dice que la hermosura del alma consiste en conservar la imagen de Dios, y si se ha manchado con culpas, en poner toda diligencia en purificarla de ellas: «Animae pulchritudo in divina imagine sive tuenda sive pro viribus repurganda, Dosita est». A la cual sentencia podemos arrimar otra de San Bernardo, con que se confirma, el cual dice: «Certi sunt sancti, non esse posse quidquam Deo accepius, imagine sua, si proprio fuerit doceri restituta»: Certificados están los santos, dice este Doctor, que ninguna cosa le es más acepta a Dios que su imagen, sí estuviere restituida a su primera hermosura y limpia de las manchas de las culpas, que la deslustran y la privan de la belleza con que salió de las manos de su hacedor. Y aunque sin lumbre de fe. guiado solamente de la razón, lo mesmo acertó a decir Plotino discípulo de Platón, aprobando el parecer de los que dicen que lo bueno y hermoso del alma consiste en la semejanza con Dios: «Recte dicitur bonum pulchrum, quae animae in eo consistere, ut Deo sit similis»; de manera que entonces el alma estará hermosa, cuando fuere semejante a Dios; y entonces más hermosa cuanto más se asemejare con él mediante los divinos colores de las virtudes, y especialmente de la gracia y caridad, como dijo San Agustín: «Amando Deum, pulchra efficitur». Porque como no basta para la hermosura corporal lavar la cara, si los ojos, narices, boca, si las demás partes del rostro no tienen debida proporción, así también, para la belleza y hermosura espiritual, no basta purificar la conciencia y lavarla de las manchas de las culpas, si le falta la caridad. Porque si fuera posible que el alma careciera de todos los vicios, sin que se le infundiera la gracia, como algunos teólogos afirman serle posible a Dios, no fuera el alma hermosa en los ojos de su divina Majestad; la gracia y la caridad hermosean el alma y la hacen semejante a Dios, que es amor. Deus charitas est y mientras esta hermosura le falta, aunque esté adornada de las demás virtudes, no la reputará el cielo por hermosa. Esta divina teología nos enseñó San Pablo: Si habuero fidem. Ha ut montes transfferam, charifaiem autem non habuero, nichil sum; si distribuero in cibos pauperum omnes facultates meas, si tradidero corpus meum Ha ut ardeat, charitatem autem non habuerim, nihil mihi prodest: Si tuviere tanta fe que baste a pasar los montes de una a otra parte, si fuera tan liberal con los pobres que distribuya entre ellos toda mi hacienda, y si fuere tan penitente que no sólo macere mi cuerpo, sino que me entre en los hornos de fuego por no negar la fe, todo es nada y ninguna cosa me aprovechará si me falta la caridad. Muerta llamó Santiago a la fe sin obras: y como el cuerpo sin alma no tiene hermosura, sino deformidad que asombra al que la mira, aunque tenga todas las partes en debida proporción, así el alma, aunque tenga las virtudes morales y de las teologales tenga esperanza y fe, si le falta la caridad, está disforme y fea: Si charitatem non habuero, nichil sum; la caridad hermosea el alma y le da vida y a las obras las hace merecedoras de la gloria. «Sicut animus (dice San Agustín) facit decus in corpore, ita Deus in animo»: Como el alma es la vida y la hermosura del cuerpo, así Dios es la vida y hermosura del alma: y cierta cosa es que Dios no está en el alma mientras ella no estuviere en candad: Qui manet in charitate in Deo manet et Deus in eo. El buen color del cuerpo y el blanco y colorado y buena tez del rostro, la naturaleza Je pone en la cara, pero lo blanco de la gracia y el rojo de la caridad, que hermosea interiormente el alma, no es obra de la naturaleza, sino que el Espíritu Santo lo infunde en el corazón, como, escribiendo a los de Roma, lo dijo San Pablo: Charitas Dei diffussa est in cordibus nostris, per Spiritum Sanctum qui datus est nobis; La caridad de Dios se ha infundido y derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que Dios nos ha dado.

San Dionisio Aereopagita en el libro que escribió De los nombres de Dios, consideró que la hermosura de las criaturas es una participación de los rayos de la hermosura de Dios, que es la fuente de donde mana y se deriva todo lo hermoso. Naturalmente da Dios a las cosas una hermosura, con que cada cual, en su género, está perfecta y hermosa. Pero porque esta hermosura no basta para las almas, les comunica Dios otra hermosura espiritual mucho más excelente que la del cuerpo, con que las hermosea y las hace aceptas a sí, comunicándoles los rayos de su divina luz mediante su gracia y caridad.

Y hablando en particular de la Virgen, Madre de Dios, a quien todo lo dicho va enderezado, su hermosura y belleza espiritual, sobre toda pura criatura, no solamente se causa por los rayos de la divina luz de que participa, sino porque el mesmo sol de justicia, que es la luz de las almas, la embistió y se derramó en ella, dejándola tan hermosa y bella, que es asombro de todos los espíritus bienaventurados. En esta figura se le mostró a San Juan: Mulier amicta sale. No era ella el sol de justicia, pero estaba tan empapada y revestida de él, que parecía el sol; y para que no se pensase que era él fué menester que declarase San Joán que era mujer, aunque rodeada y cubierta del sol: Mulier amicta sole. Jeremías encareció en el libro de sus divinos oráculos aquella novedad nunca vista en la tierra: que una mujer había de cercar en su vientre a un varón: Mulier circundabit virum. Lo cual se cumplió en la Madre de Dios, nuestra Señora. La grandeza de este misterio consiste en que esta mujer era doncella y en su vientre virginal engendró un niño que, siendo niño, era varón tan perfecto y de juicio tan cumplido, que con su providencia se gobierna todo el universo; porque este piño que en tiempo se había hecho niño, ab aeterno era Dios, igual con su Padre y en quien su Padre tenía depositados los tesoros de su ciencia y sabiduría. Pues, así como corporalmente rodeó la sacratísima Virgen en su vientre a este divino niño, así quiso él, como verdadero sol de justicia que con la luz de su divina gracia alumbra a los justos y los hermosea, quiso cercar y rodear a su bendita Madre de tal manera, que, aunque no era el sol, estaba tan embebida en él, que, si la lumbre, de fe no nos descubriera que no era el sol, los ojos que la miraran la pudieran tener por él. Como lo dijo San Dionisio cuando vino a ver a la Virgen, que, asombrado de su hermosura rara y del divino resplandor que del rostro le salía, dijo: — Si no tuviera fe de que el Hijo de nuestra Señora es Dios, pensara que ella lo era.

Cuando una nube se le pone delante al sol. de tal manera embiste en ella con los rayos de su clara luz, que la deja hermosa, resplandeciente y adornada de unos arreboles dorados que admiran y deleitan a quien la mira. Rodeó la Virgen en su vientre a Cristo, sol de justicia y fuente de toda la espiritual hermosura, y ansí la dejó vestida de los rayos y resplandores de su gracia en tan grande abundancia, que con su hermosura tiene asombradas ambas Iglesias: la militante, de la tierra, y la triunfante, del cielo. Los ángeles dicen con admiración y asombro: ¿Quae est ista, quae progreditur quasi aurora, consurgens pulchra ut luna, electa ut sol? ¿Quién es ésta, cuya rara hermosura se asemeja a la de la mañana y es hermosa como la luna y escogida como el sol? Este mismo estilo guardan los Doctores de nuestra Iglesia, que, admirados de la hermosura del alma de esta Virgen soberana y dichosa Madre de Dios, no cesan de encarecerla en los libros con que ilustraron la Iglesia. San Efrén, siro la llama «Reina de todos, más sublime que los moradores del cielo, más pura que los rayos y resplandores del sol, más venerable que los querubines, más santa que los serafines y, sin comparación, más gloriosa que todos los ejércitos de los bienaventurados». Y el cardenal Pedro Damiano dice que como en la presencia del sol la luna y las estrellas desaparecen y pierden su luz y resplandor, así la Virgen, nuestra Señora, prevalece con su luz de tal suerte que, en su com paración, la de los espíritus beatíficos ni pueden ni deben descubrirse. Sofronio, que se cree ser el autor del Sermón de la Asunción de nuestra Señora, que otros atribuyen a San Jerónimo y anda en el tomo nono de sus obras, dice» que como, en comparación de Dios, ninguno es bueno, ansí, en comparación de la Madre de Dios, ninguna santa es perfecta, aunque esté adornada de excelentes virtudes. Y San Damasceno dice que de la Madre de Dios a los siervos del mismo Dios hay una distancia infinita, y llámala infinita por ser tan grande, que no se puede encarecer ni hay entendimiento criado que la pueda comprehender; porque, aunque es inferior a Dios, es superior de todo lo que no es Dios. Lo mismo dice San Epifanio hablando con la sacratísima Virgen, nuestra Señora: «Solo Deo ex- cepto, cunctis superior existis». Superior la llamó de todo lo que no es Dios. Y Andreas Cretense arzobispo jerosomelitano, hablando con la Madre de Dios, le dice: «Virgo omnis humanae naturae Regina, quae habet non comparabilem cum aliis appellationem, quae excepto Deo solo, es ómnibus altior»; iOh Virgen, Reina de toda la naturaleza humana, con cuyo nombre nadie se puede comparar, porque después de Dios tienes el más alto lugar! — La misma sentencia dijo San Anselmo con unas elegantes palabras dignas de no ser olvidadas de los devotos de la sacratísima Virgen, nuestra Señora: «Nichil tibi. Domina, est aequale, nichil comparabile; omne enim quod est, aut supra te est, aut infra te est; quod supra te est, Deus est; quod infra te est, omne quod Deus non est»: Hízoos Dios en todo tan singular (dice este santo Doctor, enderezando sus razones a la Virgen santísima), que ni en el cielo, ni en la tierra tenéis igual ni semejante; todas las cosas que son, o son superiores o inferiores a vos, porque igual no le tenéis; por superior tenéis solamente a Dios, y por inferior, a todo lo que no es Dios. — Y aquel sabio Idiota, tan humilde como sabio, pues por su humildad encubrió sus muchas letras con el humilde nombre de Idiota, en un tratado que intitula Contemplatio de Beata Maria dice la misma sentencia hablando con nuestra Señora: «Quodcumque donum alicui sanctorum unquam datum fuit, tibi non fuit negatum, sed omnium sanctorum privilegia omnia habes in te congesta, nemo aequalis est tibi, nemo maior te, nisi Deus»: «Cualquier don que Dios ha concedido a los santos, a ti no se te ha negado, sino que todos los privilegios de que ellos gozan se hallarán juntos en ti; ninguno se iguala contigo ni ninguno es mayor que tú sino sólo Dios».

Con estos sus dichos encarecidos descubren los santos como mejor pueden lo que sienten de la pureza y espiritual hermosura de la Virgen, Madre de Dios, confesando con humildad que quedan cortos en decir, porque excede la belleza de su alma a todo humano encarecimiento; sólo Dios, que se la dió, la podrá encarecer dignamente.

De aquí vinieron a decir algunos Doctores que fué tan copiosa la gracia que la Virgen tuvo, que no solamente excede en ella a cualquiera de los hombres y de los ángeles, sino que es mayor que toda junta, la que entre todos está repartida; y podemos ayudar esta opinión con los dichos de los santos arriba reíeridos, que llaman a nuestra Señora superior de todo lo que no es Dios; lo cual no pudieran decir si no tuviera más gracia que todos los demás juntos. Este pensamiento le podemps esforzar con unas palabras de San Bernardo en un sermón, donde afirma que la gloria de la Virgen es mayor que la de todos los hombres y los ángeles toda junta. Y esto mismo ha de confesar de la gracia y de las obras meritorias que mediante ella hacen los justos en esta vida.

De manera que la mayor gloria es argumento de más copiosa gracia y de más aventajadas obras hechas en ella. Y ansí, de quien se confiesa que tiene mayor gloria que todos los ángeles y todos los hombres juntamente, se debe también sentir que su gracia fué mayor que la de todos juntos. Y eso parece que dió a entender San Gabriel saludando a la Virgen, llamándola por antonomasia la llena de gracia: Ave, gratia plena. Sobre las cuales palabras dice el seráfico Doctor, San Buenaventura en el libro que intituló Espejo de la Virgen, que la gracia de que fue llena la Virgen fué inmensa, por ser tan grande, que excede toda medida; y da la razón, diciendo: porque un vaso que es inmenso no puede estar lleno si no fuere inmenso aquello de que está lleno; y la Virgen María, nuestra Señora, fué un vaso inmenso, pues recibió dentro de sí a quien es mayor que el cielo. Y ansí, dice este santo Doctor, hablando con la Virgen: ¡Inmensísima María, más capaz, más capaz sois que el cielo, pues de vos canta la Iglesia quem caeli capere non poterant, tuo gremio contulisti: trajiste en vuestro vientre a quien el cielo no puede comprehender! Más capaz sois que la tierra, pues quem totus non capa orbis, in tua se clausit viscera, factus homo: el que no cabe en toda la redondez de la tierra, hecho hombre, se encerró en vuestras entrañas. Pues si la sacratísima Virgen fué tan capaz en el vientre, ¿cuánto más capaz será en mente? Mayor es la capacidad de su alma que la del cuerpo, y si esta capacidad tan inmensa fué llena de gracia, no podría dejar de ser inmensa la gracia de que fué llena. ¿Quién podrá medir, dice este santo, la gracia de la Virgen? Y pareciéndole que excede toda medida, no cesa de echar superlativos con que significar la inmensidad de la gracia de nuestra Señora, diciendo que su gracia fué «verdaderísima, inmensísima, llenísima y útilísima»; en que descubre como mejor puede lo que por ser tan inmenso no se puede debidamente encarecer. Ansí lo significó también el glorioso Padre San Anselmo en el libro que intituló De la excelencia de la Virgen diciendo: «Immensitatem gratiae, et gloriae, et felicitates tuae considerare cupienti, o Virgo, sensus defficit, et lingua fatiscit, tu caelum immensa miserationum tuarum, et gratiarum luce perlustras»: El que deseare contemplar, Virgen santísima, la inmensidad de vuestra gracia y de vuestra gloria, faltarle han sentidos con que comprehenderlas y palabras con que explicarlas.

Y ayuda mucho a este pensamiento lo que dice Dionisio Cartujano en el Libro de las alabanzas de la Virgen, declarando aquellas palabras de San Anselmo: «Decuit Virginem ea puritate nitere, que maior sub Deo nequit intelligi»: Convino que la Virgen tuviese tanta pureza, que de Dios abajo no se pudiese imaginar otra mayor. Sobre estas palabras, dice Dionisio: «Sanctitate Virginis, maior esse non potest, non quia Deus absoluta sua potentia, ne dum Virgini, sed aliis quodque praestare possit sed ne utique fiet. Sanctitate ergo Mariae maior sub creata filii tui sanctitate intelligi, esse nequit»: No puede haber, dice este Doctor, mayor santidad que la de la Virgen; no porque Dios, usando de su absoluto poder, no se la pueda dar mayor a ella y a los demás; pero no convino que se hiciese ni se hará; de donde se sigue que no puede entenderse, ni ser mayor santidad, que la de la Virgen después de la de su Hijo. Hasta aquí son palabras de Dionisio.

De todo lo cual se colige que la santidad de nuestra Señora y la hermosura del alma, después de la de su Hijo, es tan grande, que no se puede imaginar mayor; y cuando toda la santidad de los ángeles y de los hombres se pusiera en una balanza y la de la sacratísima Virgen en otra, la de nuestra Señora pesara más. Y así, no es mucho que, pensando en ella los ángeles, se pasmen, y se embelesen, y rompan en palabras de admiración, y que, después que los santos han dicho de ella cuanto alcanzan, digan con humildad que les faltan palabras para encarecerla dignamente; y ¿qué mucho que en las criaturas haya hecho este efecto la hermosura de esta Virgen soberana, pues, vencido de su belleza, bajó el mismo Dios que se la dió a ser hombre en sus entrañas? Hermosura fué tal, que al mesmo Dios le mató de amores: Concupiuit Rex speciem tuam, dijo David en un salmo; y como, amartelado de de su afición, le pide en el libro de los Cantares que le muestre la cara y le hable con caricia, porque para él su lenguaje es agradable, y su cara, muy hermosa: Ostende mihi jaciem tuam et sonet vox tua in auribus meis, quia eloquium tuum dulce et facies tua decora nimis.

Tal es la hermosura de la sacratísima Virgen, nuestra Señora, que Dios se deleita en ella y tiene singular complacencia en haberla hecho tan hermosa, como el pintor que se deleita en la perfecta imagen que ha obrado. Y tal, que los bienaventurados, después de la divina esencia, con cuya yista esencialmente se beatifican, y de la humanidad de Cristo, que hipostáticamente está unida a la persona del Verbo, y como más conjunta con Dios es la que más participa de su gloria, en la vista de la cual dijeron San Cipriano y San Agustín que los cuerpos de los bien- aventurados se beatifica; después de esto, la mayor gloria accidental que los santos tienen en el cielo es gozar de la hermosura de la Virgen, nuestra Señora ; lo cual declaró San Anselmo, arriba alegado, diciendo que ilustra el cielo con la inmensidad de la luz de su gracia y de su gloria, y en los que son verdaderamente devotos de esta Reina celestial, desde acá han de comenzar estos deseos de gozar en el cielo de la hermosura singular de esta Virgen soberana, pues después de la vista de Dios y de la humanidad de su Hijo es con quien tendrán más gloria en el cielo.

Juan Herolio referido por el autor del libro que se intitula Speculum exemplorum, Verbo, Marta Virgo, cuenta que fué tan fervoroso el deseo de un clérigo devoto y capellán de esta Reina soberana de gozar de su hermosura y singular belleza, que, aun viviendo en carne mortal, se le cumplió su deseo, porque, como otro Moisén, que con instancia le pidió a Dios que le mostrase su cara, y como el Esposo, que a la Esposa le hizo la misma petición, ansí este devoto santo con fervorosa oración le suplicaba nuestra Señora que le descubriese su rostro y que le diese este consuelo de manifestarle su hermosura, para que con esto se alentase a más servirla, y no cesaba de suplicarle que le concediese esta gracia en todas sus oraciones y sacrificios. Al fin, la Madre de misericordia quiso hacérsela a este su devoto; y le envió un ángel que le dijese que para tal hora se dispusiese para recibir este favor. Pero que le advertía de un inconveniente: que ojos que hubiesen gozado de su hermosura no convenía que mirasen cosa de la tierra de allí adelante. El devoto sacerdote respondió que como él mereciese ver a la Virgen, nuestra Señora, no se le daría nada de quedar ciego después de haberla visto; y con esto desapareció el ángel. Y pensando después este sacerdote en la respuesta que había dado, consideraba que, si del todo quedaba ciego, que le sería forzoso para pasar su vida mendigar; y ofreciósele un medio, que fué mirar a la Virgen con el un ojo, reservando el otro. Llegada la hora concertada, la Virgen santísima se le apareció tan hermosa y llena de gloria, que dejó a aquel su devoto sumamente consolado y alegre con su vista; y para gozar más cumplidamente de tanto bien, se resolvió de mirarla con ambos ojos, aunque hubiese de quedar del todo ciego en adelante; pero en este punto desapareció la visión, dejándole ciego el ojo con que la había visto. No cesaba este devoto sacerdote de llorar y de reprehenderse por no haber mirado a la Virgen con ambos ojos, conde- nando el acuerdo que había tomado de reservar el uno, y con amargo sentimiento decía: — Pluguiera a Dios que todo yo fuera ojos, para que con todos la mirara, y suplicando a la sacratísima Virgen, nuestra Señora, con grande mstancia que se sirviese de que la viese otra vez, que de buena gana perdería el ojo que le había quedado por gozar de aquel consuelo. La piadosísima Señora se dignó de aparecerle segunda vez, correspondiendo a su devoción, y dejándole con su vista grandemente consolado; y usando con él de su acostumbrada clemencia, no sólo le conservó el ojo que le había quedado sano, sino que le restituyó la luz que en el primero había perdido. Tal es la misericordia y magnificencia de que esta Reina soberana sabe usar con los que la aman con casto y fervoroso amor, que los consuela concediéndoles las mercedes y favores que le piden y se las dobla dándoles lo que no le piden. Y no es mucho que este devoto sacerdote, capellán de la Virgen, con su vista quedase tan consolado y que por gozar de ella se aventurase a perder la vista corporal, siendo su hermosura tan aventajada, que, como dejamos dicho, el Rey del cielo se complace y se deleita en ella: Concupivit Rex speciem tuam, y los espíritus beatíficos se admiran de contemplarla : Quae est ista quae progreditur, etc.; porque ilustra todo el cielo con la inmensidad de su gloria, como lo dijo San Anselmo; y los demás Do'ctores santos, después que se han alargado cuanto han sabido en encarecerla, confiesan su indignidad para alabarla dignamente; con que me disculpan de la cortedad que yo he tenido en manifestarla en estos dos capítulos en que he tratado de ella.

CAPITULO X

DE LA DEVOCIÓN QUE SE HA DE TENER CON EL SANTÍSIMO NOMBRE DE MARÍA DE LA REVERENCIA CON QUE LE HAN DE NOMBRAR SUS ESCLAVOS Y DEVOTOS EN LOS ROSARIOS Y CORONAS QUE LE OFRECEN A NUESTRA SEÑORA

Es el nombre imagen de la cosa que con él se nombra, significa y sustituye por ella en nuestro entendimiento, en la boca y en la escritura; y como para hacer una imagen o retrato de una persona, es necesario tener conoci- miento de ella; y quien no la conoce, no la puede retratar al vivo y al natural. Ansí para poner a las cosas convenientes nombres; que como sus imágenes y retratos convenientemente nos las representen, es menester tener conocimiento de ellas.

En el Génesis se dice que trujo Dios todas las cosas que había criado ante Adán para que les pusiese nombres: y para que esto hiciese, le leyó primero una lección de filosofía natural, en que le enseñó la ciencia y conocimiento de las naturalezas de todas; que, como San Agustín dice, le crió Dios sapientísimo, y en el conocimiento de las cosas naturales se aventajó a todos los mortales. Y ansí les puso nombres tan conformes a su ser, que dice Moisén: Omne quod vocavit Adam, ipsum est nomen eius. Como si dijera: tan sabiamente les impuso nombres y tan cortados a su talle y conformes con su naturaleza, que el nombre que Adán les puso, ése era el que a cada cosa le convenía. No fueran los nombres propios de las cosas puestos con propiedad si no fueran conformes a su naturaleza. Porque, como Platón dijo, «nomina debent esse consona rebus». Consonancia ha de haber para que los nombres tengan propiedad con las cosas que con ellos se significan. Pues si los nombres instituidos por los hombres sabiamente, para que sean conformes con las cosas que significan, es necesario tener conocimiento de ellas y saber su naturaleza y propiedades, supuesto que las excelencias de la Virgen, nuestra Señora, son tantas y tales que no basta entendimiento criado para poderlas comprehender ni lengua humana ni angélica para poderlas explicar, como lo vimos en el capítulo primero, donde traté de las excelencias de la Virgen, ninguna criatura le pudiera poner nombre con propiedad. Y supuesto que, como allí dijimos de sentencia de Andrea Cretense, sólo Dios, que puede conocer los dones y gracias de que la Virgen goza, puede alabarla dignamente: Quam Dei tantum est laudare pro dignitate, de ahí es que sólo Dios le pudo poner nombre a su Madre, porque él solo conoce por entero sus propiedades y virtudes, en que excede a toda pura criatura; y, fundados sobre este fundamento, dijeron San Ambrosio, San Bernardo y San Anselmo y otros que el nombre santísimo de María fué instituido por Dios y por su orden anunciado Dor su ángel. Lo cual, fuera de que estos santos lo afirman y la razón de arriba lo persuade, se puede confirmar con lo que dice San Basilio: El que pusiese en la Virgen todo lo ilustre y glorioso que se puede imaginar y cuanto entre los demás santos tiene repartido, no tiene peligro de errar. Pues si el nombre de Isaac y el de San Juan los instituyó Dios y los anunció su ángel, ¿por qué no habemos de creer que de esa misma gracia hizo participante a su Madre? El nombre santísimo de María Dios le instituyó y su ángel le reveló al mundo por orden del mesmo Dios. Y piadosamente creo que, como el nombre santísimo de JESÚS goza de esta excelencia, que os Domini nominavit, como lo dice Isaías en el libro de sus divinos oráculos, que Dios le instituyó y fué el primero que le nombró por su boca, así también el nombre santísimo de MarÍa él se le impuso a su Madre y por su boca le nombró. Algunos preguntan por qué Dios a las congregaciones de las aguas no las llamó mar, en singular, sino mares, en el número plural. Congregationes aquarum appellavit maria; y responden que como eran congregaciones de muchas aguas, las llamó mares y no mar. Pero no para bástente esta respuesta; porque, aunque en un río se congreguen aguas de diferentes fuentes, con todo eso, no se llama ríos, sino río, en singular; y esa mesma razón será de la mar. Mayor sacramento halló en esto un autor moderno devoto de la Virgen, el cual dice que amaba Dios tanto el nombre de María, en cuyas entrañas había de encarnar, cuya idea ab aeterno tenía en su mente divina, que pequeña ocasión bastó para nombrarle, porque su boca fuese la primera que pronunció este santo nombre; que MARÍA, que es el nombre de la Virgen y el del mar, dicho en número plural, todo es uno maria y MARÍA; sólo en el acento vese diferencia. Y no sin propiedad se llama la Virgen con nombre del mar, porque si el mar es congregación de aguas, y por eso se llama mar, la Virgen es congregación de virtudes y de dones del cielo. Y como por ser muchos los ríos que entran en el mar se llama con ese nombre, apellavit maria, ansí, por ser tales las corrientes de virtudes de dones y privilegios que en la Virgen se juntaron, se llamó MARÍA, nombre en que se suman las gracias sin suma que en la Virgen están abreviadas.

Del nombre santísimo de JESÚS (del cual dijo San Pablo que es sobre todo nombre) es al que se le debe mayor reverencia. Con adoración de latría enseñaba al pueblo San Bernardino que le había de adorar, y para esto se le mostraba en una tabla en que le traía pintado; y aunque sobre esto tuvo el santo muchas contradiciones, de todas salió victorioso en virtud de este santísimo nombre. Y, supuesto lo que arriba queda dicho, es clara la razón sobre que se fundaba, porque si los nombres son imágines de las cosas, al de JESÚS se le debe la reverencia que a lo que con este nombre se significa, que es el Verbo divino hecho carne por nuestro amor. Pues de este santísimo nombre dijo Isaías: Nomen tuum et memoriale tuum in desiderio animae. Como si dijera: No hay cosa que así llene los vacíos y deseos de mi ánima como vuestro santísimo nombre; porque es un memorial y una suma de vuestras inefables grandezas, cebadas de las cuales os llevaréis lai almas tras vos. Por eso le comparó la Esposa al ólio o bálsamo derramado: Oleum effussum nomen tuum que con su fragancia arrebata tras sí los sentidos de cuantos le perciben. A las excelencias del Salvador se les debe el primer lugar, pero tras él se han de graduar las excelencias de su Madre, y otro tanto habemos de decir de su nombre, donde todas están abreviadas: al de JESÚS se le debe la mayor reverencia, pero después de él, al de MARÍA. Estos nombres santísimos han de estar escritos en los corazones de los cristianos devotos: JESÚS y MARÍA. A ellos se han de enderezar los deseos de las almas, y a cada uno de ellos se puede decir: Nomen tuum et memoriale tuum in desiderio animae. Bien familiarmente andan estos benditísimos nombres en las bocas de los devotos de nuestra Señora en los rosarios y coronas que le rezan; pero no se han de contentar con nombrarlos con la boca, sino con reverenciarlos con el corazón y el alma, in desiderio animae, consagrándoles los deseos de servirlos y pidiéndoles gracia para servirlos dignamente. Y callando por ahora las excelencias del Santísimo nombre de Jesus, y por no ser de mi propósito, es tanta la dulzura y suavidad del sagrado nombre de María, de quien en particular hablamos en este capítulo, que no cesan los santos Doctores (especialmente los que fueron más devotos de la Virgen) de saborearse en él, diciéndonos de él más dulzuras.

San Buenaventura, en el libro que intituló Espejo de la Virgen dice hablando con nuestra Señora: «Tu bene figurata est per illam Ruth de qua legitur, quod sit exemplum virtutis in Eíratha et habet celebre nomen in Bethlem, idest in Ecclesia. O celeberrimum nomen Maria, quomodo potest nomen tuum non esse celebre, quod etiam devote nominari non potest, sine nominantis utilitate». No sin mucha propiedad dice el Seráfico Doctor: Sois figurada en Ruth (Virgen santísima), de la cual se lee que su vida era ejemplo de virtud en Efrata y que su nombre era celebrado en Belén. Porque ansí vos sois ejemplo de toda virtud en la Iglesia y en toda ella es vuestro nombre muy celebrado. ¡Oh celebradísimo nombre de María!, ¿cómo podrá dejar de ser celebrado, pues aún no se puede nombrar devotamente sin grande utilidad del que le nombra? Esto dice San Buenaventura, y alega al glorioso Padre San Bernardo, que dice: «¡Oh magna, oh pia, oh multum laudabilis María!; tu nec nominari potest, quin accendas; neque cogitari quidem, quin recrees affectus diligentium te. Tu numquam sine dulcedine divinitus Ínsita piae memoriae portas ingrederis». No puede el divino Bernardo, cuando habla con la Virgen santísima, dejar de dar muestras de la ferviente caridad con que la amaba y de la dulzura con que la nombraba: «¡Oh grande (dice este Doctor), oh piadosa, oh muy loable MARÍA ! , no puedes ser nombrada sin inflamar el corazón de quien te nombra, ni se puede pensar en ti sin que recrees los afectos de los que te aman y nunca entrarás por las puertas de la piadosa memoria de tus devotos sin que los dejes llenos de la divina dulzura que Dios te ha comunicado». Tal es la suavidad que estos santos hallaban en la memoria de la Virgen santísima y en la pronunciación de su santo nombre, que no podían hacer memoria de ella ni nombrar su nombre sin derritirse en su amor. Y podemos confirmar esta doctrina con unas devotísimas palabras de aquel sabio Idiota que, por su profunda humildad, se llamó con este nombre en sus escritos (el idiota), encubriendo el nombre propio, por donde pudiera ser conocido: «Dedit tibi MARIA tota Trinitas nomen, ut in nomine tuo omne genu flectatur. Hoc nomen super omnia sanctorum nomina refficit lassos, sanat lánguidos, illuminat caecos, penetrat duros, ungit agonistas, iugum diaboli excutit; tantae virtutis est et excellentiae, ut in eo caelum rideat, térra laetetur et angeli congaudeant». Endereza este Doctor sus palabras a la Virgen, nuestra Señora, y dícele: «Toda la Trinidad te dió el nombre de MARÍA para que todos le respeten y se arrodillen a él. Este nombre sobre todos los nombres de los santos tiene virtud de dar alivio a los cansados, sanar a los enfermos, alumbrar a los ciegos, penetrar los corazones más empedernidos, de recrear a los que están congojados y de sacudir el yugo del demonio. Al fin es de tanta virtud y excelencia, que para el cielo es risa; para los hombres, consuelo, y para los ángeles, alegría.

Bien nos enseñan los santos con sus dichos encarecidos a respetar el nombre santísimo de MARÍA y a conocer las grandes virtudes de él, para que pongamos en él nuestra devoción y para que usemos de esta celestial reliquia contra las ilusiones del demonio y para defensa de sus asechanzas y remedio de todas nuestras necesidades del alma y del cuerpo. Pero para que más se conozca su virtud es menester desentrañar este nombre para penetrar las grandezas que en él están abreviadas.

Con particular artificio compuso el Espíritu Santo el sagrado nombre de MARÍA de cinco letras, tomando cada una de ellas de cinco mujeres, las más notables y de más rara santidad de que la Escritura hace mención. La M tomó de Micol, mujer de David, que, en amor y fidelidad de su marido, hizo raya entre las demás. La A tomó de Abigail, cuya conducta y discreción venció la ira de David cuando venía con su gente contra la casa de Nabal, su marido, resuelto de pasar a cuchillo cuantos hallase en ella. La R tomó de Raquel, que fué de singular hermosura y muy celosa de la fe de un solo Dios. Y fué" madre de José, a quien Faraón llamó redentor de Egipto. La I la tomó de " De ludit, que, cortando la cabeza a Holofernes y libertando la ciudad de Betulia de la cruda guerra que aguardaba, cobró singular prerrogativa de fortaleza. La A postrera tomó de Abisach, que, habiéndola escogido en toda Israel para que ministrase al rey David y durmiese con él cuando era viejo para darle calor, siempre se consefvó en pureza y limpieza; de estas cinco letras se compuso el santísimo nombre de MARÍA; y según su nombre, ansí fueron las alabanzas de sus virtudes en todo el mundo: Secundum nomen tuum sic et laus tua in finis terrae.  Porque tuvo la Virgen la lealtad de Micol, la pureza y discreción de Abigail, la hermosura y fervorosa fe de Raquel, la fortaleza de ludit y la pureza de Abisach, tuvo las virtudes de todas en grado más heroico que ninguna las alcanzó. Porque como San Jerónimo dijo escribiendo a Eustoquio: «Caete- ris virginibus praestatur gratia per partes, Mariae vero tota se infudit plenitudo gratiae»: A los demás les dieron las gracias y virtudes en parte, por tasa y por medida, a la Virgen se la dieron a colmo sin medida y por entero: «Tota se infudit», etc.

De Ceuxis, famoso pintor, se cuenta que, habiéndole encomendado la ciudad de Agrigento una imagen de Venus, deseando hacerla muy famosa y de manera que de ella resultase gran nombre a su autor, eligió cinco doncellas agrigentinas, las más hermosas de aquella ciudad; y de cadauna tomaba lo más perfecto que en ella había: de la una eligió la frente; de la otra, los ojos; de la otra, la nariz bien proporcionada, etc.; de esta manera vino a hacer una imagen perfectísima, que en aquella hora fué su asombro del mundo. Si esto hizo un pintor prudente con deseo de sacar una imagen perfecta y bien acabada en su arte, ¿cuánto más debemos pensar esto de la sabiduría infinita de Dios, que. habiendo de hacer una imagen de sí mesmo sumamente perfecta y la más bien acabada que viese entre todas las puras criaturas, que tomaría lo mejor de lo bueno que entre todas está repartido, y que todo lo puso en esta imagen que es asombro de los ángeles y los hombres? Y especialmente escogió para esto estas cinco mujeres tan notables y de tan rara santidad, de quien se tomaron las cinco letras de este santísimo nombre de MARÍA, y en ella puso las virtudes de todas con muchas ventajas de como ellas las poseyeron. Porque a ellas se las dieron por tasa y por menudo; a la Virgen, por mayor, sin que se le negase nada: «Tota se infudit plenitudo gratiae». De donde vino el glorioso arcángel San Gabriel saludarla, diciendo: Ave, gratia plena. Y por tener plenitud de gracia, no sólo la comparó San Bernardo con las cinco mudares arriba referidas, sino con todas las gracias que entre los ángeles y hombres están repartidas; porque dice que en la Virgen se halla la fe de los patriarcas, la esperanza de los profetas, el celo de los apóstoles, la constancia de los mártires, la templanza de los confesores, la santidad de las vírgines y la pureza de los ángeles. No le faltó virtud de cuantas los santos participaron, antes estuvieron todas en la Virgen con mayor plenitud de perfición que en todos los demás, porque es esta Reina del cielo el aparador en que hace Dios ostentación de su grandeza y en que se muestran las vajillas de todos sus dones de naturaleza, de gracia y de gloria; y todas estas grandezas están cifradas en el nombre santísimo de MARÍA.

Denótanse también en estas cinco letras de este santísimo nombre de MaRIA cinco epítetos o prerrogativas que la Virgen tiene, que todas son en favor del patrocinio y amparo que hace a los pecadores. En la M se denota que es Madre de misericordia, como se lo canta la Iglesia: Maria Mater gratiae, Mater misericordiae. En la A, que es Abogada nuestra, como lo decimos en la antífona de la Salve Regina: Eia ergo advocata nostra. En la R, que es Reina del cielo: Ave, Regina caelorum. En la I, que es Inventora de la gracia, que nuestros padres perdieron: Invenisti gratiam, etc., le dijo San Gabriel. En la A, que es Administradora de todos los bienes que Dios hace al mundo: «Omnia per manus Mariae ad nos transmituntur», dijo San Bernardo. Notables discursos hicieron los Doctores santos sobre este bendito nombre de Maria, que es imposible referirlos todos por no alargarme sobradamente en este capítulo ni exceder de la brevedad que tengo prometida en este tratado; concluiré estos discursos con el que hizo sobre éstas cinco letras Leonardo de Utino (Serm. De Nativitate Virginis), el cual dice que en estas cinco letras están figuradas cinco piedras preciosas de la corona imperial de esta Emperatriz del cielo. En la M se denota la margarita, que tiene virtud de confortar el corazón; ansí, el nombre de la Virgen conforta el corazón de los flacos y los esfuerza y pone adiento en el servicio de Dios y les da fuerzas para resistir a cualquier enemigo del alma que haga guerra contra ellos; por eso, la Iglesia le canta a la Virgen: Sub tuum praesidium, etc., porque debajo de su amparo estaremos seguros de cualquier tribulación. En la A se denota el adamante, que es el diamante, que tiene virtud de conciliar y convenir a los que estás discordes; y figura a la Virgen, que reconcilia a los pecadores con Dios, que estaban desavenidos con él": Sancta sum coram eo pacem reperiens (Cant. 8); y como la furia y rigor del varón la suele mitigar su mujer, ansí la indignación de Dios contra los pecadores la mitiga la intercesión de su Madre benditísima. Por la R se denota el rubí, que. como sea tanto su resplandor, convenientemente significa el nombre de MARÍA, que, entre otras significaciones, quiere decir Illuminatrix. De quien canta la Iglesia: Cuius cita inclita cunctas iliustrat Eeclesias. Por la I se denota el iaspe, que a quien le trae consigo le pone fuerte y sin temor en cualquiera adversidad, sin temer daño que le puedan hacer sus enemigos. Ansí, el patrocinio de la Virgen vuelve a sus devotos fuertes, sin temor de las asechanzas del demonio; porque todo el infierno tiembla de la Virgen, porque es para ellos terrible como un ejército bien ordenado: Terribilis ut castrorum acies ordinata. No tiembla tanto una ciudad que se ve cercada de un poderoso ejército de enemigos como tiemblan ios demonios de la Virgen, nuestra Señora, y de la protección y amparo que hace a los que en ella fían, l.a postrera A denota el alectorio, que es una piedra preciosa que tiene virtud de hacer bien afortunado al que la trae, y es muy propia figura de la Virgen, de quien se dice en el libro del Eclesiástico: Qui elucidant me, vitam aeternam habebunt. Tanta es la dicha y la buena fortuna de los que sirven a esta Señora y se ocupan en sus alabanzas, que por su intercesión alcanzarán la vida eterna. O si no, entendamos por la A al amatiste, de quien hizo mencián San Juan en el libro de su Apocalipsis del cual dicen los naturales que se halla con una cubierta o capa de tierra, con que encubre su resplandor admirable, y denota a la Virgen, que dice de sí (Cant. I): Nigra sum, sed formosa: negra y hermosa; negra exteriormente, según la común estimación, que como me ven casada y con hijo, ninguno me juzga por virgen; pero debajo de esta capa está cubierta mi integridad, y tengo luz y hermosura de virgen muy perfecta; negra, porque todos me juzgan por madre de hombre puro, pero debajo de esa cubierta está cubierta la dignidad de Madre de Dios.

Cuando veo los sacramentos y misterios ascondidos que los Doctores han descubierto en este santo nombre de MARÍA, conozco con cuánta razón dijo San Crisóstomo en la Exposición de la Epístola ad Romanos que es menester tener mucha atención a los nombres, porque en muchos nombres está encubierto el tesoro de muchas historias y no pequeños tesoros de filosofía: «magnum thesaurum in nudis nominibus multarum rerum historias, non modicam denique philosophiam contineri». Y porque no salgamos de nuestro propósito, ¿qué secretos de la filosofía cristiana no están encerrados en el nombre de MARÍA? ¿Ni qué historias podrán declarar por entero lo que en este nombre está abreviado? ¿Ni qué necesidad se le podrá ofrecer al cristiano que para su remedio no halle virtud en este santísimo nombre? Es, al fin, nombre ordenado por la infinita sabiduría de Dios, muy conforme con lo que en él se significa; y que sólo Dios le pudiera poner, porque él conocía las virtudes admirables que concedió a la Virgen, que están epilogadas en este santo nombre. Nombre que después del santísimo nombre de JESÚS es de mayor excelencia y digno de mayor reverencia, el más venerado de los ángeles y más temido de los demonios; nombre que, como  dijo el cardenal Nicolás Gusano nunca fue borrado del libro de la muerte, porque nunca fué escrito en él; nombre en que se les da una prenda a los devotos de la Virgen para remedio de cualquier necesidad del alma y del cuerpo que se les ofreciere y un fuerte escudo con que se puedan amparar de los golpes del demonio; nombre, finalmente, con que podemos triunfar de los enemigos del alma cuando más fuertes y arrogantes vinieren contra nosotros; que como David antiguamente con una vara o cayado en la mano y cinco piedras acometió y venció a aquel monstruoso gigante Goliat y triunfó de su orgullo y loca presunción, ansí los fieles, invocando el favor de la Virgen, nuestra Señora, vara de la raíz de Jesé y con cinco piedras, que son las cinco letras del santísimo nombre de MARÍA, vencerán sus enemigos y triunfarán de su loca arrogancia.

Conozcan de aquí los devotos de la Virgen que se precian de sus siervos y esclavos la reverencia y veneración que deben al nombre sagrado de MARÍA y no se contenten con descubrir la cabeza cuando le oyen nombrar, sino que deben traerle en el carazón por continua meditación, en la boca por devota invocación, en la obra por ejemplar imitación de la Virgen santísima, nuestra Señora. Alabó mucho la devoción de los que en reverencia del santo nombre de María rezan cinco salmos, las primeras letras de los cuales componen el nombre de MARÍA. Magníficat, por la M; por la A, Ad Dominum cum tribularer; por la R, Retribue servo tuo; por la I, ¡n convertendo Dominus, etc; por la A, Ad te levavi oculos meos. De la cual devoción, según lo afirma Laurencio Marselo, fué autor el Beato Jordán, muy devoto de la Virgen, nuestra Señora.

Y cuan grato le sea a la Virgen este servicio, lo ha manifestado con un notable milagro que cuenta Vicencio Velvacens y el libro llamado Speculum exemplorum. Hubo un devoto monje que tenía devoción de rezar cada día los cinco salmos referidos en reverencia de las cinco letras del nombre de MarÍA, y después de muerto le hallan cinco azucenas, que le salían de los ojos, oídos y boca; una mayor de la boca, y dos de los ojos, y dos de los oídos. Y en cada una estaba escrita una de las cinco letras en que los salmos comienzan, de que se compone el santo nombre de María, en cuya reverencia el religioso rezaba estos salmos. De donde, porque concluyamos este capítulo, podemos sacar la devoción y reverencia que se debe al sagrado nombre de MARÍA y cuán grata le sea a la Virgen la devoción que con él se tiene y que se da por bien servida de sus esclavos y devotos si le rezaren estos salmos a honor y reverencia de su santísimo nombre. De otros servicios que le son aceptos, en que podremos servir a la Madre de Dios, trataré en el capítulo siguiente.  

CAPITULO XI

DEL CUIDADO QUE LOS DEVOTOS DE NUESTRA SEÑORA HAN DE TENER EN OCUPARSE EN SU SERVICIO Y EN QUÉ EJERCICIOS SE PODRÁN EMPLEAR QUE SEAN A LA VIRGEN MAS AGRADABLES

Reconociendo el profeta rey la obligación que tenía de servir a Dios por ser hechura de sus manos y por haber recibido de ellas mercedes tan copiosas: de haberle sacado, de pastor de ovejas, a ser príncipe de su pueblo, y trocado la zamarra de pastor en púrpura de rey; la caperuza de cuartos, en corona, y el cayado, en cetro; de haberle dado victoria contra enemigos tan crueles, librado de tantos peligros y sacádole a paz y a salvo de todos; hallándose tan prendado de tan crecidas obligaciones al servicio de Dios y a no salir de su voluntad, le suplicaba que le enseñase el cumplimiento de ella, con deseo de tomarla por regla para medir con ella todas sus obras: Doce me facere voluntatem tuam. Como si dijera: Conozco, Señor, que sois mi Dios y mi criador, y yo vuestra hechura; sois mi Señor, y yo vuestro siervo; sois mi Redentor, y yo vuestro esclavo; de aquí. Señor, nace el dominio que sobre mí tenéis y la obligación de serviros con que yo vivo; por tanto. Señor, os suplico que me alumbréis en el conocimiento de vuestra voluntad y me deis vuestra gracia para cumplirla y para que yo no salga de ella: Doce me facere voluntatem tuam.

Semejante a éste ha de ser el cuidado del verdadero devoto, y siervo de la Virgen, nuestra Señora, ora sea en agradecimiento de las mercedes recibidas de sus misericordiosas manos, ora sea para inclinarla con sus servicios a que le haga merced en sus necesidades y aprietos; ésta ha de ser toda su ansia y en esto ha de poner su cuidado: en saber en qué podrá servir a esta Reina celestial. A Dios le ha de suplicar que le dé su gracia para servir dignamente a su Madre, como vimos atrás, y a nuestra Señora, que le alumbre en el conocimiento de su voluntad: Doce me facere voluntatem tuam: «quia mater Dei es tu». Que en razón de haberla recibido por Señora y por Patrona, vive con obligación de no salir de su gusto y de hacer en todo su voluntad. Que no se ha de contentar el devoto y siervo de esta Reina celestial y que la desea servir con decir que la ama; que las palabras, cuando no van acompañadas de obras, no hacen fe en prueba del amor. Y si me preguntare el esclavo de nuestra Señora en qué la podrá servir, que más la agrade, le responderé que, estando yo en este mismo deseo, consulté a algunos autores devotos de la Virgen, cuidadosos de persuadirnos a todos a su devoción, de la doctrina de los cuales he sacado los documentos siguientes:

I. El primero es que el que desga hacer la voluntad de nuestra Señora sea muy puntual en la guarda de la de Dios y en la observancia de sus mandamientos, procurando, en cuanto en sí fuere, de no cometer pecado mortal y suplicando a nuestro Señor le dé su gracia para cumplirlo. Que supuesto que nuestra Señora tuvo su voluntad tan ajustada con la de Dios que jamás desdijo de ella aun en un pecado venial, el que cumpliere la voluntad de Dios, habrá cumplido con la de su Madre. En el primer milagro que Cristo hizo en las bodas de Caná de Galilea, por intercesión de su benditísima Madre, para que se hiciesen capaces de recebirle, les dijo la Virgen a los ministros: Quodcunque dixerit vobis, facite: Haced cualquier cosa que mi Hijo os ordenare. Esta orden que a los ministros dio, nos la da la Virgen generalmente a todos los que la deseamos servir: que cumplamos la voluntad de su Hijo; y el que por esta puerta no entrare, por despedido se se puede tener de servicio de esta Reina celestial. El rey David no consentía en su servicio quien no anduviese derecho por el camino de la virtud; sólo se servía de los justos y santos, cuidadosos del servicio de Dios y del bien de sus almas: Ambulans in via inmaculata, hic mihi ministrabat. Y como esta Princesa tuvo a David por padre y a Dios por Hijo, por cumplir con ambos, quiere que el que la hubiere de servir y el que se preciare de su devoto y esclavo se ajuste con la voluntad de Dios, a quien ella tuvoi la suya tan sujeta, que ni aun en un ligero pensamiento se apartó del cumplimiento de ella. Y sea éste el primer documento en que se ha de instruir el que la desea servir, porque el que guardare otras leyes, no será admitido al servicio de esta Reina soberana.

II. El segundo documento sea que el devoto de la Virgen, nuestra Señora, cada mañana, en levantándose de la cama, puesto de rodillas en su santa imagen, diga devotamente las oraciones del Paternoster y del Avemaria y suplique al Redentor le de su gracia para que en aquel día dignamente le sirva a él y a su benditísima Madre. Y a la Virgen le suplique que le reciba debajo de su amparo y le libre de todos los peligros de alma y cuerpo que en aquel día se le pueden ofrecer y que le gane gracia de su Hijo, para que todas las palabras, obras y pensamientos se ordenen a su servicio y cumplimiento de la divina voluntad. Y encomiende a la Virgen, nuestra Señora, como a su Patrona y Abogada, todos sus negocios y pretensiones, para que por su intercesión consiga lo que le conviniere. Y lo que no le conviene, lo aparte y desvíe. Especialmente le pida favor contra los vicios que más guerra le suelen hacer y que le conceda las virtudes a ellos contrarias.

Y a la noche, antes que se acueste, examinada la conciencia, de gracias a Dios por los beneficios que en aquel día ha recibido de su mano, y por las buenas obras que mediante su gracia hubiere hecho, y por las malas de que le ha defendido; y pídale perdón de los pecados que aquel día hubiere cometido, con arrepentimiento de ellos y propósito de confesarlos y de la enmienda. Y a la Virgen Te pida perdón de lo mal que en aquel día la ha servido y suplíquele humildemente que le alcance de su Hijo que le perdone sus pecados y le dé su gracia para no tornar a caer en ellos.

III. El tercer documento sea que muy de corazón ame a la Virgen, nuestra Señora, y la desee servir y que con entrañable afecto de devoción se ocupe en sus alabanzas rezando las horas de su oficio, el que supiere leer. Que es un servicio a la Virgen muy agradable, como lo ha manifestado con notables milagros, de que hablan los historiadores infra alegados, a quien me remito. Pero dejados otros, moverá a mucha devoción uno que cuenta el cardenal Pedro Damiano de un clérigo que por su devoción rezaba cada día el Oficio de nuestra Señora, y en una enfermedad que tuvo, vino a estar tan apretado y descaecido, que los médicos le tenían desahuciado y todos le daban por muerto. Estando, pues, en este artículo, le apareció la Madre de misericordia, y con sus dulces palabras le consoló y le echó un rayo de su leche en los labios, con que aquel buen clérigo se confortó, de manera que repentinamente se halló sano y se fue a la iglesia (no sin grande admiración de los que le tenían por muerto), publicando la merced y favor que de la Madre de Dios había recibido por tener devoción con ella y rezar las horas de su Oficio. Y persuadía con lo que por él había pasado a que todos rezasen aquella devoción y sirviesen a la Madre de Dios, que así sabe favorecer, a sus devotos. Pero fuera de los favores que la sacratísima Virgen hace a aquellos de quien recibe este servicio, la Sede Apostólica concede indulgencias a los que rezaren las horas de nuestra Señora, como consta del motu proprio del señor Papa Pío V, que está al principio del Breviario romano.

Los que no supieren leer, en lugar de las horas, pueden rezar el rosario de nuestra Señora, de ciento y cincuenta Ave Marías y quince Paternóster; servicio muy acepto a la Virgen, confirmado con muchos milagros y aprobado por muchos pontífices, que en favor de los Hermanos del Rosario han concedido muchas gracias e indulgencias, de que hay escritos tantos libros, que me podré yo excusar de decirlas en éste, por no ser de mi intento. Estos ocupados en tantos negocios que no les da lugar de rezar el rosario podránle rezar a la Virgen la corona de setenta y tres Avemarías y siete Paternoster en reverencia de los años que la Virgen vivió en esta vida, que, según la opinión más probable, fueron setenta y tres. Y a los que la rezaren está concedida indulgencia plenaria por muchos papas, y últimamente está confirmada en favor de nuestra sagrada Religión por nuestro santísimo Padre Paulo V, que hoy gobierna la Iglesia, a quien guarde Dios largos años para mucho bien de ella.

IV. La devoción de Oficio del santísimo nombre de María (y sea éste el cuarto documento), de que tratamos en el capítulo pasado, es devoción muy acepta a nuestra Señora, como se descubrió en el milagro allí referido, y los que supieren leer podrán reverenciar a la Virgen con rezar los cinco salmos que comienzan en las cinco letras de que está compuesto el nombre santo de MARÍA. Pero los que no supieren leer podrán rezar en su lugar cinco veces el Paternoster con el Avemara, en reverencia de las cinco letras de que este nombre está compuesto. Y el verdadero devoto de nuestra Señora, en el corazón ha de tener escrito este dulcísimo nombre y del corazón a la boca le ha de traer frecuentemente, saludando a la Virgen santísima e invocando su ayuda y favor, diciendo aquel devoto verso: María, Mater gratiae, Mater misericordiae, tu nos ab honeste protege et hora mortis suscipe: María, Madre de gracia, Madre de misericordia, defiéndenos del enemigo y recíbenos en la hora de la muerte. Con las cuales palabras se han defendido en vida y en muerte muchos devotos de nuestra Señora de grandes persecuciones del demonio, como lo dice Perbalto en su Estelaria. Y todas las veces que nombrare o oyere nombrar el santísimo nombre de María descubra la cabeza y reverénciele muy de corazón. Y haga lo mismo todas las veces que pasare por delante de la imagen de la Virgen santísima y salúdela diciendo: Sálvete Dios, Hija de Dios Padre; sálvete Dios, Madre de Dios Hijo; sálvete Dios, Esposa del Espíritu Santo. Sálvete Dios, templo de la Santísima Trinidad; y, tras esto, diga la oración del Paternóster y un Avemaría; y ganará indulgencia plenaria, concedida por el señor Papa Clemente III.

V. El quinto documento sea que el devoto de la Virgen, nuestra Señora, a su honra y reverencia ayune en las vigilias de sus fiestas, y también los sábados, que son consagrados a ella; y procure en todo tiempo traer la carne muy rendida y muy sujeta a la razón. Y éste es un servicio muy grato a la Virgen, como lo ha mostrado con muchos milagros en que hablan los historiadores, y yo no puedo detenerme en referirlos por no exceder de la brevedad que tengo ofrecida.

El curioso de saberlos, lea a Cesáreo (1. VII, c. 19); a Vicencio Velvacense, in Especulo historiae (1. Vil, c. 102). La Crónica de los priores de la Cartuja; a Pedro, abad cluniacense (1. II Miraculorum, c. 29); el libro llamado Espejo de ejemplos, Verbo, María Virgo; Cartagena (t. III De Mirandis Beatae Virginis, que es el último tratado de aquel tomo).

VI. El sexto documento es que el devoto de nuestra Señora lo sea muy de corazón del glorioso San José, su esposo, que este servicio estimará la Virgen en mucho; porque después de su Hijo, a quien amó nuestra Señora más que a sí misma, por ser su Dios, su Hijo, su Esposo y su Redentor, a quien más quiso y reverenció fue a San José. Y así, la devoción que con este santo se tiene, fuera de que es muy eficaz para alcanzar con Dios lo que se le pide, porque en cuanto hombre le estuvo sujeto y le obedeció mientras vivió en esta vida, y fuera de esto es servicio muy grato y muy acepto a nuestra Señora. Suelen los devotos de este santo, a imitación del Oficio del santísimo nombre de MARÍA, rezar cinco salmos en reverencia de las cinco letras del nombre de San Josef. Por la I, Jubilate Deo omnis térra. Por la O, Omnes gentes plaudite manibus. Por la S, Saepe expunaverunt me. Por la E, Exaudiat te Dominus in die tribulationis, y por la F, Fundamenta eius in montibus sanctis; y acabar con la oración de San José y conmemoración de nuestra Señora.

Por último, documento les exhorto a todos los devotos de la Reina del cielo que entren por hermanos de los esclavos de la Virgen, nuestra Señora, y que se ejerciten en las obras de virtud contenidas en las ordenanzas y constituciones de la dicha Hermandad, y que se trata en el capítulo siguiente. 

C A P I U L O XII

EN QUE SE PONEN LOS ESTATUTOS Y CONSTITUCIONES DE LA SANTA HERMANDAD DE LOS ESCLAVOS DE LA VIRGEN, FUNDADA EN SANTA URSULA, DE ALCALÁ DE HENARES

Cuan agradable servicio le sea a la Virgen, Madre de Dios, que sus devotos la deseen servir y que, como fieles esclavos suyos, no falten del cumplimiento de su voluntad y de la de Dios, que, en cuanto hombre, quiso nacer de sus purísimas entrañas, y cuánto se deba preciar el cristiano de Ciiado de la majestad de esta soberana Reina y cuántos sean los intereses que de servirla saquen sus devotos, bien queda probado en los capítulos pasados; con la lección de los cuales creo yo que el verdadero devoto de nuestra Señora habrá concebido unos firmes deseos de servirla y de saber en qué será más servida para no salir de su voluntad. A los cuales, aunque en parte les tengo respondido en el capítulo precedente, últimamente les puedo decir que tengo por servicio muy acepto a la sagrada Virgen que sus devotos entren en la Hermandad que con nombre de sus esclavos está instituida en el muy religioso convento de Santa Ursula, de Alcalá (que fue la primera que dio principio a esta devoción), o en otra hermandad que a su imitación se hubiere fundado o adelante se fundare. Y que se ocupen en los devotos ejercicios que en sus constituciones están ordenados; que como todas se ordenan a la honra y gloria de la Virgen, Madre de Dios, es cosa cierta que en ellos se dará por bien servida. Pero advierto a los que gozaren de la buena suerte de ser esclavos de Nuestra Señora, en compañía de las esclavas que tienen en el dicho convento, que sepan estimar que tan grandes siervas de Dios los hayan admitido a su hermandad y a la participación de sus oraciones, ayunos, vigilias, disciplinas, mortificaciones y otras obras meritorias en que estas siervas de la Virgen se ocupan, Y préciense mucho de esclavos de esta Reina del cielo que cuando hubiera mucha dificultad en serlo, el mérito que de aquí resulta lo había de facilitar todo. Cuanto más que, como se verá, por las leyes y constituciones que guardan, de que he de tratar en este capítulo, todas son cosas piadosas, devotas y fáciles de cumplir; sin pecado si no se cumplen y de mucho merecimiento habiéndolas cumplido. Persuadidos de lo cual, han entrado por hermanos de esta Esclavitud de Santa Ursula, de esta villa de Alcalá, la majestad de los reyes, nuestros Señores, don Felipe III y doña Margarita de Austria, su mujer, que, como Reyes católicos, y tan verdaderamente católicos, huelgan de ser los primeros en las cosas de virtud.

Su alteza también de la serenísima señora infanta soror Margarita quiso entrar por esclava de la Virgen, que, fuera de que en su convento es ejemplo y dechado de religión, a todas las religiosas del muy insigne monasterio de las Descalzas de Madrid también quiso que en Alcalá la recibiesen en el número de las esclavas de la Virgen, nuestra Señora. Y no contenta con los servicios que en su rincón le hace a esta Reina soberana por entrar a la parte con sus esclavas, toda la vida está enviando dones a Santa Ursula, para la santa imagen de las esclavas, con que, sirviendo a la santísima Virgen, hace merced y favor a sus esclavas, con que las tiene obligadas su alteza a hacer siempre oficio de sus perpetuas capellanas. Con el ejemplo de las personas reales, no es mucho que, a su imitación, hayan entrado en esta Hermandad muchos señores y poderosos príncipes, como son los excelentísimos señores du- ques del Infantado y de Lerma y otros muchos príncij>es y prelados de muy graves iglesias y de las religiones, muchas personas de letras y otros innumerables hombres y mujeres, que se han ofrecido por esclavos de la Reina del cielo y han estimado en mucho que las esclavas de la Virgen las hayan admitido a su Hermandad.

Las constituciones por donde se gobiernan son las que se siguen, y por donde se podrán regir otras cofradías de esclavos de nuestra Señora que, a su imitación, se hubieren fundado o adelante se fundaren, haciendo por otras personas los ministerios que hacen las religiosas en esta Hermandad, por haber sido ellas las primeras fundadoras de esta devoción.

I. Primeramente se ordena que los esclavos y esclavas de la Virgen, nuestra Señora, hermanos de esta santa Hermandad, antes de entrar en ella, confiesen y comulguen, porque con pureza de conciencia ofrezcan su libertad a la Reina del cielo. Madre de Dios y Señora nuestra.

II. Item, se ordena que todos los hermanos de esta santa Hermandad se llamen esclavos de la Madre de Dios y se escriban en el libro de la dicha Hermandad: Yo (Fulano), me ofrezco por esclavo de la Virgen María, nuestra Señora, y en cuanto sea posible a mi flaqueza, ayudado de la gracia de Dios, procuraré de imitar su vida y costumbres.

III. Item, se ordena que los esclavos de la Reina del cielo, nuestra Señora, en la primera fiesta de la Virgen después de su recepción, habiendo confesado y comulgado, ante el padre vicario del convento de Santa Ursula, o de otro sacerdote, hagan profesión en esta manera:

Santísima Virgen MARÍA, Madre de Dios y Señora nuestra; Yo (Fulano), el más indigno de ser contado en el número de vuestros esclavos y de ser recibido por tal. confiado, empero, de vuestra inmensa piedad y movido del deseo de serviros, me ofrezco el día de hoy por vuestro siervo y esclavo delante de los santos arcángeles San Miguel Y San Gabriel, y del santo ángel de mi guarda, y de los sancos San Joaquín y Santa Ana, y San José, y de los santos apóstoles San Pedro y San Pablo, y de toda la corte celestial: a los cuales convoco por testigos de esta entrega, en que me ofrezco por vuestro esclavo y os elijo por mi Señora, Patrona y Abogada. Y firmemente propongo de reverenciaros, serviros y obedeceros y de procurar que otros muchos os sirvan y obedezcan. Y a vos, piadosa Madre de misericordia, humildemente os pido y suplico, por la sacratísima sangre que derramó por mí vuestro Hijo, mi Señor Jesucristo, que me recibáis en el número de vuestros esclavos y devotos y enderecéis a vuestro servicio todas mis obras, palabras y pensamientos. Y que me alcancéis gracia de vuestro Hijo benditísimo, para que en todas mis acciones me haya de tal suerte, que no ihaya cosa en que ofenda sus ojos y los vuestros y que en la hora de la mi muerte no me privéis de vuestro amparo y favor. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce siempre Virgen María!, rogad por mí porque sea digno de los prometimientos de Cristo, que con el Padre y con el Espíritu Santo vive y reina por todos los siglos. Amén.

IV. Item, se ordena que, porque se junte alguna limosna que se pueda emplear en las obras pías, que adelante se dirán, que las religiosas que hubieren de entrar en esta Cofradía den dos reales de entrada y otros dos en cada un año para el gasto de la fiesta de la Asunción de nuestra Señora; y no se las carga más a las religiosas, por ser pobres.

V. Item, se ordena que, si alguna persona seglar de aprobada vida pidiere con devoción que la admitan a esta Cofradía, se presente ante la madre abadesa de este convento, que es la administradora de esta Hermandad, y, teniendo satisfacción de su virtud y deseos de servir a la Virgen, nuestra Señora, la podrá recibir, dando de entrada seis reales, si por su devoción no quisiere dar más, y cuatro reales en cada un año para la fiesta de la Asunción.

VI. Item, se ordena que todos los esclavos y esclavas de nuestra Señora confissen y comulguen en todas las fiestas de la Virgen y ayunen sus vigilias, y quien por flaqueza o enfermedad no pudiere ayunar, dará una limosna en lugar del ayuno.

VII. Item, se ordena que los esclavos y esclavas de la Virgen santísima recen cada día su corona, de setenta y tres Avemarias y siete Paternoster. Y nueve días antes de la Asunción, que es la principal fiesta de esta Cofradía, dirá la corona de flores, que se pondrá después de estas constituciones, porque hay experiencia de que rezándola con devoción hace nuestra Señora gran favor a sus devotos.

VIII. Item, se ordena que las religiosas esclavas de la Virgen, nuestra Señora, digan todos los sábados una misa cantada y una procesión por los claustros con velas encendidas; y a la noche cantarán la Salve por todos los esclavos. Los cuales, asimismo, serán participantes de todos los ayunos, disciplinas, oraciones y todas las demás obras meritorias en que las dichas religiosas se ejercitaren á gloria de Dios y de su benditísima Madre. IX. Item, se ordena que todos los esclavos y esclavas de nuestra Señora, todas las veces que oyeren el nombre de María, inclinen las cabezas y muy de corazón le hagan reverencia, encomendándose en su intercesión; y lo mismo hagan cuando vieren su santa imagen.

X. Item, se ordena que los esclavos de nuestra Señora procuren que no se les pase día en que no le hagan algún singular servicio, especialmente en los días de sus fiestas y en los sábados; y quien cómodamente pudiere, le rezará el ejercicio que para estos días abajo se pondrá.

XI. Item, se ordena que los esclavos de la Virgen, nuestra Señora, sean muy pacíficos, modestos y ejemplares; y si alguno con su mal proceder fuere ocasión de escándalo a los demás, la madre abadesa le envíe a amonestar con el padre vicario de su convento, o con otra persona religiosa, para que se enmiende; y si no se enmendare, sea borrado del libro de los demás hermanos y no participará de los sufragios de la Hermandad.

XII. Item, se ordena que la madre Abadesa, que es la cabeza de esta Hermandad, tenga cuidado de juntar las religiosas en cada un año para elegir oficialas de esta Cofradía; y por suertes se elijan tres; la primera de las cuales se llamará mayordoma, a cuyo cargo estará el juntar las limosnas y gastarlas en las cosas que aquí se ordenarán; la segunda será secretaria, que ha de tener el libro en que se escriba el recibo y gasto de la dicha Cofradía, y ambas darán cuenta de lo que en su año hubieren recibido y gastado a la madre abadesa y a las oficialas que entraren de nuevo; la tercera de las oficialas se llamará la camarera, la cual tendrá los vestidos de la imagen de esta santa Hermandad y tendrá cuidado de tenerla en todo tiempo con mucha decencia.

XIII. Item, se ordena que la limosna que se allegare se gaste de esta manera: primeramente, se han de celebrar todas las fiestas de nuestra Señora solemnemente con vísperas y misa con diáconos. Y más solemnemente que todas la fiesta de la Asunción, que, por ser mayor de todas las fiestas de nuestra Señora, es la más principal de esta Cofradía. Para la cual se han de disponer los esclavos con más entrañable devoción. Y todas estas fiestas han de ser por los esclavos hermanos de esta santa Hermandad; y también se dirá por ellos la misa del alba en el día de la Natividad del Señor.

XIV. Item, se ordena que cuando alguna religiosa esclava de nuestra Señora falleciere, se le diga en el dicho convento una misa cantada y seis rezadas. Y cuando alguno de los demás esclavos muriere, se ordena que las religiosas le digan una vigilia y una misa cantada a costa de la Cofradía y con la cera de ella. Y fuera de esto, si sobrare alguna cosa de la limosna, se gaste en misas por los hermanos esclavos vivos y difuntos.

XV. Item, se ordena que, dando aviso a la madre abadesa de cualquier necesidad corporal o espiritual que se le ofrezca a cualquiera de los esclavos, estén obligadas las religiosas a hacer oración en comunidad por ella.

XVI. Item, se ordena que, a ninguno de los esclavos de la Virgen, nuestra Señora, se le de la profesión si no tuviere este libro, o por lo menos copia de estas constituciones, porque sepa lo que ha de hacer.

XVII. Item, se declara que ninguna de estas constituciones obliga a pecado si no se cumpliere, y que, cumpliéndolas, serán de mucho merecimiento.

SÍGUESE LA CORONA DE FLORES QUE HAN DE REZAR LOS ESCLAVOS DE LA MADRE DE DIOS NUEVE DÍAS ANTES DE SU ASUNCIÓN

El primero diez, de Ave Marías, al gozo que nuestra Señora tuvo cuando el Hijo de Dios encarnó en sus purísimas entrañas, suplicándole nos alcance la virtud de la humildad.

El segundo diez ha de ser «Magníficas», al gozo que nuestra Señora tuvo en la visitación que hizo a Santa Isabel, suplicándole nos alcance la virtud de la caridad.

El tercero, de «Salves», al gozo que la Virgen tuvo cuando vió nacido a su sacratísimo Hijo, quedando virgen después del parto como lo estaba antes que le concibiese, suplicándola nos alcance la virtud de la castidad.

El cuarto ha de ser de «Ave Mari-stellas», al gozo que la Virgen tuvo viendo a su Hijo adorado de los reyes, suplicándole que todas las naciones vengan en su conoci- miento y rogando por los reyes y príncipes cristianos.

El quinto diez, del himno «Quen terra pontus», etc., al gozo que la Virgen tuvo cuando halló a su precioso Hijo en el templo disputando entre los doctores, suplicándole que nos alcance la gracia para que le hallemos y nunca le perdamos.

El sexto diez ha de ser de la antífona «Regina caeli letare», al gozo que la Virgen santísima tuvo en la resurrección de su benditísimo Hijo; y hásele de pedir la virtud de la fe y rogar por las ánimas del purgatorio.

El séptimo diez ha de ser el himno «O gloriosa Domina», a su gloriosa y triunfante Asunción, y suplicarle nos sea favorable en la hora de la muerte.

En todos los dieces de esta corona se ha de decir el Paternoster tras cada diez; y después, en lugar de las tres Ave Marías, se ha de decir el himno «Memento salutis author», a la coronación de la Virgen gloriosa y rogarle se lleve consigo a todos sus esclavos cuando, por medio de la muerte, partan de esta vida. Esta corona se ha de decir nueve días antes de la Asunción de nuestra Señora, previniendo con ella esta fiesta; y podrá usar de ella el devoto de nuestra Señora en cualquier necesidad o tribulación en que se hallare, porque es muy devota y suave y hay experiencia de que la Virgen hace merced a los que la rezaren con devoción. Los que no supieren leer, bastará que digan en su lugar la corona ordinaria, de que arriba se hizo mención.

Introducción para el ejercicio que sigue.

Entre muchas demostraciones con que la Iglesia, nuestra madre, ha descubierto la devoción que tiene a la Virgen, nuestra Señora, con que pretende, como piadosa madre, persuadirnos a la que sus hijos debemos tener con esta Reina celestial, una de ellas es haber instituido las muchas fiestas que por el discurso del año se celebran en su reverencia. Pero, fuera de estas fiestas, tiene consagrados los sábados de cada semana a la devoción de nuestra Señora, y tiene ordenado que en ellos, como no estén ocupados con alguna fiesta solemne, el oficicio divino y la misa sean de la Virgen, y en el breviario y misal tiene particular oficio de nuestra Señora para los sábados. Y dejando ahora de tratar de las festividades de esta Virgen soberana, que los misterios que en ellas se celebran bastan por despertadores de su devoción, para persuadir a los que esto leyeren a que los sábados den muestras de la devoción que con la Virgen tienen, haciéndole en estos días especiales servicios, he querido poner aquí la advertencia que se sigue.

Es tan antigua en la Iglesia la costumbre de reverenciar y servir a la Virgen, madre de Dios, en los días del sábado, que dificultosamente se podrá averiguar qué tiempo ha que comenzó en la Iglesia. Porque, aunque Vicencio Belvacense, en el libro XXV de su Espejo historial, a quien sigue San Antonino (p. 2., Hist., tít. 16) y Genebrardo (en el 1. IV de su Cronología), sean de parecer que esta loable costumbre se comenzó en el concilio Claramontano, en tiempo de Urbano II, que fue muy devoto de nuestra Señora, como lo mostró en ordenar el Prefacio que se dice en sus misas: «et te in veneratione B. Mariae», etc., y el oficio menor de nuestra Señora, que anda en sus horas y los eclesiásticos le rezan con el oficio divino en los días que no hay fiesta solemne. Pero, aunque estos autores referidos sean de esta opinión, si con atención se mira el dicho concilio, del mismo se saca que antes de él estaba esta costumbre introducida en muchas partes, y como devotas y piadosas el dicho concilio la confirmó, haciendo decreto de que de allí adelante generalmente se guardase. Y Guillermo Durando, en el libro que intituló Racional de los divinos oficios (1. IV, c. 1), dice que Alcuino, maestro del emperador Carlomagno, a petición de Bonifacio, obispo de Maguncia, hizo misas para todos los días de la semana, y entre otras, para el viernes hizo Misa de la Cruz, y para el sábado, de nuestra Señora. Alcuino murió año de 770, y el concilio Claramontano fue muchos años después, en el año de 1094.

Y más antiguo que él fue San Ildefonso, arzobispo de Toledo, que floreció en la Iglesia por el año de 660; y después de haber escrito el libro De perpetua Virginitate Mariae, hizo nueve lecciones de nuestra Señora para que se dijesen en todos los sábados, que ya se acostumbraba a reverenciar a la Virgen en ellos. Y queriendo dar testimonio la Reina del cielo de cuán acepto le había sido este servicio, le quiso aprobar con el milagro siguiente: yendo el santo pontífice en un sábado en la noche a maitines, como lo tenía de costumbre en todos los días, entrando por la puerta de la iglesia, vio en ella gran resplandor y oyó en el coro suavísimas voces; y creyendo que venía tarde y que ya los canónigos habían comenzado los maitines, aceleró el paso y, entrando en el coro, vió a la Virgen, nuestra Señora, sentada en la silla pontifical y que los ángeles la estaban alabando cantándole el Oficio que el santo había instituido; y, acabados los maitines, fue el santo llamado por la Virgen, y le dió aquella casulla que le traía del cielo. Cosa que muchos autores refieren, especialmente San Julián y Cigila, ambos arzobispos de Toledo, en la historia de este santo pontífice; y Juan Egidio Me- nor, en el libro que intituló Escala caeli; Perbalto (1. I Stellarli, p. 4., a. 3, c. 2); de todo lo cual se colige que la costumbre de venerar a la Virgen en el día del sábado, aunque la confirmó el concilio Claramontano, es mucho más antigua que él.

Y si damos crédito a Guillermo Durando, arriba alegado, el primer motivo que hubo para consagrar los sábados a la Reina del cielo fue por un milagro, continuado en todos los sábados, que por mucho tiempo se vió en Constantinopla: que el velo que estaba delante de una imagen de nuestra Señora que había en aquella ciudad, que fue de singular devoción y donde Dios, por la intercesión de su santísima Madre, hizo notables milagros. El velo, pues, que estaba delante de esta venerable imagen, milagrosamente se quitaba desde el viernes en la tarde hasta el sábado por todo el día; pasado lo cual se tornaba a poner delante de la Virgen, como antes estaba. Con este milagro, dice este autor que se echó de ver que quería Dios que su santísima Madre fuese venerada y reverenciada en aquellos días; y de ahí dice que tuvo principio la devoción con nuestra Señora en el día del sábado.

Y podemos arrimar a lo dicho lo que se cuenta en la historia del famoso templo de nuestra Señora de Montserrat: que ciertos pastores que por aquellos montes traían sus ganados vieron muchas veces que todos los sábados, antes que anocheciese, se aparecían muchas luces al derredor de una cueva y se oían voces de ángeles que cantaban con mucha melodía divinas alabanzas. Y dando cuenta de este propósito el arzobispo de Barcelona, en cuya diócesis esto acaeció, aguardó al sábado siguiente; y a la hora que le habían informado los pastores vió por sus ojos lo que le habían dicho; y, acercándose a la cueva, hallaron dentro una imagen de nuestra Señora muy devota, a la cual le edificaron aquel insigne templo en que ahora está colocada, que es uno de los más notables santuario de la cristiandad, donde la Virgen especialmente en los sábados, con grande devoción, es reverenciada y servida. De estos y de otros semejantes milagros que los autores refieren, y que la cortedad de este libro no me da lugar a mí a contarlos, se puede sacar que Dios se ha servido que el día del sábado sea consagrado a su Madre benditísima y que le es servicio muy acepto que en este día sea honrada y reverenciada del pueblo cristiano. Y por eso, los pontífices sumos han estatuido que el clero secular y regular en los sábados recen de nuestra Señora, siendo, como habemos visto, ésta muy antigua y loable costumbre de la Iglesia. Y considerando yo que es justo que en las fiestas de nuestra Señora y en los sábados, que también le están consagrados, se particularicen los devotos de la Virgen, nuestra Señora, en reverenciarla y servirla, quise juntar con este tratado (en que he pretendido persuadir a los fieles a su devoción) el ejercicio siguiente, para que en los tales días se puedan ejercitar en las alabanzas de la Madre de Dios, nuestra Señora, que todo es copilado de varias alabanzas con que la Iglesia suele reverenciar a esta Reina soberana.